Lunes 13 de Octubre de 2025 | Aguascalientes.

Ventana de Overton: cuando sancionar 'agrede' y educar se vuelve trámite

Jorge Antonio Rangel Magdaleno | 26/09/2025 | 11:28

En el ambiente de la educación superior se ha corrido la ventana de Overton: lo que hace poco era sensato (poner límites, aplicar sanciones proporcionales, sostener el aula como espacio de responsabilidad compartida) hoy empieza a leerse como “agresión”. En ese corrimiento, sancionar ya no es corregir; es “violentar”. Y así, lo que antes nombrábamos formación integral va cediendo ante una cultura del evitar el conflicto: protocolos que diluyen la autoridad docente, comités que eternizan decisiones obvias y un léxico protector que infantiliza a jóvenes adultos.

No se trata de nostalgias. La disciplina no es sinónimo de autoritarismo, y la sanción no equivale a castigo humillante. La disciplina (bien entendida) es una herramienta pedagógica: marca el contorno de la libertad, hace visible la consecuencia y envía un mensaje moral sencillo (los actos importan) que educa tanto como una cátedra brillante. Cuando esa señal se debilita, el campus se vuelve un espacio de impunidad blanda: entregas perpetuamente “extraordinarias”, plagios que se “atienden” en talleres de sensibilización, faltas de respeto relativizadas como “expresiones”, y evaluaciones presionadas por buzones anónimos. Ganamos tranquilidad administrativa; perdemos carácter.

A esta deriva se suma una distorsión de propósito: el paradigma del alumno-cliente. Si la universidad opera como centro de “atención” que jamás puede incomodar, el estándar académico se vuelve un servicio a gusto del consumidor. Pero formar profesionistas implica otra metáfora: los estudiantes no son clientes; son materia prima valiosa que una institución transforma con exigencia, método y acompañamiento. Un taller que trabaja con materia prima no la “consiente”; la procesa: corta, pule, somete a pruebas, corrige defectos, certifica calidad la cual, si no se logra, no se aprueba. Ese proceso (que incluye límites y sanciones justas) dignifica el resultado. Tratar al alumno como cliente, en cambio, premia la queja, internaliza el “el usuario siempre tiene la razón” y devalúa el diploma a comprobante de pago.

La paradoja es evidente: en nombre del cuidado, dejamos de cuidar. Cuidar a los estudiantes implica decir que no a tiempo, sostener el estándar aun cuando incomoda, y reconocer que la vida universitaria simula, justamente, la vida profesional: hay reglas, plazos, consecuencias. Cuidar a los docentes implica respaldar su juicio (no sustituirlo por procesos que presumen mala fe) y asumir que la autoridad académica no es un privilegio, sino un deber que la institución debe proteger. Cuando la ventana de Overton normaliza la idea de que sancionar “agrede”, queda inerme el andamiaje que vuelve significativo el aprendizaje: el mérito, la honestidad, la responsabilidad.

¿Qué hacer? Cuatro verbos: clarificar, proporcionalizar, respaldar y reparar. Clarificar reglas y consecuencias en lenguaje llano; proporcionalizar sanciones para que la falta encuentre una respuesta educativa, no punitiva; respaldar al docente cuando actúa conforme a la norma, evitando que se convierta en acusado preventivo; y reparar con rutas que incluyan reconocimiento de la falta, restitución y seguimiento. Eso también es cuidado, y es, además, formación de personas.

La universidad no puede aspirar a ser un espacio sin conflicto; puede y debe ser un espacio que lo tramita con verdad y justicia. Sostener sanciones justas no es “agredir”. Es, quizá, el último acto de respeto que le debemos a quien vino a aprender a hacerse responsable.