HAY UN ECOSISTEMA PECULIAR que florece cada mañana en las cafeterías con Wi-Fi. No me refiero a oficinistas apurados ni a los desocupados diletantes que filosofan sobre política con un americano en mano.
HABLO DE ESA VARIEDAD demográfica urbana en vías de profesionalización: los freelances, los nómadas de las ventas, los soldados de fortuna del diseño gráfico. Vamos, los que no tienen oficina, pero sí plazos fatales y compromisos.
LLEGAN TEMPRANO, A VECES incluso antes que los propios baristas, para asegurar la mejor mesa. Esa, la de la esquina con vista a la calle y (detalle esencial) el enchufe al alcance de la laptop. Porque en este microcosmos, el enchufe es el equivalente urbano del abrevadero en las llanuras africanas.
SU CONTROL DEFINE EL ORDEN jerárquico: primero llega el que madruga, segundo el que simula ser amigo del primero, y tercero… el que se resigna a depender de la batería como si fuera un condenado al tiempo.
EN ESTAS OFICINAS IMPROVISADAS nadie habla, pero todos se miran. Hay códigos tácitos: si se quitan los audífonos, es porque están listos para una pausa social.
SI MIRAN FIJAMENTE LA PANTALLA durante más de cinco minutos sin escribir nada, probablemente están espiando una conversación ajena. Y si piden el segundo cappuccino sin haber avanzado nada en su proyecto, entonces ya es terapia ocupacional.
LOS FREELANCES NO VAN A LAS cafeterías solo por el café. Van por el “entorno”. Ese zumbido de fondo hecho de molinillos, platos, charlas discretas y playlists de música instrumental (que recuerda poderosamente el interior de un elevador) que los hacen sentir parte de algo más grande.
NO UNA EMPRESA, CLARO (NO exageremos), sino una especie de secta no declarada, donde todos comparten la misma ilusión: que trabajar sin jefe es libertad pura, cuando en realidad es una carrera de resistencia contra la procrastinación.
¿Y QUÉ DECIR DE LOS VÍNCULOS afectivos con los empleados de la cafetería? Saben sus nombres y aquellos conocen las rutinas de sus clientes habituales mejor que sus madres. Los saludan con un “¿lo de siempre?”, y con eso es suficiente.
EL FREELANCE EN CAFETERÍA ES una criatura solitaria pero social. No busca conversación, pero agradece una sonrisa. No quiere distracciones, pero disfruta escuchar cómo una pareja se pelea bajito en la mesa de al lado. Es testigo involuntario de rupturas, entrevistas de trabajo, confesiones de infidelidad y pactos secretos.
HAY DÍAS SIN MUCHO TRABAJO hecho. Otros, con una nueva idea de negocio, generalmente genial. Pero siempre salen con algo: una frase robada, una mirada cómplice, o al menos la sensación de que son sobrevivientes por otra jornada sin sucumbir al sofá.
LAS CAFETERÍAS CON WI-FI NO son oficinas. Son trincheras de café caliente, salones de estudio emocional, espacios compartidos donde la soledad se disuelve apenas lo justo para recordarnos que, aunque cada uno esté escribiendo su propia historia, todos estamos en la misma página, la misma taza.
@jchessal