Un estudio pionero revela cómo el cuerpo humano se reorganiza considerablemente después de tres días sin comer. Y los beneficios van mucho más allá de la pérdida de peso.
Proteínas e inmunidad
El estudio agrupó los cambios de proteínas en nueve patrones distintos. Algunos aumentaron de forma sostenida, otros disminuyeron bruscamente y algunos mostraron picos en días específicos, una circunstancia que permitió a los científicos rastrear cuándo y cómo el organismo va ajustando sus sistemas metabólicos, inmunitarios y estructurales en ausencia total de alimentos. Por ejemplo, se produjo una menor excreción de nitrógeno, indicando menor degradación muscular a medida que el cuerpo se adaptaba al ayuno, también una reducción de la proteína SWAP70, asociada con la artritis reumatoide o la disminución de HYOU1 (proteína 1 regulada por hipoxia), sustancia relacionada con enfermedades cardíacas.
En otro orden de cosas, los voluntarios perdieron en promedio 5,7 kg durante el ayuno, incluyendo masa grasa y masa magra. Sin embargo, tras reintroducir alimentos durante tres días, la masa muscular se recuperó casi por completo, mientras que la grasa se mantuvo baja. Según los expertos, esto parece indicar que el cuerpo, cuando ayuna de forma controlada, es capaz de preservar el músculo y enfocarse en la quema de grasa, una característica evolutiva clave para la supervivencia.
Sin embargo, no todo son beneficios. Los expertos advierten que un ayuno de siete días también entraña riesgos, como el de deshidratación (ya que el 20% del agua que consumimos proviene de los alimentos), hipotensión ortostática (mareo por bajada de presión al levantarse), pérdida de masa muscular si no se realiza el ayuno correctamente, síndrome de realimentación si se rompe el ayuno bruscamente y desequilibrios de electrolitos. Además, los expertos recuerdan que este tipo de práctica no está recomendada para personas con diabetes, trastornos alimenticios, enfermedades renales, mujeres embarazadas o en lactancia, niños o adolescentes.