Entre calaveras y olvidos

Crónicas con labial

Cada año, el Desfile de Calaveras debería sentirse como un abrazo entre la memoria y la identidad. Un recordatorio de que Aguascalientes no sólo celebra la muerte, sino que honra la vida a través de la creatividad, el arte y la historia. Pero últimamente, algo se siente distinto. Las calles se llenan, sí, pero la esencia parece desvanecerse entre los reflectores y la prisa por hacer del Día de Muertos otro evento más para las redes sociales.

El Desfile nació como una manifestación cultural, una manera de rendir tributo a José Guadalupe Posada y a su legado inmortal. Sin embargo, con el paso de los años se ha vuelto más espectáculo que tradición, más escaparate que homenaje. Se nota en las comparsas apresuradas, en el público que observa con el celular en alto, pero con el corazón un poco más lejos.

No es que falte entusiasmo, sino apoyo. Las agrupaciones locales, los colectivos culturales y los artesanos que dan vida a estas celebraciones muchas veces trabajan con recursos limitados, sin incentivos ni reconocimiento real. Y aun así, cada año logran vestir de magia las calles, transformar la noche en un lienzo de papel picado y cempasúchil. Pero su esfuerzo no debería depender de la voluntad individual, sino del compromiso colectivo: el de un gobierno que preserve, el de una ciudadanía que valore y el de una ciudad que no olvide.
Porque las tradiciones no se pierden de golpe. Se van apagando poco a poco, cuando dejamos de sentirlas propias, cuando se vuelven solo “actividades turísticas” en lugar de rituales del alma.

El Desfile de Calaveras sigue siendo un motivo de orgullo, sí, pero también un recordatorio de lo frágil que puede ser nuestra identidad si la descuidamos.
Quizá este año, entre el murmullo de las calaveras gigantes y el eco de las bandas, valga la pena detenernos un momento. Mirar a nuestro alrededor y preguntarnos si seguimos celebrando a nuestros muertos… o si sólo los estamos viendo pasar.

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