Sin maíz no hay país… pero sin vergüenza sí hay gobierno

Desde el Lunar Azul

Buen día, estimados lectores de este Lunar Azul. Fin de semana ya, y hoy toca hablar del “elefante en la sala” —ese que no aparece en “la mañanera”, pero que existe, resopla y pisa fuerte.

Durante años gritamos con orgullo: “Sin maíz no hay país.”
Hoy suena más a epitafio que a consigna.Y sin campesinos, tampoco hay futuro.

El campo mexicano no agoniza de cansancio, sino de abandono.
Lo que muere —día tras día— es la vergüenza de una clase política que se dice heredera del “pueblo bueno”, pero vive instalada en la contrarrevolución del privilegio.

Desde los escritorios alfombrados se anuncia el “rescate del agro”, mientras en los caminos rurales florecen retenes, cobros de piso y cuotas del miedo.

Los productores ya no siembran: sobreviven.

Hace poco, los bloqueos campesinos irritaban al ciudadano urbano.
Hoy algo cambió. En lugar de insultos, hubo botellas de agua, tortillas compartidas y oídos dispuestos.

La gente entendió que quienes dormían sobre el asfalto no pedían caridad, sino justicia.

Tardó décadas en germinar la empatía, pero por fin brotó.

El impuesto del miedo

En los surcos del país se impone un nuevo tributo: el impuesto del miedo.
Cada kilo de maíz o aguacate lleva un costo que no aparece en las cifras del INEGI: la extorsión.

Mientras tanto, el gobierno presume productividad y guarda silencio ante la violencia que seca la esperanza.

Y los diputados, entre discursos vacíos y sombreros prestados, repiten que “el campo florece”.Sí, florece… pero solo en sus estadísticas de campaña.

Diputados de saliva, pueblo de callos

Los legisladores practican una disciplina olímpica: la hipocresía sincronizada.
Desde oficinas climatizadas critican a los manifestantes porque “afectan la economía”, sin entender que esos manifestantes son la economía.
Hablan de “orden” sin haber sembrado una hectárea, y de “paz social” mientras su guerra es contra la incomodidad.

Desprecian al que bloquea una carretera, pero no al que bloquea el futuro del país con corrupción y simulación.

La política mexicana es un espejo deformado: quien trabaja la tierra es tratado como estorbo, y quien la vende en concesiones millonarias, condecorado con aplausos.

SADER: insensible, ausente y de espaldas al campo

Mientras los campesinos ruegan por precios justos, las grandes corporaciones —MINSA, MASECA, Monsanto— se reparten el banquete del maíz.
Y SADER, con su tono refrigerado de oficina, lanza titulares que suenan a epitafios burocráticos:

“El campo va bien”“Hay autosuficiencia alimentaria”“Vamos por la soberanía del maíz”.Soberanía, sí… pero de las trasnacionales.

El campo se volvió rehén de corporaciones que siembran dependencia y cosechan poder, y el gobierno, dócil, les aplaude con la misma mano con la que niega apoyo al pequeño productor.

Día de Muertos: el altar del olvido

En estos días de velas y altares, recordamos a quienes nos dieron vida y raíz.
Nos hemos vuelto un país que honra al campesino solo cuando está en una fotografía sepia del set de la Feria de San Marcos de hace años, no cuando está vivo exigiendo justicia.

El campo no muere por sequía: muere por desmemoria.
Nos alejamos de nuestras raíces y, al hacerlo, enterramos una parte de nosotros mismos.

La cosecha del olvido

El campo mexicano no muere solo: lo matan.Lo matan la corrupción, la extorsión, la indiferencia y el cinismo de quienes deberían protegerlo.
Mientras el campesino siembra con miedo, los funcionarios brindan con champaña y discurso.

Quizá por eso, en este Día de Muertos, deberíamos colocar en el altar algo más que flores y pan: un espejo.

Porque el día que el campo deje de sembrar, no habrá quien coseche el pan ni quien encienda la vela.

Hay quienes siembran silencio, creyendo que el pueblo no germina.
Pero el pueblo, aunque tarde, siempre brota.

El mismo pueblo bueno que creyó que uno de los suyos había llegado al poder —ese que hoy descansa en Palenque, rodeado de aplausos y nostalgias— quizá empiece a despertar del engaño.

Porque mientras se defiende con pasión “la barredora”, se deja morir al campesino que siembra el alimento.

Y ahí, entre la tierra seca y el maíz que ya no germina, se asoma la verdadera traición: la del gobierno que se dice del pueblo, pero olvida al pueblo que lo hizo posible.

PD. A ver si este fin de semana por fin se llena la Monumental.
Tal vez regalar boletos funcione, al menos para distraer al respetable de lo que sí importa: el país que se nos muere de hambre y de cinismo.

Hasta aquí subió la roca.

Por: Sísifo

Columnista itinerante del Lunar Azul

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