Lunes 18 de Agosto de 2025 | Aguascalientes.

No escuchen a Casandra

Ikuaclanetzi Cardona González | 20/07/2025 | 00:17

Hay mujeres que caminan con los ojos abiertos al abismo. No porque lo busquen, sino porque lo ven. Nadie les cree, por supuesto. El mundo no perdona a quien anticipa su ruina.
 
En la mitología griega, Casandra recibió el don de la profecía y la condena de la incredulidad. Su tragedia no fue solo ver la caída de Troya, sino saberla inevitable mientras los demás celebraban el caballo de madera. En eso consiste el verdadero castigo. Advertir el incendio antes del humo y que, en lugar de escucharte, te llamen loca.
 
El síndrome de Casandra no figura en los manuales de medicina, pero es reconocible en cada activista medioambiental que suplica por los ríos secos, en cada madre que excava con las manos, en cada periodista que nombra al poder y es tachado de paranoico. También en el hartazgo de quienes viven advirtiendo lo evidente en un país que ha hecho del negacionismo su religión civil.
 
En Aguascalientes, Casandra se manifiesta en los cuerpos que buscan sin descanso, en las mujeres que irrumpen en conferencias de prensa para exigir justicia, en las colectivas que denuncian omisiones institucionales, en los rostros que aparecen una y otra vez frente a las cámaras o detrás de una pancarta. Habla con voz firme y datos en la mano. Y la respuesta es el silencio, ese silencio educado, burocrático, aséptico, con el que los gobiernos asienten mientras esperan que todo se olvide.
 
La advertencia no se paga con gratitud. Se paga con desdén. No se le cree al mensajero porque creerle implicaría actuar, y actuar implica perder poder, mover presupuesto, incomodar aliados, mancharse las manos. Es más fácil negarlo todo, criminalizar la profecía, llamar “sensacionalismo” a la verdad incómoda. Mejor ridiculizar a Casandra que admitir que la tragedia es estructural.
 
Pero Casandra insiste. No duerme. No porque no quiera, sino porque sabe. Porque carga con la lucidez como otros con una cruz. Y aunque nadie la escuche, aunque la ignoren, aunque la sepulten en trámites y desdenes, no deja de señalar lo que viene.
 
Quizás porque -en el fondo- sabe que el tiempo no necesita testigos para cumplirse. Que la historia, como los cuerpos, siempre sale a la luz.
 
Y cuando eso pase, cuando todo arda, no será consuelo decir “tenías razón”. Para entonces ya será tarde.