Este jueves tuve la oportunidad de asistir a una conferencia preciosa y al mismo tiempo desgarradora. “Suicidio se escribe con S de silencio”, impartida por Alejandro Molina, un psiquiatra de renombre. Como el nombre lo indica, la conferencia abarcó la problemática que enfrentamos como sociedad para abordar un tema conocido por todos y aún así, satanizado por tantos. Me rompió el corazón que, en un espacio para cientos de personas, apenas veinte nos quedamos a escuchar. Esto podría ser un ejemplo casi imperceptible para muchos, pero justo esto es a lo que se refería el doctor cuando hablaba de que, como personas, aún nos falta tanto para comprender el dolor, no del cuerpo sino de ese único lugar del cual no podemos salir; nuestra propia mente.
Me firmó un libro. “Esperando a que este libro contribuya a una mejor comprensión de las personas más vulnerables”. ¿En realidad nos importan las personas más vulnerables?
Solo cuando nos convertimos en esas personas vulnerables entendemos la necesidad de buscar un escape, el querer dejar de pensar, de sentir y enfrentar. Hasta conocer el punto más bajo es cuando vemos el verdadero rechazo de los que ya no pueden, los que no saben cómo pedir ayuda. Y es que la ayuda puede no llegar. El momento de fallar, saber que seguimos aquí y tener que enfrentar la justicia, antes de hablar con un especialista es cuando nos damos cuenta de que, para la ley y la sociedad, atentar con la vida propia se debe castigar igual que atentar contra la vida de otro.
Las miradas, el escarnio. Porque tanto que se habla de salud mental en 2025 hasta que deja de ser contenido para Instagram. Es mucho más fácil subir una historia hablando de lo importante que es la salud mental mientras por detrás, de manera morbosa especulamos sobre las maneras de llamar la atención de alguien con “intentos de suicidio”.
“Los que se van a suicidar lo hacen, no lo dicen”. Es tan fácil asumir que un suicida no va a pensar en su madre llorando por enterrar a su hijo, o que su gato va a seguir recostándose en su ropa esperando a mamá. El suicidio no es una calle de una sola dirección, y aun así nos empeñamos en dar consejos que no seguimos y nadie nos pide. La romantización de las enfermedades mentales nos está quitando el panorama completo de lo que significa lidiar con una día a día.
Las enfermedades mentales no se ven siempre como las películas de Hollywood con la actriz delgada y hermosa llorando junto a la ventana pensando en rajarse las venas, se ve como ese hermano que cayó en las drogas, esa madre que no espera nada de la vida, ese amigo que se tuvo que enterrar en un ataúd cerrado.
Y aun así hay tanto morbo de por medio. “Se suicidó” no tiene el mismo peso que “intentó suicidarse”, como si el mero hecho de no haberlo consolidado implicara un error y no una segunda oportunidad. ¿Es mucho más sencillo ir a un funeral que escuchar a una persona?
Me parece impresionante pensar que como sociedad estemos tan anestesiados que no entendemos que cualquiera puede llegar a considerar el suicidio. Tan natural que es la muerte y tanto miedo le tenemos que la hacemos el centro del problema, que olvidamos el problema real: una persona no está disfrutando la vida. No somos fórmulas matemáticas, son miles de factores los que pueden lastimarnos internos, externos, intencionales, circunstanciales.
Como dijo el doctor Molina “Una persona no se suicida porque la cortó su pareja, eso sólo fue lo que la hizo explotar”. Mencionó que llegar cuando una persona se está colgando no es llegar a tiempo, ya que el suicidio se estaba gestando mínimo desde un año antes.
Es complicado porque, ¿cómo ayudar a un suicida si hay tantas maneras en las que se manifiestan los indicios? La verdad es que no lo sabemos, pero una buena manera de comenzar es mediante la empatía. Dejemos de vernos los unos a los otros con esta competencia enfermiza de quién está más enfermo, porque sabemos que estar enfermo sólo es atractivo hasta cierto punto. Quiero ser el mártir,pero ojo, sólo hasta donde no me incomode. Todos somos humanos, todos pensamos y nos enfermamos. Atendamos desde la apertura y la empatía, no desde el juicio. Las cosas no siempre se ven bonitas y hay que entender que cuando dejemos de vivir en una película vamos a poder ayudar y ayudarnos como lo que somos; personas.
Hoy tengo mi libro firmado. “Esperando que este libro contribuya a una mejor comprensión de las personas más vulnerables”. Y aquí estoy con el libro sólo pensando. En esa sala sólo fuimos cerca de veinte personas.