Lunes 13 de Octubre de 2025 | Aguascalientes.

Educación, Arte, Pensamiento y Sociedad

Javier Velasco | 11/10/2025 | 13:33

En 1999 a través del Instituto Cultural en coordinación con el Instituto de Educación de Aguascalientes, comenzaron los trabajos en torno a la planeación del “Programa de Educación Artística en el Nivel Básico”, conocido inicialmente como PROEA y posteriormente PROARTE. En una de las sesiones de planeación integradas por equipos interdisciplinarios involucrados con la enseñanza artística local, surgieron una serie de reflexiones en torno al todavía vigente, en aquel entonces, Plan de Actividades Culturales en Apoyo a la Educación Primaria; un programa con alcance nacional impulsado por la Secretaría de Educación Pública y el extinto Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, en cual Aguascalientes había participado ocho años atrás dando resultados trascendentes y, debido a la relajación de voluntades políticas estatales, se había dejado de lado por no considerarlo una estrategia educativa prioritaria. De esta manera, ambas instituciones sensibles de contar con enseñanza artística de calidad en las escuelas públicas, decidieron, además, retomar las actividades de dicho “Plan”, como una estrategia articulada entre el sistema educativo y la gestión cultural. De esta manera, el PACAEP y el PROEA realizaron trabajos conjuntos haciendo de las aulas de clase, laboratorios de promoción y fomento de la cultura, entre los profesores titulares frente a grupo y los entonces denominados “profesores talleristas” respectivamente.

El PACAEP inicia en el año de 1983 bajo la coordinación del pedagogo José Luis Hernández. Surge de una propuesta metodológica que promueve el aprecio, conservación y desarrollo de la cultura en las aulas de clase mediante la práctica docente, revitalizando las raíces de la identidad de la realidad infantil, con base en la elaboración de proyectos que ponen el énfasis en el desarrollo de “comunidad”. Concebir la escuela primaria como un espacio de participación, inclusión, difusión, gestión y creación de la cultura regional, representó el estandarte pedagógico de este “Plan”, hasta su desaparición en el año 2002 en el escenario nacional.

Enriquecer el juicio critico de las y los alumnos por medio de estrategias pedagógicas a través de la creatividad y la imaginación, de una lectura clara de los entornos inmediatos de los educandos, trascendiendo así, a las aulas de clase, a los muros de las escuelas y considerando al profesor de primaria el principal promotor de este fenómeno educativo, fue sin duda, la estrategia nacional que logró hacer de la educación básica algo más que un proveedor de conocimientos agrupados estrictamente en niveles de acreditación, dejando de lado la enseñanza rígida y poniendo en valor las bondades didácticas coronadas por el juego; el “juego creativo” que, por naturaleza y derecho le pertenecen a las y los niños, como la única y mejor la forma de “aprender a ser y hacer” y “ser para aprender”; porque en el “ser para aprender” es donde se encuentra el origen de los valores identitarios, desde lo individual a lo grupal, creando lazos genuinos para construir comunidad.

Conceptualizar la cultura en su amplitud y complejidad, es considerarla como un proceso tanto individual como colectivo, en donde las formas de concebir y percibir e interpretar el mundo, parten de los entornos reales e inmediatos, de la interrelación con el ambiente físico y social, la cual se observa en los productos materiales y en la manera en cómo son usados; en las costumbres, tradiciones, credos, rituales, fiestas, prácticas sociales, procesos de trabajo e ideologías; en todo aquello en lo cual se vive un sentido de pertenencia social, representó en esencia medular la práctica docente del PACAEP.

“A través de la cultura, que todos los pueblos expresan formas específicas de ser, que permiten a sus miembros identificarse entre sí y ser reconocidos por otros. Es innegable que toda persona pertenece a algún grupo, tenemos con otros una historia en común y nos encontramos en un contexto social determinado. Por ello aceptar que todos los pueblos producimos cultura implica el reconocimiento de la diversidad cultural inherente” (SEP, PACAEP. Modulo rector, p.12). En este sentido, el PACAEP representó una propuesta abierta al magisterio para desarrollarla en procesos y realidades particulares, estableciendo puentes entre la escuela y la comunidad, ofreciendo alternativas de creación y recreación cultural, partiendo de la heterogeneidad cultural de los pueblos y su inagotable variedad de costumbres y tradiciones, no solamente entre las regiones, sino desde el interior mismo de cada una de ellas. Por ello e indiscutiblemente, la pluralidad cultural es el factor detonante y determinante que impulsa de manera inevitable el desarrollo… el bienestar social. 

