Esteban Dávila Ruiz | 09/10/2025 | 13:10
El Congreso del Estado de Chihuahua ha aprobado un decreto que busca fomentar la educación gramatical del español en las aulas. Más allá de la buena intención que puede tener esta iniciativa, sorprende que su promotor, el diputado Carlos Olson San Vicente, considere al lenguaje inclusivo una degradación de la lengua. No hay degradación en el cambio, como no la hubo cuando se dejó de hablar latín o cuando el español absorbió voces árabes y americanas. Llamar empobrecimiento a una transformación viva es desconocer la naturaleza misma del lenguaje. Fomentar la educación gramatical es necesario, pero más lo es entender que la gramática no es un muro, sino un río. El idioma no se empobrece cuando cambia: se empobrece cuando se calla.
La discusión sobre si existe una imposición por hablar de tal o cual manera por parte de una ideología de género sigue latente, aunque menos en estos tiempos. Los señalamientos, específicamente a la transformación y declinaciones gramaticales basados en supuestos no lingüísticos, es la primera crítica; también la colocación de un nuevo género neutro o no binario en el habla se entiende como un acto contra el conservadurismo, un ataque a la lengua de Cervantes y, sobre todo, una falta de respeto a los derechos.
Sin embargo, estas críticas tienden a nacer de juicios de valor y no meramente racionales. Vargas Llosa defendía en entrevistas el que no se atacara la gramática. El punto aquí es que, independientemente de estas críticas, debemos observar por qué nace este fenómeno lingüístico, porque eso es lo que es, y no una invasión a las mentes jóvenes ni un adoctrinamiento social.
Quisiera comenzar por explicar que el lenguaje es un fenómeno humano, es una actividad y concepto que solo es creado por nuestra especie. Gracias a ello creamos ideas y aportamos valores a estructuras completas de pensamiento que otras especies difícilmente harían.
Podemos entender esto desde la filosofía del lenguaje, donde existen dos corrientes de pensamiento: la primera indica que el lenguaje construye a la sociedad, y la segunda, donde la sociedad construye al lenguaje. Ambas son ciertas.
Los fenómenos lingüísticos primarios hicieron que el ser humano, a través de la mímica de su entorno, creara su propia fonética para poder conceptualizar sus ideas. Ejemplo: atl en náhuatl significa “agua” y proviene de cómo el agua golpeaba las rocas de los ríos. En alemán, por ejemplo, se usa la palabra Wasser, donde la S traslada el sonido de los ríos o de los mares.
No vamos tan lejos: la palabra mamá es casi universal en todas las naciones, con la consonante M y la vocal A un sonido representante de los mamíferos. Ahí, el lenguaje, per se, el sonido, fue creando los actos del habla, que, a través del pensamiento, serían cada vez más sofisticados con la sola intención de comunicar.
Esta es la clave: la comunicación.
A partir de aquí, la segunda vertiente de pensar el lenguaje llega. Ahora la sociedad, lo colectivo, se pone de acuerdo y crea las normas de entendimiento de manera empírica. Después lo organiza, pero, como toda regla, existe la flexibilidad del cambio, y es ahí donde, al buscar expresar algo que no cabe en el glosario actual, se crean las adecuaciones necesarias para darlo a entender. Y es sencillo: si comunica, sobrevive; si no, desaparece.
El problema del lenguaje inclusivo cambia según los países. El género neutro del alemán deja fuera la discusión de las identidades; lo mismo pasa con el plural en el idioma francés o inglés. Otras lenguas ortodoxas, como el árabe, respetan lo mayor posible la esencia por un respeto divino a una lengua divina; no se diga el hebreo.
Otras lenguas, como las asiáticas, han evolucionado tanto que no necesitan de palabras, sino que usan caracteres que crean conceptos y se transmiten de manera monosílaba. Es decir, su lengua antes era extensa y, al servir a la ley del menor esfuerzo, terminó en sílabas. Ese es el futuro de las lenguas occidentales. Antes decíamos “entonces”, después pasó a “tonces”, y terminó en “tons”. La gente busca comunicar rápido y sin esfuerzo.
El lenguaje inclusivo tiene dos retos: la pelea contra el conservadurismo, que no entiende la evolución lingüística, y ser eficiente. Por mayor educación que se implemente para atenderlo, si no es fácil de decir o comunicar, no será fructífero.
Por último, comentar que también el lenguaje sufre mutaciones por dos variantes: cuando choca con otro, por ejemplo, de manera fronteriza o por mestizaje, donde se crean vertientes que luego se convierten en familias como la romance, eslava, nórdica o anglosajona, por decir algunas. Estos cambios son naturales. Este choque hace que las mismas vivan más.
Ejemplos de lenguas que decidimos preservar terminan feneciendo, como próximamente lo será el bretón en Francia. La otra variante que transforma el idioma es la presión política. Ejemplo fue la Francia de De Gaulle, que prohibió usar dialectos, atacando fuertemente las lenguas occitanas, vascas y normandas. Lo mismo pasó con Franco al suprimir el catalán, el euskera, el andaluz, el aragonés o el gallego, como ejemplo.
Ahí, cuando no hay de otra y existe la represión sistemática, ahí sí podemos hablar de una censura y un adoctrinamiento. Como tal, no existía libertad para hablar tu idioma en esos lugares.
Los ejemplos son vastos. En México han muerto lenguas indígenas y sobreviven pocas. En Estados Unidos se persiguió a quien hablara italiano, francés, japonés y ahora español.
El lenguaje es la herramienta más valiosa que el ser humano ha tenido. Sería lo ideal que, como decía Rosario Castellanos, todos tuviéramos un ímpetu por mejorarlo, por educarnos en él y hablarlo de la mejor manera.
Un país atrofiado en su habla significa un país poco letrado e incapaz de comunicarse. Antes de ofendernos por si existe una “e” o una “x”, primero luchemos por llevar las letras a los sectores más desprotegidos, a enseñar al que es estulto por carencias.
Varios han escrito sobre ello, a quienes merece respeto mencionar, como Wittgenstein, Lacan, Beuchot, Sanders Peirce, Saussure, entre otros. Cada aportación al estudio del lenguaje, a través de la historia, ha llegado a la misma conclusión: el lenguaje es una creación humana, y su función es convencional y, después, estructural.