Jueves 18 de Septiembre de 2025 | Aguascalientes.

¿Quién se robó el civismo?

Ricardo Heredia Duarte | 17/09/2025 | 11:06

Pasamos los festejos patrios, con reuniones familiares o eventos de noches mexicanas ya sea entre amigos, en los cada vez menos bares o restaurantes que organizan este tipo de celebraciones, o en alguna plaza pública de algún municipio, ya sea la capital o del interior de cualquier estado. Cada vez menos se celebra o se hace tan relevante estas fechas. Si bien la historia y sus mitos independentistas podrían tener un mejor contexto, para evitar los maniqueísmos de “malos malosos” e impolutos sin mancha, resulta, desde mi óptica y la de algunos sociólogos, relevante que existan actos sociales como este, donde nos conectemos como sociedad y que, por medio de esas “raíces comunes”, nos permitan mantener una mejor cohesión social.

Resulta casi patético escuchar y ver en cada Grito de Independencia a tantos funcionarios (sobre todo municipales) exhibir tanta ignorancia y estulticia sobre un hecho de liturgia republicana que, de una u otra forma, nos ha definido como nación. Ver y escuchar a un gobernador que no sepa el nombre de una de las heroínas más nombradas en estas fechas, y que lo invente o lo cambie por el de un varón, no sé si sea para llorar o reír. Aunque, después de que ese mismo gobernador nos mostrara sus dotes para hablar con un perrito hace unas semanas, uno se pregunta qué tendrá el camote poblano que lleva tan rápido al extravío a su máxima autoridad.

Pero bueno, dejemos un poco lo chusco y florido de nuestra fauna política local y tratemos de aterrizar brevemente la importancia del civismo y de la vida en sociedad, así como del involucramiento en actividades colectivas y lo que eso trasciende en todos los ámbitos: la violencia, la corrupción, las enfermedades físicas y mentales.

Y aquí conviene traer a cuento a Robert Putnam y su célebre Bowling Alone (Solo en la bolera, en su edición en español). Putnam, hace ya más de dos décadas, advertía cómo en Estados Unidos el capital social se venía desmoronando, cada vez menos asociaciones vecinales, menos clubes deportivos, menos voluntariado, menos confianza en las instituciones. Más individualismo, más soledad, más fragmentación. La metáfora era simple, antes los estadounidenses iban a jugar boliche en grupo; ahora, van solos.

Ese diagnóstico, aunque pensado para la sociedad norteamericana, aplica sin duda en el México de hoy. Porque lo que Putnam describió como “erosión del capital social” es justamente lo que estamos viviendo en nuestro país, la desaparición del civismo como práctica cotidiana. Ya no nos encontramos en los desfiles escolares, ya no participamos en asambleas del barrio o colonia, ya no confiamos en las asociaciones civiles (cuando existen) y, peor aún, desconfiamos de nuestros vecinos tanto como de nuestros gobernantes.

Las consecuencias son evidentes. Putnam documentaba cómo el debilitamiento del capital social incrementa la violencia, la corrupción y hasta los problemas de salud física y mental. México es el caso de laboratorio perfecto, con índices de homicidios y desapariciones preocupantes, la corrupción normalizada, una epidemia de ansiedad y depresión que atraviesa generaciones. Todo conectado, todo atado al hecho de que ya no sabemos, ni queremos, convivir como comunidad.

Lo cívico se ha convertido en una pieza de museo. Lo usamos como recuerdo en las ceremonias oficiales, pero ya no lo practicamos en la vida diaria. Y mientras eso pasa, las brechas sociales crecen, la violencia se multiplica y la democracia se vuelve un ritual vacío.

El mundo tampoco está mejor. La crisis de confianza en las instituciones atraviesa Europa, Estados Unidos, América Latina. La ultraderecha crece en parte porque ofrece “identidad” frente a sociedades fragmentadas; los populismos encuentran tierra fértil porque prometen devolver un sentido de pertenencia que ya no brindan ni las escuelas, ni las iglesias, ni los gobiernos. Putnam lo advirtió de manera clara, sin civismo no hay comunidad, y sin comunidad la democracia se asfixia.

¿Y en México? Aquí el civismo se lo robaron de manera más burda. Nos lo quitaron la corrupción, la impunidad, la frivolidad política. Nos lo robó un sistema educativo que lo redujo a memorización de fechas y nombres. Nos lo robaron también los medios, que prefieren el espectáculo a la reflexión. Pero, sobre todo, nos lo robamos nosotros mismos, refugiándonos en la comodidad de la vida privada, renunciando a la plaza pública, cerrando la puerta al vecino.

Así que la pregunta no es sólo “¿quién se robó el civismo?”, sino “¿queremos recuperarlo?”. Porque, como diría Putnam, el civismo no se impone desde arriba, se construye en lo cotidiano, en los pequeños actos de confianza y cooperación. Si seguimos prefiriendo jugar solos, como en la bolera, no habrá grito ni desfile que nos devuelva lo perdido.

El resultado lo vemos todos los días, viviendo en una sensación de orfandad colectiva. Sin civismo no hay comunidad, y sin comunidad la democracia se convierte en una farsa repetida cada tres o seis años.

Quizá por eso conviene recordar lo que decía Alexis de Tocqueville, el europeo que mejor entendió a la joven democracia americana. “El despotismo puede gobernar sin fe, pero no sin el civismo de los ciudadanos”.