Cerca de la parroquia donde trabajo hay una persona que vive en una casa de cartón. Parece imposible que en una sociedad como la nuestra en la que se presumen los avances sociales y se lucha por la inclusión existan personas en situación de calle. Cómo él estoy seguro de que muchos, no sólo en nuestra ciudad sino en todo México viven este tipo de realidades que ponen la existencia humana en el límite de la dignidad, eso sin contar la situación de los migrantes centroamericanos que siguen luchando por llegar a la frontera mexicana con Estados Unidos.
Estos días han sido días de lluvias intensas, las afectaciones en la ciudad han sido múltiples: árboles caídos, fallas en el suministro eléctrico, infinidad de baches, sólo por mencionar algunas. Sin embargo, una afectación más, de esas que no salieron en los reportes de daños, fue la de la casa de cartón de esta persona que les cuento.
Quizá pareciera demasiado exagerado de mi parte pensar en esta afectación, pero estoy convencido de que en esta vida todos somos importantes, y como creyentes la desgracia de uno debe ser motivo al menos de una inquietud por el bienestar de la otra persona.
Pude ver el momento en que la casa de cartón de cayó en medio de la tormenta que aquella tarde azotaba nuestra colonia. Algo que me impresionó fue la actitud de aquel hombre: en medio de la tormenta, y al verse completamente desprotegido no se quedó tirado, cierto que la impotencia le hizo lanzar al viento o mejor dicho al mundo algunos gritos con los que manifestaba su impotencia y tristeza frente a tal circunstancia. En medio de la tormenta recogió sus pocas cosas, juntos sus cartones y pedazos de madera y comenzó a hacer lo que pudo desde la tormenta.
Su actitud me lleva a pensar en la resiliencia, en esa fuerza que debemos atesorar en nuestro ser que nos capacita para mantenernos de pie en medio de la tempestad por la que la nuestra existencia de vez en cuando atraviesa. Muchas veces el tamaño de los problemas nos paraliza y pone al descubierto lo poco preparados que estamos para asumir los momentos de prueba. El permanecer sentados, cruzados de brazos, simplemente contemplando como lo que está a nuestro alrededor se desmorona parece que no es la mejor de las opciones.
La creatividad para resolver problemas siempre será un elemento clave. Sin creatividad, la adversidad se convierte en un obstáculo invencible en el que la derrota se convierte en el elemento triunfador. Ninguno de nosotros estamos llamados a vivir contemplando como las cosas a nuestro alrededor se caen. No cedamos a la tentación de la resignación frente a las realidades que podemos cambiar. Cierto es que la vida en ocasiones nos duele a todos, pero la sola contemplación de los problemas sin la acción no servirá de tanto.
Cuando la vida nos haga atravesar por tormentas, aunque nos toque mojarnos no permitamos que la resignación nos detenga. La tormenta siempre será un momento de aprendizaje y de encuentro con Aquel que siempre nos acompaña: Jesucristo.