En el escenario global contemporáneo, China se ha posicionado como un actor central en el comercio internacional. Su capacidad para articular cadenas de suministro, su infraestructura y su volumen de producción la han convertido en una alternativa viable para el intercambio de mercancías para diferentes paises. Este protagonismo económico, sin embargo, convive con un modelo político caracterizado por un fuerte control estatal sobre la vida pública.
Una de las áreas donde esta dualidad se observa con mayor claridad es en el manejo de internet y de las redes sociales. Mientras el país participa activamente en los mercados globales, al interior mantiene un sistema de vigilancia digital estricto, con filtros que limitan la circulación de información. Esta dinámica refleja la prioridad del gobierno: garantizar estabilidad política y preservar una narrativa oficial uniforme de acuerdo a un enfoque marxista leninista.
La disidencia no se puede expresar y esta supeditada a la disciplina impuesta por el partido y sus. En sistemas políticos pluralistas, el disenso es parte del debate democrático; en China, en cambio, se asocia con una confrontación directa al partido gobernante y a sus directrices ideológicas. Por lo tanto no existen espacios de expresión para la critica.
El ex primer ministro de Australia, Kevin Rudd, quien ha estudiado de cerca el modelo chino, expone en un libro reciente, por su nombre en Ingles On Xi Jinping (Sobre Xi Jinping), cómo el Partido Comunista Chino estructura mecanismos de control que abarcan no solo al aparato del Estado, sino también al ámbito mediático y social. Menciona, por ejemplo, la selección de comentaristas televisivos, quienes deben transmitir mensajes acordes a la línea partidaria, y la existencia de comités anticorrupción que, más allá de supervisar la integridad pública, cumplen funciones de depuración ideológica, así como la prioridad de la disciplina politica sobre la capacidad tecnica de los servidores publicos.
Estas medidas forman parte de una estrategia más amplia en la que el Partido Comunista busca consolidar su hegemonía, garantizando que los funcionarios y líderes institucionales respondan a la visión oficial, enmarcada en una interpretación contemporánea del marxismo-leninismo, reforzada por el “pensamiento de Xi Jinping”.
La paradoja de este modelo radica en que, mientras promueve un crecimiento económico notable y una inserción cada vez más profunda en el comercio internacional, al mismo tiempo mantiene limitadas las libertades políticas y la diversidad de voces internas. Para países en vías de desarrollo, la experiencia China puede resultar atractiva como ejemplo de crecimiento acelerado y estabilidad, aunque plantea interrogantes sobre los costos que implica en términos de apertura política.
China representa, en suma, un caso singular en la escena internacional: combina éxito económico con un esquema de control político centralizado. Su influencia seguirá creciendo en los próximos años, tanto en la economía global como en la manera en que otras naciones observan y evalúan sus modelos de desarrollo.