Hoy es Pentecostés, celebración entrañable para la Iglesia con la que concluimos el tiempo de la pascua, el cual se ha extendido por 50 días y nos ha dado la oportunidad de reconocer en Jesús Resucitado al motivo central de nuestra fe.
Hablar de Pentecostés es referirnos a la fiesta del Espíritu Santo, tomando el relato del libro de los Hechos de los Apóstoles, contemplamos a los apóstoles reunidos en el cenáculo junto a la virgen María, encerrados por el temor, carentes de parresía que el contacto auténtico con el Resucitado imprime en el corazón de las personas que se disponen a encontrarse con el Él.
Pentecostés tiene su origen en una antigua fiesta agrícola en la cual se ofrecían a los dioses los primeros frutos de la cosecha del año. Más adelante, los judíos celebrarían y celebran hoy el momento en que Dios entregó la Ley a Moisés en el monte Sinaí. Y los cristianos rememoramos el día en que los apóstoles recibieron el Espíritu Santo y fueron llenados de una fuerza tan grande que los impulsó a ser testigos del Evangelio en todo el mundo.
Jesús dice que será el Espíritu Santo el encargado de recordarnos todo lo que Él nos ha enseñado. Estoy convencido que todos tenemos necesidad de volver a Jesús. El Jueves Santo pasado el papa Francisco visitó una prisión en esa ocasió ya no pudo celebrar la misa debido a la enfermedad, al término del encuentro una periodista la pregunto: Santo Padre, ¿qué es lo que le deja a usted su visita a la cárcel? A lo que el papa respondió que cada vez que visitaba una cárcel se le venía una pregunta a su mente: ¿por qué ellos están aquí y yo no?. La respuesta de Francisco no significaba que él había delinquido, sino que reconoce que también los papas tienen necesidad de Jesús, de volver a Él en cada momento. La necesidad de volver a Jesucristo, de centrar toda nuestra vida en Él hace imperiosa la necesidad de la presencia del Espíritu Santo en la vida de todos nosotros.
Sin embargo esta presencia del Espíritu en nuestras vidas reclama docilidad de parte de todos nosotros, dejar de hacernos caso a nosotros mismos para mostarnos disponiblez a la voz del Señor que siempre nos pide algo a todos.
Es el Espírtu quien nos capacita a todos nosotros a ser personas valientes para poder anunciar a todas las personas que Jesús es el Señor. La vivencia y predicación del evangelio no es tarea sencilla: los apóstoles antes del acontecimiento de Pentecostés tenían miedo, ellos estaban encerrados y se sentian imposibilitados para predicar y testimoniar a Jesús. Los ambientes que vivimos ahora tampoco son sencillos para la vivencia de nuestro cristianismo. Convertirse en un cristiano coherente en no pocas ocasiones implica un reto mayúsculo, sin embargo el Espírtu recibido por los apóstoles es el mismo que nosotros podemos recibir, es por eso que hoy más que nunca te invito estimado lector a que digamos con fe: ¡Ven Espíritu Santo!