Mientras México celebra cada nuevo tratado o fotografía oficial que presume cercanía con Estados Unidos, una noticia pasó casi desapercibida, pero debería preocuparnos —y mucho—: Ford Motor Company invertirá 700 millones de dólares en Argentina para fabricar la versión híbrida enchufable de su pick-up Ranger.
La planta de General Pacheco, en Buenos Aires, se convertirá en el único centro productivo de Ford en Sudamérica y exportará más del 70 % de su producción a otros países de la región.
Detrás del anuncio hay algo más que ingeniería: hay un mensaje político, geoeconómico y estratégico.
¿Por qué Ford eligió ampliar su apuesta en Argentina y no en México, donde ya tiene infraestructura, talento y cercanía con el mayor mercado del mundo?
El nuevo eje: Washington–Buenos Aires
Bajo el liderazgo de Javier Milei, Argentina ha dejado de ser un país periférico para convertirse en nuevo socio estratégico de Washington.
En febrero, el secretario de Estado Antony Blinken calificó a Milei como “un aliado comprometido con la libertad económica”.
En octubre, Donald Trump lo definió como “el modelo que América Latina necesita”.
El Center for Strategic & International Studies describió esta relación como “una re-alineación estratégica de América Latina hacia Estados Unidos, con Argentina como punta de lanza.”
Traducido al lenguaje empresarial: las corporaciones globales están leyendo las señales políticas, y Ford responde a la certidumbre de un gobierno que ofrece apertura total, desregulación y afinidad ideológica con la nueva narrativa pro-mercado de Washington.
Ford no invierte solo en Argentina: invierte en un discurso que promete estabilidad y confianza.
México: entre el discurso y la desconexión
México sigue siendo potencia manufacturera, pero los síntomas de desgaste son evidentes.
El nearshoring se volvió palabra mágica, no política de Estado.
Varias inversiones que se anunciaron con euforia aún no se concretan o se redirigieron a otras latitudes.
Nuestro país enfrenta una ecuación peligrosa: certidumbre jurídica y energética limitada, logística saturada, reformas laborales que encarecen la operación y un discurso económico que ya no conecta con el apetito del capital global.
Mientras tanto, Argentina ha tejido nuevas alianzas con Estados Unidos y Europa, enviando una señal poderosa: “Aquí hay libertad para invertir.”
Y Ford, con visión continental, supo leer esa tendencia mejor que nadie.
“El capital no vota, pero decide. Y cuando decide, se mueve hacia donde siente menos riesgo y más afinidad.”
Argentina: el laboratorio neoliberal del siglo XXI
La planta de Ford en Pacheco producirá más de 80 000 unidades anuales, incorporando tecnología híbrida y estándares de exportación avanzados.
No es una fábrica de bajo costo, sino un nodo tecnológico de nueva generación.
El gobierno de Milei eliminó subsidios, desreguló importaciones y ofreció incentivos específicos a las automotrices para reactivar su balanza comercial.
Los analistas lo llaman “una apuesta de alto riesgo, pero de alta recompensa.”
Y el capital internacional —de Ford a las mineras del litio— parece dispuesto a correrla.
Argentina se está convirtiendo en el laboratorio económico más audaz de América Latina, donde el libre mercado se pone a prueba sin intermediarios.
Y mientras México espera “las condiciones ideales”, otros países simplemente las crean.
La advertencia que México no puede ignorar
Lo que está en juego no es solo una inversión: es el liderazgo industrial latinoamericano.
Durante décadas, México fue sinónimo de manufactura avanzada, integración regional y estabilidad.
Hoy, esa posición se ve amenazada por nuevos polos que combinan política pro-mercado y diplomacia directa con Washington.
El 25th Global Automotive Executive Survey 2025 de KPMG advierte que:
68 % de los líderes globales cree que los nuevos competidores —principalmente asiáticos— desplazarán a las armadoras tradicionales antes de 2030, y
solo 15 % de las empresas está transformando la disrupción en ventaja competitiva.
Las decisiones que hoy parecen técnicas —como el cierre de COMPAS o la consolidación de Nissan— son en realidad movimientos de supervivencia en un tablero donde la política industrial se ha vuelto la nueva moneda de poder.
El cierre de COMPAS: una lección que no debe repetirse
El anuncio del cierre de COMPAS (Cooperation Manufacturing Plant Aguascalientes) —la alianza Nissan-Mercedes-Benz creada en 2015 con una inversión de mil millones de dólares— marcó el fin de un proyecto que nació como símbolo de innovación binacional y terminó víctima de su desconexión con el mercado.
COMPAS es el espejo de lo que ocurre cuando un país no consolida su política de contenido local, transferencia tecnológica y desarrollo de proveeduría.
Las fábricas pueden cerrarse, pero las capacidades perdidas tardan años en recuperarse.
Lo que viene
La industria automotriz mexicana no necesita más discursos de éxito: necesita una estrategia real de soberanía industrial.
El futuro no se moverá solo por cercanía geográfica, sino por energía, integración digital y trazabilidad.
México tiene talento, ubicación y experiencia, pero le urge alinear visión, política y competitividad antes de la revisión del T-MEC 2026.
Paradójicamente, mientras discutimos sobre electromovilidad, inteligencia artificial y cadenas de suministro del futuro, la industria mexicana lleva días detenida en carreteras bloqueadas.
Una nación que aspira a liderar el nearshoring no puede permitirse que su logística sea rehén de la falta de diálogo.
La competitividad no solo se construye con tratados o inversiones, sino con gobernabilidad, certeza y respeto al trabajo productivo.
Porque mientras el mundo acelera hacia la electromovilidad, México no puede seguir detenido en los bloqueos del corto plazo.
Implicaciones para México
México necesita redefinir su política industrial con visión de largo plazo y propósito de Estado. No se trata de atraer inversión a cualquier costo, sino de gobernarla estratégicamente: garantizando energía suficiente y limpia, infraestructura logística moderna, seguridad en carreteras y un marco jurídico estable que brinde confianza a los inversionistas y certeza a la industria. Sin competitividad interna, ningún tratado o alianza global será suficiente para sostener nuestro liderazgo.
También es urgente fortalecer la diplomacia económica. México debe recuperar protagonismo frente a Washington desde la cooperación técnica, no la dependencia política, y al mismo tiempo diversificar sus alianzas con Asia y Europa en torno a la innovación, la tecnología y el desarrollo sostenible. La voz industrial mexicana debe volver a pesar en la conversación global sobre electromovilidad, cadenas de valor y transición energética.
En paralelo, el país debe reconstruir su base productiva nacional. Impulsar la integración progresiva de contenido local, la digitalización de las certificaciones y la inclusión activa de MIPYMEs en las cadenas de proveeduría. Y, sobre todo, aprender de los cierres industriales: cada planta que se apaga —como COMPAS— debe ser una lección de política económica, no una estadística del fracaso. Los cierres no son pérdidas inevitables; son recordatorios de lo que ocurre cuando se carece de estrategia, continuidad y visión compartida.
Conclusión
Ford no solo ensamblará una pick-up híbrida: está ensamblando la nueva geografía del poder industrial americano.
Y mientras Argentina acelera con rumbo definido, México no puede quedarse entre la retórica y la inercia.
El desafío no es mantenernos en el mapa, sino seguir conduciendo el futuro.
Porque la fuerza de la industria no está solo en la maquinaria o la tecnología, sino en la visión, la innovación y la unidad de quienes la impulsan.