Lunes 13 de Octubre de 2025 | Aguascalientes.

El Gigante de México: mucho Photoshop y poca realidad

Esteban Dávila Ruiz | 19/09/2025 | 11:02

La Parafernalia Hidrocálida

Es común ver la publicidad del gobierno del estado intentando —casi con desesperación— colocar a nuestra ciudad como si fuera un agente internacional, con “cualidades magnas” al estilo de ciudades con gran conexión global y sistemas avanzados en todos los rubros. Según ellos, estamos a la altura de una ciudad promedio Europea. Hay quienes llaman la suiza de México. . La realidad, sin embargo, es más parecida al dicho: “aunque la mona se vista de seda, mona se queda”.

El estado, la ciudad y nuestra representación nunca alcanzarán esa categoría mientras sigamos sin respetar los derechos laborales básicos. Los centros de trabajo y empleadores incumplen condiciones mínimas, con la complacencia de autoridades que miran para otro lado. ¿Por qué? Porque, según ellos, sancionar a los patrones es “dañar la economía”, y porque en el papel los números lucen bonitos: creación de empleos. Pero ¿a qué costo? No solo al del salario precario, sino también al del tiempo muerto en rutas eternas, atorados en un tráfico diseñado para el coche y no para la gente.

¿Queremos ser un estado competitivo internacionalmente? Pues empecemos dejando operar a sindicatos auténticos, no a esos “charros” domados por intereses ajenos al trabajador. Mejoremos el transporte público, la seguridad en calles, atendamos la indigencia. Y, sobre todo, practiquemos las libertades públicas: baños públicos, lactarios, espacios para expresarse sin pasar por la tortura burocrática de diez permisos y tres sellos. Como decía Jean Morange un gran jurista francés, para tener esas *libertés publiques* hace falta al menos un Estado de derecho local que respete las garantías fundamentales. Nuestro Congreso, sin embargo, parece empeñado en fastidiar la creatividad ciudadana con iniciativas que más bien obstaculizan la participación.

Opinar, expresarse, reunirse, asociarse, enseñar y aprender son libertades que no deberían ser molestadas por el brazo del Estado. Pero en Aguascalientes, decir algo en el centro histórico es casi un trámite con costo extra. La libertad, en teoría, es hablar sin miedo a represalias, sobre todo contra la autoridad. Aquí, en cambio, toda reunión termina “ordenada” a fuerza de papeleo. Y la enseñanza y la conciencia ciudadana parecen más secuestradas por la pedagogía oficial que por una verdadera cátedra libre.

¿Dónde están los espacios de diálogo sin necesidad de consumir? ¿Dónde los subsidios para encuentros ciudadanos, charlas de emancipación o talleres de empoderamiento?

Si queremos internacionalizar la ciudad, hagámoslo bien. Que la publicidad sea libre, tanto como las voluntades del cuerpo propio. Pero ¿cuántas persecuciones clandestinas hemos visto en décadas contra personajes incómodos, negocios “inmorales” o prácticas que simplemente no caben en la norma mojigata local?

Y claro, si de internacionalidad hablamos, deberíamos empezar por erradicar la xenofobia casera, apoyar la integración del migrante —local y extranjero— y, de paso, fomentar actos culturales que liberen en lugar de encadenar. Prohibir beber en la calle, ¿qué somos, la Ley Seca de 1920? Prohibir orinar en la vía pública cuando no hay baños... ¿y luego qué? ¿Parques nudistas? Ni soñarlo. Aguascalientes presume de traer el Oktoberfest, pero está lejísimos de las libertades que se viven en Múnich.

El transporte público es otro monumento a la ironía: un sistema secuestrado por concesionarios, rutas maquilladas con parches y camiones con suspensión de montaña rusa. Pero eso sí, el gobierno se ufana de que “todo está bien”. La política del Gigante de México es precisamente esa: vendernos el cuento de que vivimos en el paraíso, mientras la realidad es que cualquier extranjero que llegue a nuestros “hermosos condominios” huirá pronto a Guadalajara o CDMX.

El Gigante de México, en vez de parecer Goliat, se parece más a un troll: torpe donde debería ser ágil, balbuceante donde debería ser claro, y con un garrote que usa como niño berrinchudo para azotar lo que no le gusta.

Queremos modernidad, pero seguimos con cables colgando, vialidades que colapsan, una ciudad diseñada para autos y no para personas. Primero las ganancias inmobiliarias, luego —si queda tiempo— ya pensamos en inundaciones, sequías o vivienda digna. Total, hasta que la clase política lo padezca en carne propia, quizá se digne a hacer algo.

Imagine a Bastian Gefickt, un alemán que viene a trabajar a la ciudad y lo ubican en la parte oriente. Él mismo no sabe lo que le espera. Cuando llega, se percata de que afuera hay un río de aguas negras que desprende mal olor e insalubridad, la cual a veces brota incluso por su propia coladera doméstica. Después de volver de la empresa, está enojado porque estuvo dos horas en el tráfico del segundo anillo y la 45 norte; además, la suspensión de su coche fue destrozada por los baches. Cuando trata de prender la luz, descubre que no hay electricidad porque tronó un transformador. Al revisar, se da cuenta de que su bicicleta ha sido robada de la entrada y toda la basura de la calle terminó acumulada en su pared frontal.

A él no le preocupa: mañana irá a las autoridades a presentar su queja. ¿Qué pasó? Le dieron largas, como a los demás. Vaya integración: ahora ya se siente como un mexicano o hidrocálido más. Tobias se mudó a la segunda semana de su llegada. Cuando iba en el camión rumbo a Monterrey, vio un letrero que decía: “El Gigante de México. Gente de Trabajo y Soluciones”.

¿Qué les digo?

Al final, por eso nos dicen “rancho”: porque nos metemos en relaciones privadas que no nos conciernen, porque satanizamos la emancipación femenina, porque queremos dar escarmiento al distinto, al que no se ve ni piensa como nosotros.

Si el Gigante de México quiere ser de verdad gigante, que empiece por lo básico: trabajo digno, ciudad habitable, libertades reales. Y, de paso, que aprenda a caminar sin caerse con sus propios pies.