Lunes 13 de Octubre de 2025 | Aguascalientes.

Escándalo

Edilberto Aldan | 29/09/2025 | 11:18

Claudia Sheinbaum Pardo, la primera mujer presidenta de México, inicia su segundo año de gobierno con la carga terrible de una alta aprobación y la obligación de actuar en contra de los actos de corrupción e ineptitud de la administración anterior. Desde su mensaje con motivo del primer informe de gobierno hasta el miércoles en que cumplirá un año de gestión, no ha pasado un día sin que se revele un escándalo que involucra a alguno de los notables de la Cuarta Transformación: desde los hijos de Andrés Manuel López Obrador hasta Adán Augusto López Hernández, pasando por las rebeliones ridículas de los Monreal o la decrepitud de Gerardo Fernández Noroña.
 
Dos cosas revelan esta sucesión de escándalos y su impacto en el gobierno de Claudia Sheinbaum: la resistencia de algunos medios de comunicación que se niegan a plegarse a la narrativa oficial y la incapacidad de la oposición para demandar rendición de cuentas. Ambas dimensiones son decisivas: una, porque se sostiene con dificultad frente a la presión del poder; la otra, porque claudica en su función más elemental, la de ser contrapeso.
 
En un entorno autoritario y en constante acecho desde el poder para cancelar cualquier crítica al proyecto tetratransformista, el periodismo de investigación se ha convertido en la única fuente confiable para analizar el desempeño de los funcionarios. Su papel es esencial porque permite el contraste entre el discurso y los hechos, porque cumple con la función social de proporcionar datos verificables que sostengan las críticas al ejercicio del poder, más allá de filias y fobias partidistas. La verdad periodística incomoda no porque exhiba anécdotas, sino porque desnuda la distancia entre promesas de transformación y prácticas de simulación.
 
La rendición de cuentas debería ser la exigencia primera de quienes se asumen como oposición. La oferta que hagan a la ciudadanía tendría que girar en torno al contraste entre lo que se hace y lo que podría hacerse. Sin embargo, la oposición rechaza esa ruta: prefiere el espectáculo a la propuesta, el discurso incendiario a la deliberación. Cada escándalo de la clase política que hoy reina en la República se convierte en una oportunidad de expiar sus propios pecados y presentarse como alternativa moral. Jamás llegan al fondo, nunca se interesan en desmontar el entramado institucional de la corrupción; se quedan en el insulto, en esa superficie que aparenta firmeza pero en realidad exhibe debilidad.
 
Lo más grave es que, en este escenario, la presidenta Sheinbaum queda atrapada entre la herencia de un proyecto que la llevó al poder y la urgencia de deslindarse de sus excesos. No basta con invocar la honestidad como principio rector de la 4T: los hechos exigen sanciones, acciones claras y compromisos verificables.
 
La oposición, extraviada en su descrédito, se conforma con señalar lo evidente sin construir un discurso alternativo que conecte con la ciudadanía. Repite los lugares comunes de la corrupción y la inseguridad, pero es incapaz de traducirlos en propuestas serias. Prefiere el ruido digital y las declaraciones altisonantes a la construcción de una agenda política que, con argumentos y datos, confronte al poder. Al final, refuerza la polarización que dice combatir: una disputa en la que no importan las ideas, sólo los gritos, y en la que lo único que buscan es regresar al reparto de privilegios.
 
Los medios de comunicación tampoco escapan a esta lógica. La investigación periodística ha demostrado ser una herramienta indispensable para exhibir las incongruencias del gobierno, pero con frecuencia su fuerza se diluye al convertirse en mero espectáculo. En lugar de ofrecer un marco de comprensión que explique las consecuencias institucionales y sociales de cada caso, muchos medios explotan el morbo y alimentan la indignación pasajera. Con ello desperdician la oportunidad de formar ciudadanía crítica y refuerzan la idea de que la política es un circo en el que todos son culpables y nada puede cambiar.
 
El dilema es claro: lo que requiere la ciudadanía es rendición de cuentas. Sólo conociendo qué se hace, cómo se hace y con qué resultados se podrá modificar el rumbo. Sólo a partir del contraste entre hechos y dichos se puede evitar caer en la seducción del discurso oficial y proponer, desde la opinión pública, las correcciones necesarias para que el gobierno funcione de manera tangible, no con base en percepciones inducidas como las que celebran la reducción de la pobreza sin advertir la ausencia de un crecimiento real en la economía nacional.
 
Hacer política, opinar y proponer debería ser la construcción de un espacio en el que se resuelvan problemas, se aclaren dudas y se cuestionen las acciones de gobierno. No este escenario punitivista donde lo único que importa es ganar audiencias, aumentar seguidores y explotar el escándalo sin aportar argumentos. La política no puede reducirse a demostrar lo mal que lo hace el otro: necesita ofrecer salidas.
 
La corrupción no se elimina con discursos, sino con instituciones fuertes, con contrapesos efectivos y con un escrutinio constante de la opinión pública. Ahí está el verdadero desafío para Claudia Sheinbaum: aceptar que no se trata de administrar una herencia incómoda, sino de enfrentarse a ella con firmeza, aunque eso signifique romper con las lealtades políticas que la sostienen. La presidenta tiene la oportunidad de demostrar que puede gobernar más allá del mito fundacional de la Cuarta Transformación, pero sólo lo conseguirá si escucha a la sociedad antes que al partido, si privilegia la transparencia sobre el cálculo político y si entiende que la legitimidad no se mide únicamente en encuestas, sino en la capacidad de responder con eficacia y justicia.
 
Este segundo año no será el inicio de una administración distinta, sino la confirmación de que en México la política sigue siendo el arte de encubrir los excesos del pasado para administrar las decepciones del presente. Entonces, otra vez, los ciudadanos serán los únicos obligados a pagar la factura de un sistema que, pese a los discursos y a los cambios de rostro, se resiste a rendir cuentas.
 
Coda. La zalamería jamás ha sido aliada del periodismo. La gobernadora Teresa Jiménez arrancó una serie de actividades rumbo a la entrega de su tercer informe de gobierno. El primero de ellos, escenificado para niñas y niños, fue difundido, siguiendo la directiva de la comunicación oficial, como “un evento sin precedentes y único en su tipo a nivel nacional e internacional”. Seguirán actividades similares, difundidas por “periodistas” incapaces de un criterio propio, que traicionan su compromiso con los lectores para poder cobrar las migajas que desde el poder dejan caer al suelo. El peligro para la gobernadora es creer ese reflejo falso de éxito, sin advertir que quienes la quieren suceder ya aprovechan la coyuntura para posicionarse como opción. Desde el panismo local y la oposición aguascalentense, esos candidatos tarde o temprano darán la puñalada, presentándose como alternativa sin ideas, sólo con insultos.
 
@aldan 
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