Pues sí, como decía el Lonje Moco: “Se la amo.” Y vaya que sí. El señor Vallín, director de esa joya llamada MIAA, el nuevo feudo del agua en Aguascalientes, se aventó la puntada de declarar que el agua del grifo es “apta para beber”. Un acto de fe digno de canonización, porque en la capital hidrocálida, abrir la llave y encontrar agua es casi un milagro.
Según Vallín, los ciudadanos tenemos el “privilegio” de beber directamente del grifo. El problema es que muchas veces no hay nada que beber. Y cuando sí, lo que sale parece más café aguado que agua potable. Mientras tanto, los comunicados de MIAA relucen: hablan de monitoreos bacteriológicos, análisis de cloro, y cumplimiento de la NOM-127-SSA1-2021. Todo muy científico, muy aséptico… y muy distante de la realidad de las colonias donde el agua llega con sabor a óxido y olor a cloro vencido.
El cuento suena bonito en el papel: una empresa “moderna”, pública pero con alma privada, nacida para rescatar lo que Veolia dejó destrozado. Pero en la práctica, MIAA es una reinvención de CCAPAMA, con la misma fórmula de siempre: funcionarios con hambre, contratos turbios, opacidad presupuestal y cobros cada vez más abusivos. Cambiaron el nombre, pero no el ADN.
En el último año, MIAA presume inversiones por cientos de millones de pesos, reparaciones de pozos, nuevas redes y telemetría satelital. Pero los usuarios siguen padeciendo cortes de días enteros, fugas eternas y presiones que apenas sirven para llenar una cubeta. Dicen que los cortes no duran más de 24 horas; cualquiera que viva al oriente sabe que eso es tan creíble como el agua “bebible sin problema”.
Y si te atreves a reclamar, te mandan llenar formatos, tomar fotos, dar coordenadas, número de reporte y paciencia infinita. La burocracia como respuesta al desabasto. En cambio, cuando se trata de cobrar, MIAA es rapidísimo: si te atrasas con tres recibos, te suspenden el servicio. Pero si el que falla es el organismo, el castigo es un tuit con disculpa.
La ironía es que, mientras el organismo multa a los ciudadanos por “uso indebido del agua” con sanciones de hasta 113 mil pesos, sus propias fugas riegan banquetas y avenidas durante semanas. La consigna parece clara: el desperdicio del pueblo se castiga, el del sistema se ignora.
Y mientras la gente compra garrafones, instala filtros o acude con desesperación a las pipas, el director sonríe frente a cámaras, anunciando que “todo va conforme al plan”. Claro, el plan parece ser convertir el agua en negocio y la paciencia ciudadana en recurso renovable.
El agua, ese derecho elemental, terminó en manos de quienes la ven como un activo financiero. Ya no se habla de servicio, sino de “sostenibilidad económica”, “eficiencia de cobro” y “recuperación tarifaria”. Es decir: más pagar, menos exigir. Y la transparencia, como siempre, flota entre comunicados y conferencias, pero nunca llega al fondo del vaso.
Los regidores, por su parte, se comportan como si MIAA fuera un tema tabú. Nadie pide auditorías, nadie exige cuentas. Y la oposición, deshilachada, apenas balbucea críticas. De vez en cuando, algún guinda saca un video denunciando “la ineficiencia del agua”, pero sin propuesta, sin fuerza, sin impacto. Al final, todo queda en redes y el problema en la tubería.
Así, Aguascalientes se ha vuelto una ciudad que habla del agua como si hablara del clima: con resignación. Sabemos que el servicio es irregular, que los cobros son altos, que la gestión es opaca… y sin embargo seguimos pagando, esperando, confiando. Nos dicen que el agua es potable, y algunos hasta lo creen, aunque sigan llenando garrafones de 20 litros.
MIAA nació con la promesa de eficiencia y terminó convertida en el nuevo negocio del siglo. Porque si algo ha demostrado esta ciudad, es que el agua no se privatiza: se hereda. Los mismos apellidos, las mismas prácticas, los mismos silencios. Los que antes fueron técnicos ahora son empresarios; los que antes pedían transparencia, hoy cobran comisiones.
Y mientras tanto, el ciudadano común sigue abriendo la llave y rezando. Porque en Aguascalientes, el agua ya no es un servicio: es una apuesta. Puede que salga, puede que no. Puede que sea limpia, puede que no. Pero eso sí: el recibo siempre llega puntual.
Quizá Vallín tenga razón. Quizá el agua del grifo sí sea “apta para beber”… pero sólo para quienes ya se acostumbraron al sabor de la resignación.
PD: Qué par de amigues funcionarios estatales andan insoportables: ella, empeñada en ser el ajonjolí de todos los moles, vendiendo hasta cheve y metidaen los actos de turismo —dicen ya cayó de la gracia divina—, y él, con un humor tan agrio que ni el espejo lo soporta. ¿Será por la confección del presupuesto 2026 o porque las arcas ya suenan huecas? Pregunto nomás.
Hasta aquí subió la roca.