En México, cada día cientos de niñas, niños y adolescentes migrantes cruzan fronteras, recorren carreteras, atraviesan ciudades y pueblos con un sueño: un futuro mejor. En ese camino, cargan mochilas ligeras y corazones pesados, pero también un derecho irrenunciable: el acceso a la educación.
La Constitución y la Secretaría de Educación Pública reconocen este derecho sin importar la condición migratoria. UNICEF y organismos internacionales han acompañado la creación de protocolos y campañas para que ninguna escuela cierre sus puertas por falta de documentos. Sin embargo, lo que en el papel es una promesa, en la práctica se convierte muchas veces en un muro invisible.
Entre el derecho y la realidad
Los datos son contundentes: en 2024 ingresaron a México 84,927 niñas, niños y adolescentes migrantes en situación irregular, un aumento de más del 120 % respecto al año anterior. A marzo de 2025 se contabilizan más de 10,000 menores migrantes en el país, y se estima que medio millón de infancias extranjeras enfrentan hoy la imposibilidad de acceder a un aula.
¿Por qué, si el derecho está garantizado, tantas puertas se cierran?
Las respuestas son múltiples: escuelas que exigen actas de nacimiento o certificados que las familias no pueden presentar; comunidades que desconocen las normativas; maestros sin capacitación en inclusión cultural o lingüística; aulas rebasadas por la falta de recursos; y, en muchos casos, discriminación abierta hacia quienes llegan “de fuera”.
Barreras que duelen
Cada una de estas barreras no solo vulnera un derecho; rompe también un proyecto de vida. Una infancia sin escuela es una infancia sin futuro.
Una tarea impostergable
La educación no es un favor: es un derecho humano. Garantizarlo a la niñez migrante no solo es un deber legal, sino un imperativo ético y social. México tiene la oportunidad de demostrar que puede ser tierra de acogida, no solo de paso.
Para lograrlo, se requieren acciones claras:
Inscripción sin trabas documentales.
Campañas que informen a familias y maestros sobre estos derechos.
Formación docente en inclusión, diversidad y acompañamiento psicoemocional.
Recursos extraordinarios en escuelas de frontera y comunidades receptoras.
Cerrar la brecha
En la paradoja de la migración, los niños que cruzan nuestras tierras no piden privilegios: piden aprender. Piden lápices en lugar de rechazo, cuadernos en lugar de fronteras, maestros que les den la bienvenida en lugar de funcionarios que les cierren la puerta.
La educación puede ser el puente entre la vulnerabilidad y la esperanza. México debe decidir de qué lado de la historia quiere estar: del lado de quienes excluyen, o del lado de quienes transforman la vida de un niño migrante con algo tan simple y poderoso como abrir la puerta de un aula.