Una campaña ciudadana para derribar la indiferencia con un gesto tan simple como un “buen día”
Vivimos en un tiempo extraño. Miramos a los otros, pero no los vemos. Caminamos con prisa, con la mente ocupada en problemas globales, en noticias lejanas, en miedos que no podemos resolver desde nuestro pequeño espacio. Y, sin embargo, lo que sí está a nuestro alcance lo olvidamos: un saludo, una mirada amable, un gesto de reconocimiento al que pasa a nuestro lado.
No se trata de grandes discursos ni de promesas de cambio mundial. Se trata de algo más simple y profundo: volver a mirarnos a los ojos y decir “buenos días”. A la vecina, al vecino que nunca hemos saludado, al conductor que abre la puerta, a la persona en la caja del supermercado, al joven que reparte comida. Aunque no contesten. Aunque al principio parezca un gesto inútil.
El saludo no es un trámite: es un puente. Es decirle al otro “te reconozco”, “me importas”, “no estás solo en este mundo”. En un país cansado por la polarización, la violencia, la desesperanza y la indiferencia, el saludo puede parecer un acto minúsculo. Pero lo pequeño también transforma.
Nos preocupamos por los narcos, los extraterrestres, las profecías, las crisis mundiales… temas que rebasan nuestras manos. Pero la semilla de la transformación está en lo cercano, en lo inmediato: en la manera en que tratamos a quien tenemos enfrente.
Una campaña ciudadana que no necesita recursos ni pancartas: basta con abrir los labios, con inclinar la cabeza, con dejar salir un “buen día” sincero. Porque cada saludo es una grieta en la indiferencia, un recordatorio de que aún podemos hacer comunidad.
No sabemos si el otro nos responderá. No importa. Con cada saludo sembramos un gesto de humanidad. Y, poco a poco, la costumbre se convierte en cultura. Y la cultura en esperanza.
Comencemos hoy. Saludemos al vecino, al desconocido, al que nos atiende, al que nos brinda un servicio. Tal vez no cambie el mundo en un día, pero sí puede cambiar nuestro mundo inmediato, ese que habitamos y compartimos.
Porque la esperanza no siempre llega en grandes revoluciones: a veces comienza con algo tan sencillo como decir: “Buenos días”.