Lunes 13 de Octubre de 2025 | Aguascalientes.

UN AÑO DE SHEINBAUM: ENTRE EL SIMBOLISMO Y LAS DEUDA CON LAS MUJERES

Plano Informativo | 07/10/2025 | 11:22

Este 5 de octubre de 2025, México presenció un acontecimiento histórico: la primera mujer presidenta del país rindió su primer informe de gobierno ante más de 400 mil personas congregadas en el Zócalo capitalino. Tardamos 200 años, de 1824 a 2024, y tuvieron que pasar 74 presidentes hombres para que finalmente llegara una mujer a ocupar el cargo político más importante de la nación.

Sheinbaum cumplió su primer año de gobierno con 73% de aprobación. Es innegable que goza de amplio respaldo popular. Pero el feminismo no puede medirse en puntos de aprobación. Se mide en transformaciones concretas de las condiciones de vida de las mujeres.

Pero un año después de esa conquista histórica, la pregunta incómoda persiste: ¿el hecho de que quien gobierna sea mujer garantiza políticas transformadoras para todas las mujeres?

Los números del discurso oficial

En su informe, la presidenta Sheinbaum subrayó la inclusión de la igualdad de género entre los logros constitucionales, y destacó que ha impulsado reformas para garantizar el derecho a una vida libre de violencia de género, la eliminación de la brecha salarial, el establecimiento de nuevas pensiones para las mexicanas y la creación de la Secretaría de las Mujeres.

En materia de violencia, la presidenta presumió una reducción del 34% en los feminicidios entre septiembre de 2024 y julio de 2025. Son cifras que, de ser ciertas, representarían un logro histórico. Sin embargo, según Luz Estrada, directora del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio (OCNF), estas cifras se presentaron sin detallar cómo se lograron esos resultados no vistos en muchos años.

Esta opacidad metodológica es precisamente el problema. Las estadísticas sin contexto, sin explicación de las políticas específicas que generaron el cambio, sin análisis territorial ni de perfiles de víctimas, se convierten en propaganda más que en rendición de cuentas real.

La brecha entre representación y transformación

La llegada de Claudia Sheinbaum a la presidencia fue celebrada —y con razón— como un hito en la historia de México. Representa la culminación de décadas de lucha feminista por la igualdad política. Pero la ciencia política feminista ha sido clara en distinguir entre representación descriptiva (la presencia física de mujeres en el poder) y representación sustantiva (la actuación en beneficio de las mujeres y la agenda de género).

La presidenta ha destacado acciones para promover la igualdad de género, fortalecer el sistema de cuidados y la creación de la Secretaría de las Mujeres. Estos son avances institucionales importantes. Pero la pregunta crítica es: ¿se están transformando las estructuras patriarcales que perpetúan la desigualdad o simplemente se están administrando de manera más eficiente?

La creación de una Secretaría de las Mujeres, por ejemplo, es un logro simbólico relevante. Eleva el tema a rango de política de Estado. Sin embargo, su efectividad dependerá de presupuesto real, atribuciones claras y autonomía para generar cambios estructurales incluso cuando entren en conflicto con otros intereses del gobierno.

El elefante en la habitación: los cuidados

Sheinbaum mencionó el fortalecimiento del sistema de cuidados como parte de sus acciones clave. Este es, sin duda, uno de los temas más urgentes desde una perspectiva de género. En México, 31.7 millones de personas de 15 años o más brindan cuidados al interior de los hogares. De ese total, tres cuartas partes son mujeres, quienes dedican en promedio 37.9 horas semanales a estas labores no remuneradas.

El trabajo de cuidados —no remunerado y feminizado— es la base invisible sobre la que funciona toda la economía mexicana. Sin embargo, el Sistema Nacional de Cuidados sigue siendo más un enunciado que una realidad. Se reconoció constitucionalmente el derecho al cuidado en 2024, pero con cero pesos de presupuesto asignado. Un año después, ¿cuánto ha cambiado realmente?

Un sistema de cuidados efectivo requiere infraestructura (estancias infantiles, centros de día para personas mayores, centros de atención a personas con discapacidad), profesionalización y dignificación del trabajo de cuidados, y políticas laborales que permitan conciliar trabajo remunerado con responsabilidades de cuidado. Pero sobre todo, requiere presupuesto. Sin recursos materiales, el derecho al cuidado es retórica vacía.

Las trabajadoras domésticas: la deuda pendiente

Si queremos evaluar si un gobierno tiene compromiso real con la igualdad de género, debemos mirar cómo trata a las mujeres más vulnerables. En México, 2.4 millones de personas trabajan en el servicio doméstico remunerado. El 90% son mujeres. El 99% labora sin contrato escrito. La inmensa mayoría carece de seguridad social.

¿Hubo alguna mención en el informe presidencial sobre las trabajadoras domésticas? ¿Sobre su exclusión del régimen obligatorio de seguridad social? ¿Sobre la necesidad de garantizar que tengan contratos formales, acceso a servicios de salud, y pensión para el retiro?

