Lunes 13 de Octubre de 2025 | Aguascalientes.

Entre el himno y el derechazo

Jorge Antonio Rangel Magdaleno | 28/08/2025 | 12:17

Lo ocurrido el pasado 27 de agosto en el Senado no fue un debate: fue un mal episodio de reality político. Tras la sesión y el canto del himno, Alejandro “Alito” Moreno encaró a Gerardo Fernández Noroña y el intercambio derivó en empujones y puñetazos; incluso un trabajador del Senado habría sido agredido en medio del tumulto. Noroña acusó amenazas (“te voy a partir la madre” y “te voy a matar”) y anunció denuncias penales por lesiones y amenazas. Los videos circularon con velocidad; la vergüenza, con razón.

El incidente es síntoma y espejo. Síntoma de una política que confunde firmeza con bravuconería, y espejo de un ecosistema público que premia la estridencia sobre el argumento. Si el Senado (la cámara que debería templar los ánimos de la República) se convierte en ring, el mensaje hacia abajo es devastador: insultar paga, empujar rinde, golpear cotiza. Y cuando la política se vuelve espectáculo, el guion deja de ser la ley para convertirse en trending topic.

No se trata de fingir neutralidad entre víctimas y agresores; los hechos están documentados y, de confirmarse legalmente, deben tener consecuencias. Pero incluso más allá de responsabilidades individuales, lo que vimos es la normalización de la violencia como herramienta de interlocución. Hoy es un empujón; mañana, ¿qué? Si reducimos la política a gritos, empujones y golpes, también reducimos nuestra democracia.

Conviene agregar un matiz incómodo: esto también es, en parte, consecuencia de nuestras decisiones. Llevamos años votando por “marca personal” antes que por trayectoria: cantantes, actores, deportistas, influencers… figuras cuya fama se traduce en votos, aunque no siempre en oficio parlamentario. El resultado se ve en pantalla: cámaras llenas de celebridades improvisadas, discursos huecos y una creciente incapacidad para procesar desacuerdos sin teatralidad. Elegimos espectáculo; recibimos espectáculo.

La responsabilidad, por supuesto, no es sólo del electorado. Los partidos reclutan celebridades para “sumar” rápido, sacrificando formación y filtros éticos; los medios amplifican los pleitos porque dan clics; las plataformas premian el exabrupto. Pero si pedimos altura y votamos por vértigo, el sistema entiende la señal.

¿Qué haría distinta la próxima escena? Tres cosas básicas: (1) reglas y sanciones efectivas (sin fuero como escudo) cuando la violencia entra al recinto; (2) profesionalización real de candidaturas, con requisitos de formación y evaluación pública del desempeño; y (3) un voto menos hipnótico y más informado, que premie al que argumenta y castigue al que empuja. Lo de ayer ya escaló a denuncias y presencia del Ministerio Público (que, todo un detalle, se tomó la molestia de trasladarse hasta la sede del Senado; ¿o ahora resulta que en la CDMX el MP ofrece servicio a domicilio?) en la propia sede legislativa; que también escale nuestra vara para medir a quienes representan.

La democracia no puede seguir tercerizando su dignidad en el rating. Si el Senado vuelve a parecerse a un ring, que sea por la pelea limpia de las ideas y argumentos, no por la coreografía de los golpes.