El pasado domingo 5 de octubre, la presidenta de México encabezó en el Zócalo un acto que, aunque presentado como informe, tuvo un acento político evidente. Entre la escenografía de los logros, los símbolos de continuidad y el aplauso calculado, lo más relevante para los medios, fue el mensaje de reconocimiento y lealtad hacia el expresidente Andrés Manuel López Obrador.
Más allá de ese gesto legítimo, pero reiterativo, apenas se deslizó una propuesta que merecía titulares, el proyecto “México, país de innovación”, una iniciativa que busca articular un ecosistema científico-tecnológico y la creación de un Laboratorio Nacional de Inteligencia Artificial. Paradójicamente, esa fue la noticia menos comentada del día. Los encabezados y las conversaciones se concentraron en el llamado “corral” presidencial, una anécdota sobre los “distraídos” de hace un año Monreal, Adán Augusto, Andy y compañía, convertida en el chisme político del evento.
Lo preocupante es que ese deslizamiento de la atención revela, una vez más, el desinterés estructural del país por los temas que verdaderamente podrían cambiar su rumbo. La educación, la innovación y la modernización productiva siguen siendo tareas aplazadas. Mientras los gigantes asiáticos consolidan su liderazgo en la carrera tecnológica, México continúa discutiendo lealtades políticas en lugar de diseñar políticas de Estado.
Es justo reconocer que López Obrador transformó la conversación nacional, amplió derechos y priorizó la justicia social. Pero también es momento de entender que su ciclo político concluyó. En cualquier oficio ya sea público o privado, cuando se cumple una etapa y se cobra la “quincena”, la relación se salda. La lealtad no debería confundirse con subordinación. El mayor acto de respeto a un líder es permitir que su legado evolucione, no que se congele.
En ese sentido, la presidenta Sheinbaum tiene ante sí la oportunidad y el reto de imprimir su sello, de abrir un nuevo capítulo. Pero también requiere una clase política capaz de acompañar esa transición, no de vivir de las rentas del pasado. Urge una generación de funcionarios, legisladores y empresarios que asuman la modernización tecnológica no como discurso, sino como política pública integral.
Desde la Secretaría de Economía, por ejemplo, sería crucial conocer qué estrategias concretas se impulsan para incorporar a las micro, pequeñas y medianas empresas a las cadenas globales de valor. No programas clientelares ni subsidios de corto aliento, sino verdaderos mecanismos de integración tecnológica y capacitación. Según datos de la OCDE (2024), solo el 1.2% de las PYMES mexicanas invierte en investigación y desarrollo, frente al 9% del promedio de los países miembros, lo que evidencia la brecha estructural que nos separa de las economías basadas en conocimiento.
La inteligencia artificial, no solo transforma procesos productivos, sino que redefine la manera en que pensamos, enseñamos y construimos futuro. Pero mientras otros países debaten cómo usarla para mejorar su democracia o su economía, en México seguimos atrapados en la metáfora de los “dinosaurios en el espejo retrovisor”. Nos miramos con nostalgia, incapaces de aceptar que el país que fuimos ya no existe, y que insistir en reproducir las mismas élites y los mismos apellidos solo garantiza repetir los mismos errores.
La política mexicana parece un archivo en bucle. Si revisamos las listas de quienes hoy aspiran a gobernar, encontraremos los mismos nombres o sus descendientes, que hace treinta años ocupaban cargos similares. Lo vemos en el documental “PRI: Crónica del fin”, donde un joven Enrique de la Madrid aparece detrás de su padre rumbo a la toma de protesta de 1982. Cuarenta años después, ese mismo hijo, ya maduro, vuelve a escena. Y como él, decenas de herederos de los clanes políticos, empresariales y sindicales que se reciclan bajo nuevas siglas.
Fidel Velázquez se fue hace décadas, pero dejó discípulos de todos los colores. La pregunta no es quién los reemplazará, sino cuándo nos atreveremos a romper con esa lógica hereditaria que impide el relevo real.
México necesita una nueva generación política que entienda la tecnología no como un adorno de campaña, sino como una herramienta de transformación. Que vincule educación, ciencia y producción con visión de largo plazo. Que entienda que el futuro, como bien se dice llegará con nosotros, sin nosotros o a pesar de nosotros.
El país tiene capital humano, universidades sólidas, jóvenes talentosos y empresarios dispuestos a innovar. Falta decisión política para articularlos. Mientras la oposición continúa extraviada en el reclamo sin propuesta, y el oficialismo se debate entre la lealtad y la autonomía, el reloj del desarrollo no se detiene.
El segundo año de este gobierno debería marcar el punto de inflexión. Si seguimos mirando hacia el pasado, perderemos otra década. Pero si miramos hacia adelante, si apostamos por la educación, la ciencia y la innovación, quizás logremos, por fin, dejar de ver dinosaurios en el retrovisor y empezar a construir el México que aún está por venir.Porque como decia Peter Drucker “el futuro no se predice,se diseña.”