La larga noche del PAN y el amanecer naranja

Desde el Lunar Azul

Buen jueves, estimado lectores de este Lunar Azul.

Pues nada, que ante la inminente visita del presidente nacional del blanquiazul, Jorge Romero, a estas tierras hidrocachondas, apareció —como por acto reflejo— una encuesta de México Elige donde el 70% de los panistas consultados dicen que sí quieren alianza… pero con Movimiento Ciudadano, preferentemente.

Suponemos que antes de anunciar la solemne decisión de “reencontrarse consigo mismo” y dar por concluida la temporada de promiscuidades políticas, el PAN nacional levantó algún sondeo o hizo trabajo de campo para medir el impacto. Porque, seamos francos, después del extravío ideológico y los bisnes del innombrable —ese que hoy deambula por el Senado con cara de penitente—, el comité encabezado por Jorge Romero necesita algo más que discursos moralistas para reconciliarse con su militancia.

Y no es menor el asunto: en plazas como Nuevo León, y sobre todo en nuestras aguascachondas, la decisión levantó más de una ceja. Aquí, donde los panaderos que aún detentan la patente de corso azul no comulgan del todo con Jorge ni con su séquito de estrategas capitalinos, la visita promete ser más un examen de conciencia que un acto de unidad. Romero viene a medirle el agua a los camotes y, de paso, a escuchar lo que muchos militantes solo se atreven a decir en corto: que el PAN está más fracturado que un jarrón viejo, dividido entre los nostálgicos del pasado heroico y los pragmáticos que ya miran a MC como tabla de salvación electoral.

Y es que la encuesta no miente. En la comentocracia se empieza a ver con buenos ojos una alianza entre blanquiazules y naranjas. No se lo digan a los de MC, pero en el “guarrom” de los guindas ya se percibe cierta inquietud por el avance sigiloso —aunque constante— del partido del mejor militante y más eficaz recaudador de votos del país: el siempre entonado Yuawi López. Dicen que hasta el abonero evasor, alias “Tío Richie”, ya lo quiere fichar para su tonada de campaña.

Mientras tanto, en el bando naranja, la calma parece ser estrategia. La coordinadora estatal ha sabido mantener la casa en orden sin estridencias, y eso que el partido cuenta con personajes de fuerte carácter político. Ahí está, por ejemplo, la regidora capitalina Karla Espinoza, un diamante con potencial electoral real, que con el acompañamiento adecuado podría convertirse en una figura de peso en la capital. Y por el otro lado, el divo del ayuntamiento de Jesús María, un cuadro con aspiraciones y carisma, que de encontrar la brújula podría ser pieza clave en el tablero local.

Pese a las distracciones —como el espejismo que representó la soñadora Lore—, MC ha seguido creciendo en preferencia electoral. Ya no solo preocupa a los guindas, sino también a los panuchos, que ven cómo su voto duro se va evaporando mientras los naranjas consolidan presencia en sectores jóvenes, urbanos y empresariales. Solo falta que MC se decida a izar las velas del buque naranja y empiece a pescar entre los electores y actores políticos que buscan una opción fresca, sin el desgaste moral ni los pleitos de familia que carcomen a las viejas siglas.

Y el momento no puede ser más propicio: en noviembre vence el periodo de la actual coordinación estatal. Una oportunidad dorada para que el “calcio” zacatecano muestre el rostro, y junto con Don Dante, el Jr., Doña Patricia e Ivonne, armen el trabuco que podría ser con —o sin— alianza, en las aguascachondas. La coyuntura está servida; solo falta que alguien se atreva a cocinarla.

PAN y MC rumbo a 2027: el matrimonio imposible que todos desean

Hacia 2027, el dilema del PAN será existencial: seguir apostando a la pureza doctrinaria —que ya pocos entienden— o aceptar que la política moderna es un mercado donde la lealtad se mide en votos, no en credos. Si insiste en caminar solo, el blanquiazul corre el riesgo de convertirse en un partido testimonial, nostálgico y en proceso de museificación. Pero si se abre a una alianza pragmática con MC, podría recuperar parte del voto urbano y moderado que perdió ante Morena.

Por su parte, Movimiento Ciudadano enfrenta su propia disyuntiva: definirse como proyecto autónomo de largo aliento o caer en la tentación del oportunismo coyuntural. Su mayor fortaleza —el discurso fresco, el desencanto ciudadano y el liderazgo carismático de figuras jóvenes— puede volverse su debilidad si no se traduce en estructura territorial y cuadros sólidos. Pero si logran combinar el músculo organizativo del PAN con la narrativa moderna del naranja, podrían redefinir el mapa político del país, empezando por estados como Aguascalientes, donde las identidades partidistas tradicionales ya no pesan tanto como antes.

En el fondo, tanto panistas como naranjas se enfrentan al mismo espejo: el de la sobrevivencia política en tiempos de desconfianza social. La alianza no solo sería electoral, sino simbólica: una reconciliación entre la tradición y la innovación, entre la derecha institucional y el liberalismo urbano. Claro, eso si las vanidades lo permiten.

Porque, como en toda historia mexicana de poder, aquí también hay más egos que estrategias, más marketing que militancia y más selfies que convicciones.

Pero quién sabe… quizá en 2027, cuando el lince vuelva a recorrer las noches hidrocachondas, la margarita azul ya no tenga pétalos que deshojar, y el barco naranja haya aprendido a navegar sin miedo a los tiburones.

Hasta aquí subió la roca.

Por: Sísifo

Columnista itinerante del Lunar Azul

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