LOS TALLERES LIBRES DE MÚSICA

Mucho se dice que en Aguascalientes tuvo lugar la primera Casa de la Cultura, pero lejos de reflexiones historiográficas, sin duda, este modelo ha permanecido con el paso de los años, a pesar los diferentes planes de desarrollo, de las directrices institucionales características de cada sexenio, de las modificaciones a su decreto de creación y a su Ley Estatal de Cultura, así como de la aplicación de las recientes “políticas culturales” lejos de un ejercicio de gobernanza.

La actual Casa de la Cultura “Víctor Sandoval” tuvo diferentes usos; desde casa habitación, pasando por convento y escuela, hasta el uso que desde 1967 se le ha dado como un espacio donde conviven los lenguajes artísticos, como el punto de reunión para diferentes tipos de usuarios e intereses, en torno al quehacer cultural y su administración en los ámbitos de la difusión, promoción y enseñanza como una dependencia más del Gobierno Estatal.

Con el Decreto de Creación del Instituto Cultural de Aguascalientes publicado en 1985, los espacios se han venido multiplicando en términos de centros de enseñanza, animación cultural, casas de la cultura, extensiones culturales, museos, galerías, teatros, plazas, espacios públicos, entro otros; definiéndose así – como lo he comentado en otras colaboraciones –, una de las infraestructuras culturales más completas en relación a otros estados. Del mismo modo, este “Decreto”, ha sufrido una serie de modificaciones para “justificar” oficialmente dicho crecimiento, no solamente en términos de espacios, sino además en su constitución como organismo desconcentrado, con cierta autonomía técnica para la aplicación de los recursos. Independientemente del tránsito a Instituto Cultural, actualmente se le sigue considerando a este espacio “Casa de la Cultura”, con un vasto abanico de opciones suficientes que, mediante sus diferentes dependencias – entre ellas, las casas de la cultura municipales –, cuentan con los recursos humanos, activos e infraestructura necesarios para el desarrollo de la educación musical, con alcance e impacto regional, estatal, nacional e internacional, siempre y cuando se armonicen con un plan de desarrollo eficaz.

El “modelo” de “casas de la cultura”, replicado en diversos lugares de la República por el INBAL, incorporó desde un principio, la instalación de los Talleres Libres como parte medular de su oferta, tomando como antesala en la década de los años 80, a las Unidades de Iniciación Artística, como una estrategia conjunta de exploración de las disciplinas artísticas, para posteriormente, definir el aprendizaje de una disciplina, proporcionando los elementos técnicos básicos sin conocimientos especializados previos. Sin duda, una estrategia eminentemente democrática para poner las expresiones artísticas y su práctica, al alcance de todas y todos. Con el paso del tiempo, estos talleres no solamente surtieron su efecto en la enseñanza de las disciplinas artísticas, sino, además, dieron resultados sociales fehacientes en lo que respecta a la formación de públicos y, posteriormente, en la creación de los talleres de producción, los cuales aseguraban una permanencia constante y especializada, para aquellos que ya habían acreditado los niveles correspondientes a las unidades de iniciación y lo talleres libres.

Actualmente, como lo he argumentado de manera sostenida en colaboraciones anteriores – palabras más, palabras menos –, desde el seno del “modelo de casa de la cultura” y, concretamente en nuestro estado, se adolece de articulación, brújula y proyecto, como resultado – sin necesidad de recurrir a los datos que arrojen u observatorio cultural –, de una indiferencia y compromiso institucional con la enseñanza de las artes a través de los talleres libres, la formación de “nuevos públicos” y la profesionalización de productores. No es posible habar del “hecho artístico”, sin la presencia de los individuos en comunidad que se apropien de la creación artística y, asimismo, tampoco es posible el genuino, constante y permanente consumo de los públicos, sin los servicios de calidad necesarios y suficientes. A este proceso, resulta importante agregar una tercera variable de suma relevancia para todo ejercicio de gestión, con políticas culturales claras: el poner en valor derecho y la obligación que poseen las y los estudiantes de música, para proyectar y difundir sus conocimientos, habilidades y aptitudes en los diferentes espacios, foros y escenarios en forma individual y colectiva.

