El dato inicial para el análisis; de enero a julio de 2025 se registraron 133 homicidios en Aguascalientes, 59 dolosos y 74 culposos, datos son proporcionados por el Secretariado Ejecutivo de Seguridad Pública; a este paso, Aguascalientes podría cerrar el año con un récord histórico de homicidios. Pero el aumento en la inseguridad no se centra solo en las cifras heladas de enfrentamientos, sino en los delitos que duelen, a muchos y que también van en aumento, los delitos del fuero común.
Las cifras frías, esos números que se acumulan en carpetas de investigación y reportes estadísticos, siempre esconden historias calientes de dolor, de pérdida y de miedo. Los datos del estado de Aguascalientes para los primeros siete meses del año no hablan de una guerra abierta en las calles, pero sí trazan el mapa de una descomposición social lenta, persistente y profundamente dañina. Con un registro de 5,516 robos, 1,946 lesiones dolosas, 1,642 casos de violencia familiar y 1,565 de narcomenudeo, la pregunta que clama al cielo no es sólo “¿qué está pasando?”, sino, de manera más crucial y urgente: ¿qué se dejó de hacer para que llegáramos aquí?
El diagnóstico es claro: Aguascalientes sufre una epidemia de delitos “de alto impacto cotidiano”. No se trata de homicidios masivos –aunque 59 asesinatos son 59 tragedias irreparables– ni secuestros los que definen el día a día de los hidrocálidos. Es el robo que vacía el bolsillo de una familia, la amenaza (1,746 casos) que siembra el terror en la colonia, la golpiza en la calle y la violencia tras las puertas cerradas del hogar. Este último punto esquizás el más revelador: con 1,642 carpetas por violencia familiar, el espacio que debería ser el más seguro se ha convertido en el primer semillero de la inseguridad. Esto no es delincuencia organizada en su sentido clásico; es el tejido social rajado, deshilachado hasta el punto de la ruptura, que sin duda, abre la puerta a problemas aún más complejos.
Y aquí reside la clave de la pregunta central. ¿Qué se dejó de hacer? Se dejó de invertir de manera seria, constante y científica en la prevención social del delito y la recuperación del tejido comunitario. Por años, la estrategia de seguridad, se ha enfocado en la reacción: más patrullas, más policías, más reacción a la emergencia. Es un modelo necesario, pero completamente insuficiente si se ignora el origen del problema.
La violencia no nace por generación espontánea. El joven que termina en el narcomenudeo (1,565 casos no son pocos) por lo general es el mismo que abandonó la escuela porque no le encontraba sentido, que vive en una comunidad sin espacios dignos de deporte o cultura, y que no encuentra oportunidades laborales más atractivas que el dinero rápido de la delincuencia. La violencia intrafamiliar es un monstruo que se alimenta de la frustración económica, la falta de educación emocional, la normalización de la violencia familiar y la ausencia de redes de apoyo comunitario que pudieran detectar y contener a tiempo estas situaciones.
El fraude (1,673 casos), un delito aparentemente “aséptico”, es síntoma de otra enfermedad: la desesperación económica y la erosión de la ética y la confianza social. Cuando la legalidad no ofrece, la ilegalidad se presenta como una opción viable.
Entonces, ¿qué se requiere hacer? La respuesta debe ser tan multifacética como el problema mismo. No basta con “meterle más duro” al crimen; hay que “meterle más fuerte” a la comunidad.
1. Prevención Terciaria con Rostro Humano: Los programas de reinserción social no pueden ser una simulación. Se necesitan centros de readaptación social que realmente readapten, con talleres de oficios con salida laboral real, terapia psicológica intensiva y seguimiento post-penitenciario genuino. Un exinterno con un empleo y apoyo es mucho menos probable que reincida.
2. Recuperación de Espacios Públicos (Prevención Situacional y Social): Parques, canchas, bibliotecas y centros culturales no son lujos, son herramientas de seguridad. Un espacio bien iluminado, limpio y con actividades constantes arrebata territorio al delincuente y lo devuelve a las familias.
3. Intervención Familiar Temprana: Los 1,642 casos de violencia familiar son una alerta roja. Se requiere una red de detección y contención que involucre a escuelas, centros de salud y líderes comunitarios. Promover la paternidad positiva, ofrecer terapia familiar gratuita y crear protocolos claros de protección para las víctimas son pasos no negociables.
4. Oportunidades Reales para la Juventud: La prevención más eficaz es dar un futuro atractivo. Esto implica becas vinculadas a la permanencia escolar, programas de “primer empleo” en colaboración con la iniciativa privada como “jóvenes construyendo el futuro”, programa federal que busca precisamente la inclusión de las y los jóvenes mexicanos que no han encontrado oportunidades para una vida más digna, y el fomento masivo de actividades deportivas y artísticas como antídotos contra la ociosidad y la seducción del narcomenudeo.
5. Policía de Proximidad e Inteligencia Colaborativa: La ciudadanía desconfía de una policía que sólo aparece para reprimir. Se necesita un modelo de policía de barrio, que conozca a sus habitantes, sus problemas y construya confianza. Esto, combinado con aplicaciones y mecanismos de denuncia anónima eficaces, fortalece la inteligencia policial desde su base más importante: la comunidad.
Aguascalientes no está perdido. La montaña de delitos del día a día es una llamada de atención ineludible. El camino a seguir no es sólo perseguir el delito, sino dejar de producirlo. La verdadera seguridad no se mide sólo por la disminución de homicidios, sino por la capacidad de un niño de jugar en la plaza, de una mujer de vivir sin miedo en su casa, y de un joven de creer que su futuro vale más dentro de la ley que fuera de ella. La tarea es monumental, pero el precio de no hacerla es infinitamente mayor. Es hora de cambiar la mira y apuntar al corazón del problema: la comunidad misma.