Puros distraídos y distracciones.
Pues que no pasó nada. ¡Que siga la fiesta! ¡Eh, eh, eh! Que no pare la música, que no pare el confeti, que no se apague la pirotecnia. En el gobierno estatal parecen más preocupados por las luces de bengala que por los incendios reales.
Una vez más, nos enfrentamos a una administración que, con entusiasmo digno de mejor causa, emula aquello que dice combatir: la 4T. Como bien dice el dicho: cuidado con parecerte a tu enemigo, no sea que termines bailando la misma cumbia, pero fuera de ritmo.
Y es que ahora resulta que el enemigo está… ¡en Zacatecas! No en los cárteles ni en la violencia estructural, sino en los ciudadanos zacatecanos que cruzan cada fin de semana la frontera invisible para consumir en nuestras plazas, llenar restaurantes, asistir a conciertos o estudiar en nuestras universidades.
¿Quién les dijo que estamos tan sobrados como para espantar clientes? Porque si bien nos encanta decir que somos "la tierra de la gente buena", últimamente esa bondad se diluye entre actitudes hostiles, discursos incendiarios y una narrativa excluyente.
Dato duro: según la CANACO, Aguascalientes recibe cientos de millones de pesos al año de visitantes zacatecanos. Se estima que el 20?% del total de ventas y consumos en comercio, gastronomía y servicios turísticos proviene de ellos. Pero sí, claro, vamos cancelando eso con pleitos innecesarios.
Ante la incapacidad para enfrentar la crisis de seguridad —que, según el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, reporta un aumento del 18?% en delitos patrimoniales este año—, parece que la nueva estrategia es culpar al vecino.
Como si fuera un juego de Risk, los asesores de Palacio creen que lo mejor es crear un conflicto regional, agitar viejos resentimientos y establecer una narrativa de buenos contra malos. Pero muchos de esos “malos” son familias trabajadoras que vienen no a delinquir, sino a contribuir.
¿No se dan cuenta del daño? La historia nos une con Zacatecas más de lo que algunos quieren reconocer. Antes de ser Estado, Aguascalientes dependía jurídica y administrativamente de Zacatecas. Las raíces son compartidas, los apellidos entrelazados. Esto no es una telenovela de antagonismos: es una historia de hermandad truncada por el capricho.
Mientras tanto, en el reino de los boletines y conferencias sin contenido, se pretende resolver todo a punta de decreto, amenazas a la prensa y discursos de unidad más falsos que abrazos entre políticos en campaña. ¿De verdad creen que una ley mordaza va a frenar el hartazgo ciudadano?
Cada vez más aguascalentenses se quejan de un ambiente hostil: tensiones innecesarias entre vecinos, pleitos de tránsito que escalan a violencia, y una crispación donde ya ni la sonrisa tapatía sobrevive.
Hasta hace poco, sabíamos quién era quién entre los empresarios, de dónde venía su dinero, y se evitaban relaciones con personajes dudosos. Hoy, todo eso ha quedado eclipsado por la obsesión por la selfie, el evento, la fiesta interminable. Si algo definirá este sexenio será: fiesta, confeti y desmemoria.
Y mientras tanto, los distractores cumplen su función: que nadie hable de los contratos sospechosos, de los delitos no investigados, de los negocios familiares, de la falta de resultados.
¿Y los medios? Algunos, tristemente, convertidos en corifeos del poder. Otros, resistiendo con dignidad. Pero todos bajo presión o sospecha.
El síndrome de hubris —esa arrogancia del poder que hace creer al gobernante que es infalible— parece estar haciendo de las suyas. Como advirtió un sabio griego (no uno de TikTok): "Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco de soberbia".
Ojalá alguien ahí adentro recapacite. Que recuerden que el poder es efímero, pero las heridas al tejido social pueden durar generaciones.
Hasta aquí subió la roca.
Columnista itinerante del Lunar Azul