Pedro F. Lozano Elizondo | 09/04/2025 | 12:18
En medio de la música, las luces y la celebración, dos jóvenes, perdieron la vida mientras realizaban labores de cobertura digital en un festival. Berenice Giles Rivera, de 28 años, y Miguel Ángel Rojas Hernández, de 26, dos jóvenes fotógrafos del medio independiente Mr. Indie. No tenían contrato, ni seguro médico, ni prestaciones. Apenas sobrevivían en un esquema cada vez más común, el del empleo sin derechos.
Más allá de la tristeza, este hecho nos obliga a mirar con seriedad la situación laboral de las y los jóvenes en México. No se trata solo de un caso lamentable. Es un reflejo puntual de una problemática estructural, la precariedad laboral que atraviesa a toda una generación.
Según datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), al cierre de 2024, el 52.4% de los jóvenes entre 15 y 29 años en México se encontraba en condiciones de informalidad laboral. Esto quiere decir que más de la mitad trabaja sin acceso a seguridad social, sin contratos estables, y muchas veces sin ingresos suficientes para cubrir sus necesidades básicas.
El panorama se agrava si consideramos el índice de pobreza laboral juvenil, medido por el CONEVAL, que indica que casi el 45% de los jóvenes ocupados no puede adquirir la canasta alimentaria con su ingreso laboral. En otras palabras, aunque trabajan, no pueden sostenerse por sí mismos.
El fenómeno no es nuevo, pero sí cada vez más complejo. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) ha advertido que en América Latina, y particularmente en México, se está consolidando una “juventud atrapada en empleos inestables, mal remunerados y sin perspectivas de crecimiento” (OIT, 2023). Esto representa un riesgo social y económico a mediano plazo.
Como abogado laboral y miembro de un sindicato con vocación social, me preocupa no solo la fragilidad jurídica de estos vínculos laborales, sino también el debilitamiento del tejido institucional que debería proteger a estos jóvenes. Hemos avanzado en ciertas reformas, como la prohibición del outsourcing abusivo, pero los vacíos normativos persisten, especialmente en sectores emergentes como el trabajo digital, creativo, cultural y de plataformas.
El caso de estos dos jóvenes pone sobre la mesa temas urgentes, como la necesidad de reconocer jurídicamente nuevas formas de trabajo, más allá del esquema tradicional patrón-empleado.La importancia de garantizar un sistema de salud verdaderamente universal, que no dependa de la formalidad del empleo para su acceso.Y sobre todo, la urgencia de discutir una agenda laboral juvenil que contemple no solo el empleo, sino la calidad del mismo.
México, ¿Cómo Vamos? señala que en 2024, solo el 27% de los jóvenes empleados ganaba más de dos salarios mínimos, y más del 60% de ellos carecía de algún tipo de prestación social. Estos datos no deberían ser normalizados.
La juventud mexicana no es perezosa ni está desinteresada. Está activa, informada y deseosa de contribuir. Lo que le falta es un entorno que reconozca su valor con condiciones laborales dignas y sostenibles.
Los jóvenes fallecidos hace unos dias no estaban “comenzando” su camino profesional, ya estaban en él. Y lo transitaban en los márgenes de un sistema que, si no se transforma, seguirá dejando fuera a quienes más lo necesitan. Que sus muertes no pasen como una nota de color o un accidente aislado. Que sirvan, al menos, como un llamado a la reflexión seria y comprometida de lo que implica vivir y trabajaren México siendo joven.