Walter Schadtler | 26/09/2025 | 13:18
Algunos de ellos, los pocos que todavía van a la escuela, literalmente estudian y trabajan. Imaginemos la carga emocional y física de una niña de ocho años o un niño de nueve años que, con mala alimentación, caminan kilómetros por las avenidas de la ciudad para mendigar. Porque eso es lo que se les enseña: a pedir, a sobrevivir, con el pretexto de que 'no alcanza', de que 'todos tienen que ayudar'. Y lo justificamos. Lo aceptamos como si fuera normal. Pero la realidad es que ninguna niña y ningún niño debería ser explotado. Su salud mental, su desarrollo físico, su preparación académica y emocional, deben ser la base de este país.
En las calles de Aguascalientes y Jesús María, todos hemos visto a esos niños trabajando cuando deberían estar jugando o estudiando. Basta con que la gobernadora o el presidente municipal salgan a caminar por el primer cuadro, cerca del Palacio Municipal o del Palacio de Gobierno, o recorran la avenida principal, como la Luis Donaldo Colosio, para ver con sus propios ojos a niños siendo explotados desde muy temprano hasta altas horas de la noche.
Lo más preocupante es que esta realidad se ha vuelto parte del paisaje cotidiano. He conversado con colegas políticos y muchos se sorprenden al caer en cuenta de ello. Pero no debería sorprendernos, debería alarmarnos.
La Constitución Mexicana, la Ley Federal del Trabajo y la Ley General de Educación son muy claras: los niños tienen derecho a una infancia libre de explotación.
No confundamos el enseñar una pequeña tarea doméstica con la normalización del trabajo infantil. Una cosa es educar en la responsabilidad, y otra muy distinta es arrebatarles el derecho a vivir su niñez.
Decir que un niño debe trabajar es tan absurdo como decir que una mujer debe lavar por obligación. Cada niño que trabaja es un futuro robado, y es responsabilidad de todos —autoridades y ciudadanía— cambiar esa realidad, aquí, en nuestras propias calles.
La próxima vez que un niño o una niña se te acerque a venderte un mazapán, a ofrecerte chicles o simplemente a pedirte una moneda, haz una pausa. Míralo bien. Y en lugar de extender la mano con una moneda, extiende tu voz. Dile algo que lo motive, que le recuerde que su lugar está en la escuela, en el juego, en su infancia. Que no es su culpa estar ahí, que no está solo.
Sé que una moneda parece ayudar, pero lo que verdaderamente necesitan es que dejemos de normalizar esa situación. Que hablemos con quienes tenemos cerca. Que cuestionemos a quienes gobiernan. Que pongamos este tema sobre la mesa. Porque mientras sigamos callando, miles de niños seguirán siendo esclavos modernos en nuestras calles.
La infancia no debe doler. La infancia debe ser ese tiempo sagrado donde se construyen los sueños, no las deudas emocionales. Ahí, en esos primeros años, es donde se definen nuestras alas o nuestras cadenas. Y si queremos un mundo más justo, más sano, más humano, empecemos por ahí.
Hoy, levantemos la voz. Hoy, hablemos claro. Hoy, digamos juntos: ningún niño más esclavizado por la indiferencia. Porque la salud mental de un adulto se siembra en la felicidad de su infancia.