En el año 2000, mientras los “profesores talleristas” del PROEA hacían lo propio en las escuelas primarias en materia de educación artística de acuerdo a sus perfiles, el “maestro de actividades culturales” del PACAEP, con base en la metodología de proyectos, realizaban acciones sustantivas que ponían en relieve y en valor, los recursos y la inventiva para promover la cultura en el espacio escolar, organizando por ejemplo, exposiciones y museos comunitarios, recitales musicales, obras de teatro, murales, frisos, intercambios culturales y académicos, dando una sólida presencia a la escuela dentro de la comunidad… en el barrio, colonia, fraccionamiento o asentamiento, involucrando autoridades civiles y educativas.

El PACAEP percibió a la escuela como una “espacio social”, en el que sí, por vocación, se construyen conocimientos y se aprende por medio de competencias, pero, sobre todo, se adquieren valores, se forman hábitos para aprender a “ser y hacer” y se construye identidad; dinámica que influye y determina la cosmovisión de los individuos, susceptibles a organizar el fenómeno educativo de manera conjunta, por cada uno de los miembros que conforman y hacen comunidad, asumiendo sus papeles como agentes de cambio, donde todos y cada uno participan haciendo para transformar; desde el conserje hasta el director de la escuela, desde el director de la escuela hasta los profesores, de los profesores hasta los padres de familia y, finalmente, desde a la comunidad de manera recíproca, cíclica, articulada y planeada.

El rostro pedagógico del PACAEP se sustentó a través de tres propósitos: primero, “fortalecer la identidad cultural de los maestros en su proceso de enseñanza y aprendizaje”, reconociéndolos como miembros legítimos de una comunidad, haciendo de los valores pautas de comportamiento de la misma, fortaleciendo el sentido de pertenencia y arraigo y, asimismo, promoviendo el intercambio con otros para vincular así, el proceso educativo con la realidad sociocultural; segundo, “brindar al educador y al educando oportunidades de acceso y participación al patrimonio y quehacer cultural”, a los bienes, valores, servicios y productos que conforman el patrimonio, promoviendo la participación de las y los niños como protagonistas ineludibles de ese quehacer; y tercero, “revitalizar la práctica docente a través de nuevas herramientas metodológicas en la formación integral del educando”, complementando y enriqueciendo los contenidos programáticos y los libros de texto desde la perspectiva cultural, realizando un esfuerzo constante para promover la adquisición de hábitos y conocimientos que incrementen en las y los menores la confianza en sí mismos sin fomentar en un afán de erudición, abriendo causes de energía a su imaginación, iniciativa, poder de fantasía e industriosidad.

Regresando a aquellas largas reuniones de planeación, donde surge nuevamente la adopción del PACAEP en la entidad, recuerdo una bella y sensata reflexión de uno de los compañeros… un amigo entrañable, protagonista fundamental de ambos programas, el profesor de música Edmundo Esparza Moreno: “el día que las y los niños vayan con gusto a la escuela, a aprender divirtiéndose, esperando que pase la noche para el día siguiente, llegar a la primera hora a clase, esperar al profesor tallerista o a su maestro de actividades culturales con alegría, euforia y deseo… ese día, habremos hecho nuestra honrada labor con actitud humilde, vocación de servicio y sensibles que la educación básica puede cambiar; esto solo será posible mediante estos dos programas sin precedente”. Con esta reflexión finalizó invitando a los lectores al análisis y al ejercicio crítico y, de igual forma, extiendo una invitación respetuosa a las autoridades educativas y aquellas encargadas de la gestión cultural en el estado, compartiéndoles siempre generoso lo siguiente: el PROEA, ahora PROARTE, NO BEDE SER UNA CORTINA DE HUMNO con metas personales y políticas, ni una forma de vanagloriarse institucionalmente con egos desgastados por los reflectores; los reflectores debe estar en las escuelas, en los centros de animación cultural, iluminando a las y los niños de nuestro estado. “El PROARTE” actualmente es, en su estricta dimensión, un “compromiso de campaña” con un afán de sumar votos; no es una “deuda social”, es una actitud redentora, que enaltece únicamente a unos cuantos afirmando “que sí se están haciendo las cosas”. Un reconocimiento mundial como lo es el nombramiento de “Capital Americana de la Cultura”, se sostiene con cimientos de barro o arena, se compra y se derrochan recursos para su difusión; el reconocimiento de la comunidad está lejos de estos “reconocimientos”, goza de estructura y andamiaje sólidos par y por la sociedad; por algo seguimos reflexionando en torno a estos grandes proyectos culturales, como referentes para una transformación.