“En diciembre de 1944, cuando me llamaron al servicio militar, el comandante de la compañía nos preguntó a cada uno qué queríamos ser en el futuro. Respondí que quería ser sacerdote católico. El subteniente replicó: Entonces tiene usted que buscarse otra cosa. En la nueva Alemania ya no hay necesidad de curas.” Benedicto XVI (Carta a los Seminaristas)
El pasado jueves 14 de agosto de 2025 en el patio central del Seminario Diocesano un grupo de 08 jóvenes fueron ordenados sacerdotes para siempre por manos de nuestro obispo Juan Espinoza. Sin duda que el regalo de 08 nuevos sacerdotes para nostros como creyentes representa un don de Dios, pues en ellos vemos la mano providente y amorosa del Señor que no cesa de llamar a jóvenes para abrazar la vocación al ministerio sagrado.
Cierto es que las vocaciones al sacerdocio han disminuido bastante, los motivos de este descenso son múltiples. Al igual que en el texto citado al inicio, hoy muchas personas sostienen que el sacerdocio es algo que representa al pasado. Pareciera que el influjo de los medios de comunicación, la abundante tecnología que a todos nos deslumbra contribuyera a borrar del corazón del ser humano la oportunidad de cuestionarse acerca de la vocación, como una invitación al corazón que el Señor hace.
Tener vocación es ser llamado por el Señor a una vida en donde el camino se va descubriendo poco a poco y para el cual no siempre estamos preparados. Sin embargo, lo que fortalece el corazón del llamado es saber que el Señor siempre caminará con él, en las buenas y en las malas.
¿Cómo puede pensar un joven en convertirse en sacerdote en medio de una institución milenaria como la Iglesia Católica?, ¿Por qué comprometer la vida a una creencia que pareciera estar desactualziada y completamente desfazada del mundo actual? Así como los motivos sobre el descenso de las vocaciones las respuestas a estas interrogantes también son variadas y complejos.
Pienso que entregar la vida a una institución aunque sea la Iglesia Católica no es tan atractivo. El sacerdocio no es entregar la vida a una institución, sino a una persona que es capaz de transformar nuestra vida: Jesucristo. Cristo que es el mismo ayer, hoy y siempre. Sólo Él hace posible que la vocación a la vida sacerdotal siga valiendo la pena. Pues ha sido Él quien nos ha dicho: “No me eligieron ustedes, fui yo quien los elegí” Jn. 15, 16.
Podrán existir muchos elementos para decir que el sacerdocio no vale la pena y que es una “profesión” anticuada. No se trata de defender el sacerdocio católico, simplemente de animarnos a vivirlo tal y como Jesús lo quiere.
Que estos nuvos ocho sacerdotes con los que nuestra Iglesia particular cuenta desde ahora se conviertan y sal y luz para nuestra sociedad. Que en el horizonte de interrogantes de tantos jóvenes aparezca la inquietud por consagrar su vida al Señor y en Él a sus hermanos.
Ser sacerdote es aprender a dar la vida todos los días, y en medio de cualquier situación ser sacerdote siempre valdrá la pena.