Lunes 13 de Octubre de 2025 | Aguascalientes.

El eterno 'juego de la silla' en la política hidrocálida

Esteban Dávila Ruiz | 21/08/2025 | 12:56

En Aguascalientes la política no se entiende sin apellidos. Es como la feria sin la Isla San Marcos: podrán cambiarle las luces, traer a otro artista de moda, pero al final siempre está ahí, igualita. Los mismos nombres, los mismos clanes, los mismos abolengos. Si escuchas un apellido de “toda la vida”, ya sabes que tarde o temprano aparecerá en una boleta, en un cargo público o en la foto del brindis oficial con tequila.

Después de la Revolución Mexicana, el PRI se plantó en el poder como maguey en el llano: fuerte, eterno, difícil de arrancar. Pero los apellidos relegados —los que no alcanzaron cacho del pastel— encontraron refugio en el PAN, que prometía aire fresco, democracia cristiana y demás palabras domingueras. Spoiler: nada cambió. Y ahora con Morena y sus satélites (que parecen más planetas enanos que partidos), la receta sigue siendo la misma: repartir miedos, promesas y programas sociales como si fueran boletos para la feria.

Porque aquí el verdadero botín nunca fue “transformar a la sociedad”. No, no, no. El botín son los huesos. Sí, esos puestos en la administración pública que se heredan, se negocian y se venden como si fueran espacios VIP en un concierto del Foro de las Estrellas.

Cada elección es lo mismo. Los políticos forman grupos, pero no con visión de Estado ni con proyectos de largo plazo, sino con la misma lógica de la señora de la colonia que junta a los sobrinos para ver quién se forma por las tortas en la kermés. Se reparten puestos antes de las campañas, negocian favores, cambian de partido como quien cambia de pareja en la Feria, y luego se sorprenden de que la ciudadanía ya ni pestañea cuando ve esos brincos olímpicos de un partido a otro.

Después vienen las crisis internas: militancias desanimadas, bases que no pintan ni en las fotos, y operadores que juran lealtad a cambio de… nada. Bueno, no de nada: a cambio de un “espérame tantito, ya mero te toca”. La frase favorita de la política hidrocálida: el eterno *ya mero*. Como si fueran boletos de Palenque, siempre “agotados”.

Y cuando por fin llega la administración, los que sí alcanzaron hueso viven con miedo. Porque aunque su partido ganó, no faltará el grupo rival que tome la dependencia como botín de guerra y ¡zas! a la calle. Aquí la estabilidad laboral es más frágil que un vaso de cerveza en el encierro.

¿Y los buenos funcionarios? Esos existen, claro, pero están amenazados, escondidos o sobreviven callados como si fueran héroes anónimos. No importan sus méritos, lo que importa es si ondean la banderita correcta en campaña. Y si no, pues a esperar la llamada mágica: “lo están viendo arriba”. Arriba… ¿dónde? Son cortafuegos del gato del gato del ratón.

Mientras tanto, la ciudadanía juega su papel. Apática, flexible, resignada. Total, siempre habrá feria, siempre habrá antros en Colosio y siempre habrá promesas de que “ahora sí” viene el cambio.

Así, el ciclo sigue: las campañas, las negociaciones, los desplantes, los egos, las traiciones. Un círculo vicioso que da vueltas y vueltas como los juegos mecánicos de la feria. Con la diferencia de que aquí el boleto lo paga el pueblo, y no precisamente barato.

Y sí, de vez en cuando hay proyectos buenos. Pero, pobres de ellos, primero deben pasar por permisos, vetos y bendiciones de la clase política. Como si para inaugurar una obra hubiera que consultar antes al mero Papa. Vivimos en los cacicazgos y más en los municipios.

En resumen, la política hidrocálida no es más que un eterno “juego de la silla”: se levantan, se sientan, cambian de música, pero las sillas siempre son las mismas y las ocupan los mismos apellidos. ¿Y la ciudadanía? Pues viéndolos bailar, entre aburrida y resignada, con la esperanza de que algún día cambien la canción.

 

Hasta parece que esto se escribió en los ochenta.