Corría el 28 de enero de 2019 cuando el Ayuntamiento de Aguascalientes, entonces encabezado por una alcaldesa panista con hambre de trascendencia, tocaba las trompetas del triunfalismo fiscal con el boletín No. 1158: “Por primera vez en la historia, el municipio ha pagado toda su deuda pública”.
Se agradecía a las familias del “Corazón de México” por su puntualidad tributaria. Gracias a ellas, decían, no solo se saldaban los compromisos crediticios, sino que se liberaban 50 millones de pesos para futuras administraciones. Se presumía disciplina, se predicaba responsabilidad y se aseguraba que la deuda no era necesaria si había eficiencia.
Aguascalientes, se nos dijo, era ya comparable a Querétaro o San Pedro Garza García. Modelo azul de finanzas sanas. Orgullo conservador.
Pero lo que ayer fue motivo de presumirse, hoy parece estorbo narrativo. Y lo que antes se llamaba “deuda”, hoy se camufla como “compromisos de pago”, “inversiones a futuro” o “proyectos estructurados”. En seis años pasamos del “¡cero deudas!” al “no es deuda, es financiamiento”.
Hoy, desde el gobierno estatal —también emanado del PAN— se ha iniciado un viraje preocupante. Para empezar, en 2023 se aprobó un endeudamiento por 7 mil millones de pesos, con un Congreso dócil y sumiso como telón de fondo. Posteriormente, se solicitó un paquete adicional por 2,800 millones. Y como si eso no fuera suficiente, hace unos días el Ejecutivo estatal pidió al Congreso autorización para un nuevo financiamiento o refinanciamiento por 3,300 millones de pesos, supuestamente destinado a proyectos como el corredor ecológico del Río San Pedro, el SITMA, ciclovías y un blindaje tecnológico. Sin embargo, en los pasillos del poder se comenta que la cifra real podría ser considerablemente mayor. Ante la opacidad legislativa, lo cierto es que ya nadie sabe con precisión cuánto se pretende endeudar al estado esta vez.
¿Deuda? Para nada. Dice la presidenta de la JUCOPO del Congreso del Estado que lo que firmaron con empresas privadas es un “compromiso de pago, no una deuda”. Como si los ciudadanos pudiéramos cubrir los compromisos públicos con semántica.
El asunto es simple: si comprometes recursos futuros por décadas, sin capacidad de cancelarlos ni renegociarlos libremente, estás endeudando al estado. Le pongas el nombre que le pongas.
Lo más grave no es únicamente el monto —que, sumado a lo ya autorizado para el plan hídrico hace unos meses, representa una cifra de endeudamiento sin precedentes en la historia del estado—, sino el modelo opaco con el que se está gestionando. No hay foros ciudadanos, ni rendición de cuentas, ni contralorías independientes. Solo discursos ambiguos y boletines edulcorados.
Y mientras los números crecen, los ciudadanos apenas si nos enteramos de las condiciones contractuales, los plazos, las tasas o los riesgos asociados. En cambio, se repite el viejo mantra de “todo está en regla”, como si el tecnicismo fuera garantía de legitimidad.
¿Y el Congreso? Ciego, sordo y mudo. Pero bien vestido para la foto. Shakiro institucional.
Los aspirantes al 2027 deberían estar tomando notas (y calculadora). Porque si llegan a ganar, lo primero que heredarán no será un gobierno, sino una agenda de pagos. Y cuidado con los discursos de “eficiencia” y “finanzas sanas”, porque el expediente está lleno de compromisos firmados en lo oscurito.
¿Y los panistas nacionales, esos que cada semana denuncian que “la 4T endeudó como nunca”? ¿Ya se dieron cuenta de lo que está ocurriendo en uno de sus principales bastiones? Porque lo que aquí se está fraguando no tiene nada que envidiarle a los créditos de Banobras en el sur del país.
La diferencia es que allá lo cuentan en la mañanera, y aquí ni conferencia de prensa hubo.
Quizá ha llegado el momento de desempolvar aquel boletín 1158 y colgarlo en la oficina del secretario de Finanzas con una leyenda: “Éramos felices y no lo sabíamos”. Porque hoy, lo que se presume ya no es la deuda cero, sino la deuda oculta.
Y al final, la verdadera deuda no es la financiera, sino la política. La que se paga con desconfianza ciudadana, con abstención electoral y con hartazgo institucional.
Porque cuando se juega con los números, se termina apostando el futuro de todos.
Hasta aquí subió la roca.