Domingo 17 de Agosto de 2025 | Aguascalientes.

Los 4 fantásticos y el hijo de Abraham

Ikuaclanetzi Cardona González | 10/08/2025 | 23:30

El cine de superhéroes rara vez se atreve a tocar las fibras más oscuras del mito y la religión. Anoche, desde la butaca, asistí a la nueva entrega de Los 4 Fantásticos con la expectativa de una secuencia de batalla espectacular y algún buen chiste de “La Mole”, pero lo que me recibió fue un dilema moral en estado puro. Ya no se trataba solo de salvar la ciudad, ni siquiera al mundo -que, por cierto, ahora parece insuficiente- sino de enfrentar una de las preguntas más antiguas y terribles que pueda cruzar el alma humana ¿Estás dispuesto a sacrificar a un inocente, a lo que más amas, para salvar a la humanidad?
 
Reed Richards y Sue Storm, padres recientes, se ven ante la propuesta imposible de Galactus, el devorador de mundos; entregar a su hijo recién nacido a cambio de la supervivencia de miles de millones. Un trueque brutal, que no admite dobles interpretaciones. En ese momento, la historia se tiñe inevitablemente del color oscuro del Génesis, cuando Abraham lleva a su hijo Isaac al monte Moriah, convencido de que Dios le pide el sacrificio supremo. La diferencia crucial es que aquí no hay fe ciega ni mandato divino. Hay ciencia, cálculo y la cruda negociación con un poder absoluto que promete salvarlo todo a cambio de lo más sagrado.
 
El guion se sostiene en esa tensión insoportable. Padres que aman y, sin embargo, deben contemplar lo impensable. El heroísmo deja de ser solo valentía física para convertirse en un dilema moral que duele hasta el hueso ¿Qué significa en la práctica renunciar a lo que representa la inocencia? ¿Cuánto cuesta ese sacrificio cuando la lógica fría desconoce el valor irreemplazable de una vida?
 
Pero, y aquí radica la mayor ironía, la película, después de arrancar el conflicto con toda su crudeza, rehúye el abismo. No se atreve a hundirse en la brutalidad de la decisión ni a exponer sus consecuencias más oscuras. En lugar de enfrentar ese sacrificio absoluto, el relato se retrae hacia soluciones narrativas menos radicales, buscando preservar la esperanza y el equilibrio del universo ficticio. Se evade así la verdadera pregunta ¿Qué ocurre cuando la negociación de lo sagrado se vuelve ineludible y no hay salida cómoda?
 
Así, el sacrificio de Abraham queda incompleto, sin el carnero sustituto ni el ángel que detiene la mano, pero también sin el derramamiento real de sangre. Una metáfora silenciada que nos recuerda que, en el cine -y en la vida- hay preguntas demasiado profundas para responderse con comodidad. Preguntas que desnudan las fracturas de nuestro tiempo con gobiernos que sacrifican derechos y vidas bajo la excusa del “bien mayor”; sociedades que aceptan como inevitables las pérdidas humanas en nombre de la estabilidad; individuos que, atrapados en el cálculo frío del poder, se ven forzados a elegir entre lo que aman y lo que deben proteger.
 
Porque el verdadero problema no es solo si estamos dispuestos a perderlo todo para salvar lo que amamos, sino si estamos preparados para asumir las consecuencias de esa decisión. Si en nuestra historia colectiva hay lugar para la sangre derramada, el duelo y el arrepentimiento, o si preferimos seguir disfrazando con narrativas que evaden la violencia que realmente se esconde tras las decisiones de poder.
 
Al final, la pregunta no es solo cuánto sacrificamos, sino quién paga el precio cuando el sacrificio se vuelve ley.