En extensión, en función de lo acaecido la semana pasada, el texto de esta martes demanda precisión y concisión. Se comienza por la descripción: el PRI es la oposición real de este país.
En un país de simbolismos y lecturas en silencio, ya sea en el mundo del espectáculo, el de los deportes, en el académico, y en este caso el de la política, el símbolo de la defensa del senador Rafael Alejandro Moreno Cárdenas en contra de uno de los personajes más repudiados que ha materializado el podrido sistema mexicano resonó en el imaginario popular y se logró llamar la atención del decepcionado electorado que hasta el miércoles pasado permanecía tan sometido como indolente en cuanto su relación con los asuntos públicos.
En menos de una semana se han hecho millones de análisis de críticas a favor, neutrales y en contra de la reacción del senador Moreno Cárdenas pero la coincidencia entre las tres facciones es que el Partido Revolucionario Institucional se mantiene como la única voz discordante ante el régimen fallido del movimiento oficial. Como ya se ha señalado en otros espacios periodísticos, en México no hay Estado de Derecho desde el 2 de junio de 2024 y lo que prevalece es una resistencia desde los espacios que no han sido capturados a la voluntad de un patriarca cobarde y tránsfuga y a la de los grupos fácticos que diariamente toman la sangre de mexicanos y mexicanas inocentes.
Hacer oposición no sólo desde la vitrina de Alejandro Moreno es peligroso, lo es también para cada uno de los militantes del PRI y de la oposición en otros institutos políticos. Hay cientos de miles de vidas en peligro que reclaman que los asuntos públicos retomen su cauce ordinario porque lo que se ha vivido en estos siete años de falsa transformación no es más que la putrefacción de un sistema que era imperfecto y que ahora es prácticamente inservible. La normalidad es que no haya 70 muertos a diario; la normalidad es que haya medicamentos para todos; la normalidad es aquello que el oficialismo destruyó.
Ante la agresión, la reacción; y en este caso la defensa, y posterior a la defensa, el contragolpe. Es el momento del contragolpe aún con el equilibrio de poderes roto. La nación de la transformación es el punto más bajo de la historia de este joven país y eso no es una narrativa sino una simple descripción del estado del arte —o en este caso del hartazgo—.
México no sólo resiste, se opone y el PRI, le pese a quien le pese, ha sido el catalizador de la restauración de la república y quien enarbola esta oposición popular. Ni dictaduras de 30 años ni narcoestados, 115 millones de personas no están con el movimiento más pérfido que ha dado el fenómeno político nacional.
Sí, hay autocrítica, y mucha, se hace todos los días pero quienes usaron al PRI por intereses personales irónicamente se escondieron en el oficialismo. La deleznabilidad también tiene credencial de elector y de disfrazarse de color rojo hace tiempo ahora lo hacen de guinda con sonrisa de oreja a oreja.
A quienes dicen que quedan pocos priistas, se les invita a atestiguar el esfuerzo de un millón 400 mil personas que diariamente salen a la calle a convencer y a recordar que por mucho este es el mejor partido de México y que su defunción sólo es un espejismo para las víctimas del resentimiento tropical. Hay muchas vidas en riesgo pero México no ha de desaparecer. El contragolpe ha iniciado.