El silencio sobre este tema es ensordecedor. Y es particularmente doloroso porque evidencia que incluso un gobierno encabezado por una mujer puede reproducir la invisibilización de aquellas mujeres cuyo trabajo sostiene la vida cotidiana de millones de familias mexicanas, muchas de ellas de la propia clase política.

La Suprema Corte ha validado la exclusión de las trabajadoras domésticas del régimen obligatorio de seguridad social, argumentando que se trata de un “trabajo especial”. El Poder Ejecutivo, en manos de una mujer científica y progresista, tiene la oportunidad y la obligación moral de impulsar reformas legislativas que reviertan esta discriminación estructural. Pero no hay indicios de que esto esté en la agenda.

Feminicidios: más allá de las cifras

La reducción del 34% en feminicidios que reporta el gobierno es, en teoría, una noticia extraordinaria. Pero las organizaciones feministas y de derechos humanos han sido cautelosas ante estas cifras. ¿Por qué?

Primero, porque sabemos que las estadísticas sobre violencia de género son notoriamente problemáticas en México. Existe subregistro, mala clasificación (muchos feminicidios se registran como homicidios dolosos), y diferencias metodológicas entre estados que dificultan la comparación.

Segundo, porque una reducción estadística no necesariamente refleja una mejora en la vida de las mujeres si no viene acompañada de otras transformaciones: ¿bajaron también las desapariciones de mujeres? ¿Los intentos de feminicidio? ¿La violencia sexual? ¿La violencia familiar? Un feminicida que antes mataba a su víctima pero ahora “solo” la golpea brutalmente, no representa progreso real para las mujeres.

Tercero, y más importante, porque no conocemos las políticas específicas que habrían generado esta reducción. ¿Fue resultado de mayor presencia policial? ¿De programas de prevención? ¿De atención a factores de riesgo? ¿De fortalecimiento del acceso a la justicia? Sin esta información, la cifra es solo propaganda.

La trampa del identitarismo sin transformación

Existe un riesgo real en celebrar acríticamente el hecho de que una mujer gobierne sin evaluar el contenido de sus políticas. El feminismo no puede reducirse a poner mujeres en posiciones de poder; debe implicar transformar las relaciones de poder que oprimen a todas las mujeres, especialmente a las más vulnerables.

Una presidenta mujer que no cuestione el modelo económico neoliberal que precariza el trabajo femenino, que no redistribuya el trabajo de cuidados, que no garantice derechos laborales para trabajadoras domésticas, que no transforme un sistema de justicia que revictimiza a sobrevivientes de violencia, es solo la administración con rostro de mujer de las mismas estructuras patriarcales de siempre.

Sheinbaum destacó que el salario mínimo aumentó 12% en 2025, un incremento histórico en términos reales, y la reforma que garantiza seguridad social integral a los trabajadores de plataformas digitales. Estos son avances importantes. Pero ¿por qué los trabajadores de plataformas digitales sí merecen seguridad social obligatoria y las trabajadoras domésticas no? La respuesta tiene que ver con visibilidad, organización y poder de negociación. Y esto es precisamente lo que el feminismo debe combatir: la idea de que algunos trabajos y algunas trabajadoras importan más que otras.

¿Que haría un gobierno encabezado por una mujer que se dice feminista?

- Garantizaría seguridad social universal, incluyendo a trabajadoras domésticas y de cuidados
- Implementaría un sistema nacional de cuidados con presupuesto robusto y cobertura universal
- Transformaría el sistema de justicia para eliminar la impunidad en casos de violencia de género
- Redistributiría el trabajo de cuidados mediante licencias parentales igualitarias y servicios públicos de calidad
- Garantizaría derechos laborales plenos para todas las trabajadoras, sin excepciones
- Abordaría la feminización de la pobreza con políticas redistributivas progresivas
- Protegería los derechos sexuales y reproductivos sin concesiones a grupos conservadores

La hora de las definiciones

A un año del gobierno de la primera presidenta de México, las feministas enfrentan una pregunta incómoda: ¿hasta dónde estamos dispuestas a ejercer la crítica cuando quien gobierna es “una de las nuestras”? La respuesta debe ser clara: el feminismo no puede ser ni ciego ni complaciente con el poder, sin importar quién lo ejerza.

La llegada de Claudia Sheinbaum a la presidencia fue un logro histórico que debe celebrarse. Pero la verdadera transformación feminista no se mide en símbolos sino en estructuras. No en discursos sino en presupuestos. No en secretarías creadas sino en vidas transformadas.

Las mujeres mexicanas merecen más que representación simbólica. Merecen justicia redistributiva, servicios públicos de calidad, trabajo digno, vidas libres de violencia, y la certeza de que cuando envejezcan o enfermen, el Estado estará ahí para cuidarlas —como ellas han cuidado, sin descanso y sin reconocimiento, a este país entero.

Hoy, en el Zócalo, la presidenta celebró su primer año. Pero millones de mujeres —las que cuidan, las que limpian, las que sostienen hogares con salarios de miseria, las que sobreviven violencia, las que desaparecen— esperan algo más que celebraciones. Esperan transformación. Y el tiempo corre.