Hemos concluido ya las fiestas en honor a la Santísima Virgen de la Asunción, sin duda que para buena parte de la población han sido momentos de alegría, pues con estas celebraciones no sólo se honra a la Virgen Asunta al cielo, sino que también representa un momento para la sana convivencia en familia, así como propiciar un momento de encuentro.
No tengo una cifra y estoy seguro de que pretender dar un número exacto de personas que peregrinaron a la Catedral a lo largo de estos 15 días resulta demasiado arriesgado. En estos días grupos nutridos de todas las parroquias se han dado cita para honrar a la Virgen. Sin embargo, después de todo esto que hemos vivido queda una tarea que no podemos postergar: el compromiso.
El cristiano de hoy como el de ayer debe ser un cristiano comprometido. Es decir, no podemos quedarnos con un cristianismo que se alimente únicamente de eventos llenos de luces, porras y algarabía. Los cristianos estamos llamados a abrazar la vida cristiana desde el compromiso que la vivencia ordinaria de la fe conlleva. Los eventos son importantes, pero estoy convencido que en lo cotidiano es donde mostramos quienes somos realmente.
Vivir nuestro cristianismo desde la cotidianeidad nos lleva a no renunciar a nuestra fe en medio de cualquier situación en la que nos encontremos. No se puede ser creyente únicamente en ambientes favorables a la fe. El evangelio nos enseña que Jesús constantemente estuvo en las periferias existenciales del ser humano. A Jesús lo encontramos frecuentemente con personas atormentadas por el demonio, enfermos y pobres. Él no tuvo miedo de mostrar en esos ambientes quien era Él. Siempre fue conciente que su labor mesianica no se encerraba en un grupo social, sino que como llamado por el Padre, estaba destinado para el mundo entero.
No podemos contentarnos con pensar en lo bello de estos días en donde existieron muchas muestras públicas de fe gracias a las peregrinaciones. Ahora nos toca convertirnos en auténticos testigos capaces de transmitir el gozo que puede experimentar una personas al encontrarse con Jesucristo.
Vivir la fe no siempre es sencillo, en ocasiones existen ambientes hostiles y hasta burlescos, que hacen de la fe y los creyentes una mofa. Sin embargo un auténtico cristiano nunca puede renunciar a un elemento esencial: su fe en Cristo. San Pablo VI nos dice: “hoy el mundo escucha mejor al que da testimonio que a quien no lo da”
Después de la fiesta religiosa, ¿qué es lo que queda? Creo que lo que queda es la oportunidad de vivir la fe, testimoniando desde lo cotidiano nuestra fe en Jesús el Señor. Termino citando al papa León XIV en su reciente encuentro jubilar con los jóvenes “Aspiren a cosas grandes, a la santidad, allí donde estén. No se conformen con menos. Entonces verán crecer cada día la luz del Evangelio, en ustedes mismos y a su alrededor.”