Lunes 13 de Octubre de 2025 | Aguascalientes.

ANESTESIA DIGITAL

Minerva Luz | 05/10/2025 | 11:52

 

Vivimos atrapados en la lógica de la inmediatez. Todo lo queremos rápido, sin pausas, como si la espera fuera un defecto y no una parte natural de la vida. El entretenimiento, la información y hasta la manera en la que nos relacionamos con el mundo se han vuelto instantáneos. Ya no se trata de disfrutar el proceso, sino de consumir sin detenernos. Y lo más preocupante es que, en esta prisa, nos hemos ido desensibilizando, perdiendo la capacidad de conmovernos ante lo que vemos, incluso cuando lo que aparece frente a nuestros ojos es violencia, dolor o muerte.

Las redes sociales son un ejemplo brutal de este fenómeno. Lo mismo encontramos videos de recetas rápidas que escenas de violencia explícita, accidentes fatales o imágenes gore disfrazadas de “contenido viral”. Y lo terrible es que pasamos de un video al otro sin inmutarnos, sin detenernos a pensar en lo que acabamos de ver. ¿Qué tanto hemos normalizado la exposición al sufrimiento ajeno que ya no nos parece grave? Nos acostumbramos tanto a consumir de todo en segundos, que hasta la violencia más cruel puede colarse entre un meme y un tutorial de maquillaje.

Esta exposición constante va adormeciendo nuestra sensibilidad. Si antes la violencia nos provocaba rechazo inmediato, ahora la vemos con la misma naturalidad con la que miramos un comercial. Ya no nos duele tanto, porque estamos entrenando al cerebro a procesarlo como un estímulo más, como una “imagen fuerte” que se olvida con el siguiente deslizamiento del dedo en la pantalla. Y aunque parezca que no nos afecta, esa normalización es peligrosa: nos vuelve espectadores indiferentes, incapaces de sentir empatía genuina por el dolor ajeno.

Lo que ocurre es que hemos desarrollado una especie de tolerancia a la información. Cuanto más vemos, menos nos impacta. Cuanto más fuertes son las imágenes, más indiferentes nos volvemos. Como una droga que deja de hacer efecto, necesitamos dosis más intensas para sentir lo mismo. Y en ese proceso, perdemos algo profundamente humano: la capacidad de asustarnos, de dolernos, de decir “esto no debería estar aquí”.

La inmediatez no solo nos roba paciencia, también nos roba sensibilidad. Vivir en la búsqueda constante de dopamina,  placer rápido que dan los likes, los videos cortos o las respuestas instantáneas, nos deja sin espacio para reflexionar, para sentir de manera profunda. Nos vamos volviendo insaciables: necesitamos más estímulo, más impacto, más intensidad. Y cuando ya nada nos sorprende, buscamos lo extremo. Ahí es donde el contenido violento encuentra terreno fértil: se vuelve un espectáculo más en la pantalla, una dosis más fuerte para mentes que ya no reaccionan a lo cotidiano.

Lo femenino en esta reflexión tiene que ver con reconocer nuestra vulnerabilidad. Como mujer, me pregunto: ¿qué pasa con la ternura, con la delicadeza, con la capacidad de asustarnos y decir “esto me hiere”? Parece que hemos tenido que endurecernos frente a todo lo que se muestra, como si la sensibilidad fuera debilidad en lugar de fortaleza. Pero yo no creo que sea así. Creo que hay algo profundamente humano en mantenernos sensibles, en no dejar que la violencia se convierta en paisaje, en atrevernos a sentir dolor cuando algo merece doler.

A esto se suma el miedo social a la inteligencia artificial. Se le acusa de querer quitarnos trabajos, de reemplazarnos, de reducirnos a la irrelevancia. Pero pocas veces nos detenemos a pensar que somos nosotros quienes no queremos aprender a usarla. Preferimos tenerle miedo antes que adaptarnos. Queremos resultados rápidos, pero sin esfuerzo. Exigimos que las máquinas hagan por nosotros, aunque eso implique quedarnos sentados viendo cómo piensan en nuestro lugar. Y después culpamos a la tecnología por la comodidad que nosotros mismos alimentamos.

En el fondo, lo que está en juego es nuestra relación con el tiempo y con la vida. La inmediatez nos ha hecho olvidar que lo valioso toma tiempo, que el aprendizaje real requiere paciencia, que la calma también tiene sentido. Cuando buscamos únicamente lo inmediato —sea un capítulo, una respuesta de IA o un video impactante— terminamos vaciándonos de contenido. Y lo más grave: cuando dejamos que la violencia se convierta en entretenimiento más, corremos el riesgo de perder la capacidad de compadecernos.

Tal vez el reto de nuestra generación no es detener la inmediatez, porque ya forma parte del mundo, sino aprender a equilibrarla. Usar la tecnología sin dejar que nos quite la voluntad. Consumir contenido sin perder la sensibilidad. Recordar que no todo tiene que ser rápido, ni impactante, ni violento para tener valor. Que la estabilidad y la rutina también sostienen la vida, aunque no den dopamina inmediata.

Quiero pensar que todavía podemos recuperar esa mirada humana. Que aún podemos decir “esto me duele” cuando vemos violencia, en lugar de pasar al siguiente video como si nada. Que podemos permitirnos aburrirnos, esperar, leer despacio, escuchar sin prisa. Que podemos usar la inteligencia artificial para crecer y no para atrofiarnos. Y, sobre todo, que aún podemos elegir la ternura como forma de resistencia frente a un mundo que nos exige estar anestesiados.

Porque al final, la prisa y la insensibilidad solo nos vacían. Y si dejamos de sentir, de conmovernos, de esperar, ¿qué nos quedará de humanos?