El feminismo es una lucha legítima, nacida de la necesidad de erradicar las violencias y desigualdades que históricamente han afectado a las mujeres. Pero, como en cualquier movimiento social, su fuerza y credibilidad dependen de la coherencia y la ética de quienes lo representan.
El 2025 ha arrancado con un panorama desafiante para las mujeres en el mundo. Desde reformas legales en distintos países que afectan desde los derechos reproductivos, la violencia política, hasta las luchas por el reconocimiento de la labor no remunerada, este año marca un punto crucial en la agenda feminista global.
Vamos entendiendo el feminismo como la lucha por la igualdad de género, que implica que mujeres y hombres, deben tener las mismas oportunidades, recibir los mismos beneficios, las mismas sentencias y ser tratados/as con el mismo respeto.
Lo cierto es que en los últimos tiempos, han surgido casos de mujeres que, lejos de defender los principios feministas, los han utilizado para obtener beneficios personales, incluso a costa de acusaciones falsas o abusos de poder. Es una realidad incómoda, pero necesaria de abordar: la justicia no puede ser selectiva ni el feminismo un escudo para la impunidad. Así como hemos exigido durante décadas que las instituciones y la sociedad crean en las denuncias de las mujeres, también debemos reconocer que hay quienes tergiversan esta lucha para ejercer violencia y manipulación. La falsedad de una acusación no solo destruye la vida de la persona señalada, sino que también debilita la credibilidad de las verdaderas víctimas, generando un efecto devastador para todas.
Ser feminista no es sinónimo de ser infalible ni estar por encima del bien y el mal, ni mucho menos de la ley. Los errores, las incongruencias y los abusos también deben señalarse dentro del movimiento feminista, porque de lo contrario, corremos el riesgo de perder la legitimidad construida con años de lucha. El feminismo no es una herramienta para la venganza ni una excusa para la falta de ética. Él reto está en mantener la mirada crítica y firme y reconocer que el abuso no tiene género y que la búsqueda de justicia debe ser siempre imparcial.
La lucha por la igualdad no se trata de invertir los roles de opresión, sino de erradicar las estructuras de violencia, sin importar quién las ejerza. La responsabilidad está en nuestras manos: si el feminismo es justicia, entonces que lo sea para todas y todos.
En México la agenda feminista tiene asuntos pendientes: la creciente participación política de las mujeres está en el centro del debate, especialmente en un contexto donde las elecciones se perfilan como históricas por la cantidad de candidatas en puestos clave. Sin embargo, esto no significa que el camino esté libre de obstáculos, porque la violencia política de género sigue siendo una barrera que impide la plena participación de las mujeres en la toma de decisiones.
Otro tema fundamental es la economía del cuidado. A pesar de los avances en la visibilización del trabajo doméstico y de cuidados, sigue sin existir un esquema integral de protección social para quienes lo realizan. En un país donde millones de mujeres sostienen la economía a través de este trabajo no remunerado, la urgencia de un sistema de cuidados no puede seguir postergándose.
El empoderamiento económico de las mujeres también está en la agenda. Es imprescindible fortalecer el acceso a recursos, formación y oportunidades laborales, especialmente para las Jefas de Familia que son los pilares en el sostenimiento del hogar.
También en el ámbito internacional hay agenda feminista pendiente, la crisis climática, los conflictos armados y el tema de deportaciones han tenido un impacto desproporcionado en las mujeres, especialmente en aquellas en situación de pobreza o desplazamiento. La intersección entre género y derechos humanos exige una mirada que vaya más allá de las fronteras nacionales y aborde la vulnerabilidad de las mujeres en contextos de emergencia.
Puedo afirmar entonces que los movimientos de mujeres son necesarios y que además y pese a circunstancias negativas, han demostrado una capacidad de organización y resiliencia inquebrantable por sus buenos resultados benéficos para toda la sociedad. Por eso, este año debe ser el año en que la agenda feminista no solo resista, sino que avance con más fuerza, consolidando derechos y construyendo sociedades más justas, inclusivas e igualitarias.
Es momento de preguntarnos: ¿Qué intersección jugamos cada una y cada uno en esta señalada agenda?