Ay, ay, ay… la eterna inmadurez de la política municipal. Me preguntan qué pasa ahora y, como siempre, respondo: lo mismo. Caminando por las comunidades de distintos municipios, entrevistando a las personas sobre sus problemas más inmediatos, siempre salen a flote los mismos temas: servicios públicos, salud, trámites. La voluntad de la gente por cumplir y pagar impuestos existe y está bien encarnada en sus valores. Sin embargo no tienen la retribución del Municipio.
Cuando pregunto por qué no tienen servicios básicos o infraestructura —pavimento, alcantarillado, señalética— la respuesta es casi idéntica: “la comunidad está olvidada”. Décadas enteras han visto pasar candidatos de todos los colores, pero la calle blanca sigue ahí, causando problemas de comunicación y salubridad.
Y cuando uno pregunta a la autoridad municipal, la respuesta es de manual: “no hay recursos”, “son muy pocas personas”, “no es prioridad”. Pero la verdad es más incómoda: no llevan presencia del Estado ni auxilio a las personas a menos —léanlo bien— a menos que esa comunidad apoye en la siguiente elección al candidato del partido en el poder.
¿Pueden creerlo? Bueno, ¿pueden indignarse? Porque ese es el punto: el deber de un estatista, de un gobernante, de un buen presidente municipal es responder a las demandas ciudadanas independientemente de su credo, forma de vivir o afiliación política. Y, sin embargo, es muy común escuchar: “Aquí no nos traen servicios porque votamos por el otro”
El chantaje es burdo: piden apoyo en la siguiente elección “para no olvidarlos”. Así empieza el perverso esquema de la rentabilidad política: en esas comunidades sí llevan programas si la lista nominal es fuerte, si salen a votar, si es redituable para los intereses económicos de los funcionarios.
Entonces, si uno no rinde pleitesía cual señor feudal, cacique o marqués, ¿no se obtiene el auxilio del Municipio o del diputado local? Pues así funciona en Aguascalientes, y cualquiera lo puede constatar dándose una vuelta. La gente que ha padecido esto no miente. Más que cansada, está decepcionada. Y lo peor es que, para mitigar esa decepción, se despilfarra dinero en apoyos que no cambian nada: se regalan insumos mínimos de costo mínimo para impactos mínimos.
Sí, llevan colectas, juguetes, despensas, útiles… pero, ¿cuándo pavimentarán la calle?, ¿cuándo plantarán árboles?, ¿cuándo darán drenaje?, ¿cuándo ayudarán a regularizar propiedades?, ¿cuándo tratarán a las personas como ciudadanos y no como peones de campañas electorales?
Hay presidentes municipales que nunca están. Cuando los buscan, están en una junta. Cuando los encuentran, dicen que “no es su asunto”. Pero en campaña, claro, ellos podían todo. Se atribuyen facultades que ni les competen con tal de prometer que resolverán cualquier problema. Falta “voluntad”, dicen. No señores: sobran excusas. Son los mismos de siempre, con las mismas prácticas, las mismas personas, los mismos beneficiados, los mismos operadores, los mismos errores y los mismos resultados.
Los municipios deberían encargarse de algo básico: educar a la ciudadanía para que sepa pedir y exigir correctamente. Es un asunto de pedagogía pública. Muchos dirán que eso no sirve de nada, pero sirve —y mucho— porque empodera y emancipa al ciudadano. Lo convierte en alguien crítico, con herramientas legales e institucionales para mover el cuerpo inerte y oxidado del municipio.
Que no lloren los susceptibles. Dirán que es difícil, que ya estando adentro “te atan de manos”. La pregunta es: ¿qué te ata? ¿El compromiso político? ¿Los recursos? ¿La incapacidad técnica? ¿La apatía de la gente? Si esos son los problemas, la solución radical está en la voluntad política: sirvan a la gente y no a unos pocos.
Apóyese en la inversión de capitales, en la cooperatividad. Capacítese. Auxíliese de expertos en políticas públicas, de asesores jurídicos, y hágales caso. Si la gente no apoya, incentive la participación. Cree espacios públicos reales. No sectorice ni haga cuellos de botella. Simplifique trámites, haga instructivos claros.
Una comunidad que sabe pedir y sabe qué respuesta esperar es un núcleo de población que camina por sí mismo, de manera sólida, y hasta facilita el trabajo de la administración. Lo contrario es la anarquía burocrática, la improvisación, el error sistemático y la decadencia asegurada.
Alcaldes y alcaldesas: actúen de manera plural, imparcial y dejen de lado las diferencias políticas cuando ya están en el cargo. No olviden que la historia popular es lacerante. Si hacen política por el mero elixir de la gloria, van directo al ridículo y al olvido. Sus administraciones serán una burla y, en lo personal, cargarán con la persecución de la culpa y el reproche de haber podido transformar vidas, levantar voluntades y, sobre todo, haber hecho algo por la patria.
Pasemos del descaro al heroísmo. Pasemos del acto ruin a la búsqueda del honor.