Las diferentes escuelas y centros de enseñanza del ICA, cierran sus semestres o ciclos escolares habitualmente con conciertos, recitales y exposiciones, dando muestra de las evidencias mínimo indispensables de lo aprendido, resultando así la mejor forma de evaluar y acreditar en contacto directo, real y permanente con los públicos que, definitivamente, representan el termómetro veraz e infalible de toda proyección escénica. Por ello, el esfuerzo que hacen las y los alumnos de música con el invaluable apoyo de los padres de familia o tutores, bajo la orientación pedagógica y didáctica de los profesores, es parte fundamental de una política cultural que tenga por objetivo “hacer comunidad”. No es suficiente el proporcionar el capital humano, la certificación y los recursos necesarios para materializar los procesos y los resultados de enseñanza musical, sin que trasciendan más allá de las aulas o de los cubículos de estudio. En este sentido, es preciso que las y los estudiantes experimenten los aprendizajes que se ponen en juego al subirse a un escenario, reafirmando que lo que ejecutan es válido, legítimo, de interés público y social, como un elemento determinante más para la construcción de la identidad desde la individualidad hacia lo colectivo; ejercicios que, por natura, trascienden al mundo de la configuración cultual.

Subir a los escenarios para evidenciar lo aprendido con otros, resulta con ya se mencionó – un derecho y una obligación – pero, además, una necesidad eminentemente irrenunciable de comunicar, de ser incluidos en encuentros, concursos y festivales que completen su esquema integral de aprendizaje; el ser humano es gregario por naturaleza, necesita comunicar para subsistir. Para tales efectos, los nichos se encuentran ahí, en los talleres libres de música y las agrupaciones, orquestas y coros que de estos se desprendan; no existe promoción cultural traducida en eventos y espectáculos, sin la presencia de la educación artística. Entre los públicos más genuinos para asistir regularmente a las temporadas de conciertos de la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes, se encuentran precisamente en las y los estudiantes de música y, en el más noble, deseable y real de los escenarios, para ocupar atril en encuentros con vocación social, como una parte importantísima de su formación integral. Por ello, las y los estudiantes de música, deben de llevar consigo constantemente los oídos y los ojos expectantes en todo suceso donde se de el fenómeno musical y, asimismo, hacer lo propio como ejecutantes, instrumentistas, emisores y embajadores de dicho fenómeno.

Donde las palabras fallan, la música habla (Hans Christian Andersen). En el pasado mes de julio, Aguascalientes fue sede del “Primer Encuentro Nacional de Orquestas y Coros Esperanza Azteca”, “encuentro interinstitucional” según se anunció, celebrado entre el Instituto Cultural, la Fundación Esperanza Azteca y la Universidad Panamericana Campus Aguascalientes; un evento que reunió el “talento” de manera aislada de niñas, niños y adolescentes del Estado, así como de Chiapas, Puebla, Tlaxcala, Estado de México, Ciudad de México, Colima, Zacatecas, Chihuahua, Nuevo León, Puebla y Coahuila, en donde participaron más de 200 menores en 15 agrupaciones distintas, con el propósito de conformar la Orquesta y el Coro Nacional “Esperanza Azteca”. Esta “fundación” tiene por objetivo, el poner las condiciones para “el acceso universal a la cultura y el fortalecer la importancia de la educación musical”; propósito que, en principio, parece limítrofe y ambiguo, es decir, no revela nada con relación a la riqueza de la enseñanza musical como valor social e identitario, quedando solamente en el supuesto que – mediante la lectura entre líneas –, para los que conocemos el espíritu y vocación de los encuentros musicales y, del mismo modo, del papel de los protagonistas que los llevan a cabo responsablemente en términos de planeación, organización y ejecución, dista mucho de los resultados obtenidos a corto, mediano y largo plazo en las prácticas musicales que efectivamente hagan comunidad con este tipo de “encuentros”. Cabe así decirlo…, la finalidad de estas “fundaciones”, apéndices de grandes empresas, capitales e intereses económicos, radica particularmente en estrategias esquivas frente a responsabilidades hacendarias.
La mecánica de este “encuentro de esperanza” de dimensión y alcance nacional, consistió en dos días de ensayos en las instalaciones de la Universidad Panamericana , en la cual se enfocaron al “fortalecimiento de la técnica musical y la convivencia”, para posteriormente llevar un concierto en el Teatro Aguascalientes, supongo yo, como resultado de ese “fortalecimiento de la técnica” – dos escasos días para lo que requiere dedicación, rigor y disciplina en años de estudio –, […] tocar sin alma es como hablar sin sentido (Franz Liszt). Todo ello, “gracias a las políticas públicas impulsadas en la entidad, que promueven la cultura y contribuyen a la construcción de un tejido social fuerte, donde la música desempeña un papel fundamental”, afirmaciones que dieron lugar como parte del mismo discurso institucional compartido a los medios en aquel momento. Cabe mencionar que en este “encuentro”, no participaron agrupaciones como resultado de la enseñanza musical de las casas de la cultura y centros de enseñanza… reflexionando objetivamente... fue lo mejor; los esfuerzos profesionales, nobles y transparentes de los cuadros docentes de música, no deben jamás de corromperse a costa de las y los alumnos. 

