Vivimos en tiempos difíciles. Las tensiones sociales, los desacuerdos políticos y la creciente desigualdad nos han llevado a cuestionar muchos de los modelos que, en teoría, debían llevarnos al bienestar.
A lo largo de la historia reciente, dos caminos han mostrado sus límites. Uno fue aquel que prometía igualdad a costa de la libertad, y que terminó con la caída del Muro de Berlín. El otro, un capitalismo sin freno, que estalló en crisis como la de Enron en 2001 o la financiera del 2008, dejando una herencia amarga: desigualdad creciente y desconfianza en las instituciones.
¿Entonces, qué nos queda? La respuesta no está en los extremos, sino en una vía intermedia que ponga en el centro a la persona y a su dignidad. Un modelo de desarrollo inclusivo donde las empresas no solo generen valor económico, sino también progreso social.
Porque sí: la empresa puede ser mucho más que un motor económico. Puede ser una constructora de futuro.
El trabajo que transforma
Cuando una persona accede a un empleo digno, no solo recibe un salario. Gana también una oportunidad para crecer, aprender y construir un proyecto de vida. En México, gracias al trabajo conjunto de empresas, trabajadores y sociedad, se han logrado avances importantes.
En los últimos años, los ingresos laborales han aumentado y, con ello, la pobreza ha disminuido. Según datos del INEGI (2024), hoy 38.5 millones de personas viven en pobreza. Aunque sigue siendo una cifra preocupante, representa 13.7 millones menos que en 2016.
Esto confirma una verdad clara: el empleo formal, bien remunerado y productivo, es la mejor herramienta contra la pobreza.
Desde COPARMEX, hemos promovido desde 1995 una nueva cultura laboral que reconoce el valor de las personas y apuesta por el aumento gradual y responsable del salario mínimo. Este esfuerzo ha rendido frutos: hoy, el salario mínimo ha crecido sostenidamente, impulsado por políticas laborales más sólidas y por el compromiso real de muchas empresas.
Sin embargo, aún hay tareas pendientes. Para que estos aumentos tengan un mayor impacto en los hogares, es necesario actualizar las tablas del ISR. De lo contrario, los avances salariales pueden verse limitados por una carga fiscal desactualizada.
Retos que no podemos ignorar
El empleo formal no solo representa ingresos. Es también la puerta de entrada a la salud, la seguridad social y una vida con mayor estabilidad. Pero hay un grupo creciente de personas que, aunque han superado la línea de pobreza, siguen enfrentando carencias: falta de educación, de servicios médicos, de vivienda adecuada.
El gasto privado en salud, por ejemplo, ha crecido en 2024 un 40% en relación con el 2016. Esto golpea especialmente a los hogares más vulnerables. Y en materia educativa, el rezago es alarmante: según el INEGI, hay 1.5 millones más de niñas, niños y jóvenes entre 3 y 21 años que no asisten a la escuela ni cuentan con educación obligatoria.
Empresas con propósito
La realidad es clara: sin empresas fuertes, formales y socialmente comprometidas, no hay desarrollo sostenible posible. Y sin desarrollo, la desigualdad y la pobreza seguirán marcando el destino de millones.
Para lograrlo, se requiere un entorno de certidumbre jurídica, respeto al Estado de derecho y condiciones que permitan crecer con seguridad y reglas claras.
Por eso, hoy más que nunca, necesitamos dejar atrás la falsa dicotomía entre rentabilidad y responsabilidad social. No son opuestas: son complementarias. Las empresas que entienden esto no solo generan riqueza, también generan futuro.
El verdadero éxito empresarial no se mide solo en utilidades, sino en el impacto positivo que deja en la vida de las personas. Esa es la empresa que México necesita. Esa es la empresa que construye país.