Lunes 13 de Octubre de 2025 | Aguascalientes.

Crucificado en stories

Ikuaclanetzi Cardona González | 21/09/2025 | 23:33

El lifestyle es la prostitución más elegante de nuestra época. Una vitrina brillante donde el vacío se maquilla con filtros, y donde incluso el periodismo -viejo oficio de voces rasposas, libretas arrugadas y noches interminables- ha sido reducido a una buena pose. Hoy, el periodista moderno no carga con valor ni con tinta. Carga con un aro de luz. El oficio dejó de medirse en portadas o investigaciones, y pasó a medirse en seguidores, en reacciones, en la estética del cansancio que se vende como compromiso.
 
El periodista se ha convertido en un influencer politizado. Habla de feminicidios con la misma cadencia con que otros recomiendan perfumes; denuncia masacres con la misma dinámica de quien presume una rutina de gimnasio. Su credibilidad ya no descansa en el rigor, sino en el algoritmo. Se ha sexualizado el discurso, se ha convertido en mercancía la tragedia. Lo que importa no es tanto el hecho, sino cómo el cuerpo del periodista posa frente a él, cómo convierte su indignación en contenido digerible, monetizable, viralizable.
 
El costo es enorme. El desvelo, la sobreexposición, la incertidumbre de un futuro que jamás llega. El lifestyle del cansancio. Cafés fríos, piel reventada por pantallas, ansiedad disfrazada de agenda llena. El periodista-influencer no solo informa, también actúa, también representa. Vive crucificado en la tarima invisible de sus audiencias, encarnando un papel que debe sostener día tras día aunque la precariedad lo ahogue.
 
El “compromiso” es ahora un mantra vacío, una coreografía repetida en cada video corto, en cada reel. No importa la investigación, importa la performance de indignación; el ceño fruncido, la voz rota, la lágrima a tempo. El compromiso convertido en un megáfono del “blablaba” de la política. Palabra que llena huecos, pero que nadie escucha en serio.
 
El periodismo se ha confundido con el espectáculo y, en esa fusión grotesca, se ha vuelto casi indistinguible del lifestyle. Lo que se vende no son noticias, sino personajes. No se buscan verdades, sino narrativas fáciles de consumir. El periodista moderno ya no solo cuenta la historia, se vuelve él mismo la historia.
 
Y en ese escenario, la imagen es lo único que importa. La investigación muere, la denuncia se diluye, pero la pose permanece. Como un Cristo digital, el periodista se deja crucificar no en plazas públicas, sino en la fugacidad de las pantallas, en la condena perpetua de quince segundos. Crucificado en stories.