La música comienza donde terminan las palabras (Claude Debussy). La música trasciende fronteras, hace comunidad y promueve nuevas y mejores formas de convivencia humana, posee bondades transversales inagotables, consolida arraigos identitarios… construye cultura. El Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles, respaldado por la Fundación Simón Bolívar, como un programa público de enseñanza musical, desde 1979 ha tenido por objetivo la sistematización de la práctica colectiva e individual de la música, mediante agrupaciones orquestales, sinfónicas y coros bajo principios humanistas a favor de la organización social. Un todo impulsado por el músico y director de orquesta venezolano José Antonio Abreu, en una “acción social para la música”. Como estrategia emergente ante tejidos sociales seriamente lastimados desde las infancias latinoamericanas, esta fundación fincó sus esfuerzos en proporcionar “una nueva vida” a las y los menores bajo la influencia de la música. Un método educativo - musical de vanguardia para consolidar la transformación social e intelectual, por medio de intercambios y la cooperación. Definitivamente, un proyecto de estado sin pacto alguno con los intereses económicos de la iniciativa privada.

Las filas de jóvenes músicos de las agrupaciones de “Esperanza Azteca”, no están conformadas por el resultado de la enseñanza de la misma fundación; están integradas en su mayoría, por alumnos formados a través de los talleres libres de las Casas de la Cultura y centros de enseñanza de diferentes puntos de la República, incluyendo desde luego a Aguascalientes. Las vocaciones entre los institutos y secretarias de cultura estatales en relación a este tipo de “fundaciones”, son abismalmente diferentes; persiguen objetivos opuestos y, resulta inadmisible que, con el capital humano en términos de docentes, infraestructura y presupuestos – mal orientados y administrados –, no sean capitalizados a través de una mínima sensibilidad social institucional, prefiriendo figurar como apéndices de intereses económicos de quistes monopólicos que evaden sus responsabilidades hacendarias, “justificando” con este “encuentro”, las funciones de una institución de cultura pública, financiada con los impuestos de los ciudadanos que sí asumen sus responsabilidades fiscales. Reza el dicho popular: “¡nadie sabe para quién trabaja!” Inocencia, negligencia, descuido por falta de perfiles institucionales idóneos o intencionalidad premeditada…

“Nada nuevo hay bajo el sol”. El modelo de Orquestas Sinfónicas y Coros Infantiles y Juveniles desarrollado en Venezuela, ha sido como producto de la enseñanza artística especialmente de los talleres en centros de enseñanza públicos, un sistema adoptado por muchos países, especialmente en América Latina y por algunas secretarías e institutos de la República Mexicana por medio de sus casas de cultura. La desaparecida Orquesta Sinfónica Infantil del PROEA – Programa de Educación Artística en el Nivel Básico, fundada en el año 2001, adoptó este modelo comunitario de enseñanza y difusión de la música, con la participación de más de 100 niñas y niños de diferentes escuelas públicas de la zona oriente de la Ciudad de Aguascalientes. Del mismo modo, este tipo de esfuerzos institucionales también dieron lugar a la Consolidación del Orquesta Juvenil del ICA y del Centro de Estudios Musicales “Manuel M. Ponce” en la segunda mitad de la década de los 80 y, la Universidad de las Artes en el 2010, instituyó su primera Orquesta y Coro Juvenil realizando conciertos en diferentes foros de comunidades vulnerables. Tres iniciativas, entre otras, con participación activa y constante que pusieron el énfasis en un ejercicio genuinamente democrático para transformación; para hacer del fenómeno musical un aliado ineludible que favorezcan las condiciones de bienestar.

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