Domingo 17 de Agosto de 2025 | Aguascalientes.

Del pueblo al caudillo: cuando el populismo devora la democracia

Dr. Mauricio López | 08/08/2025 | 18:37

Populismo: el disfraz del poder

“El populismo no pide permiso.

Se instala en el corazón del pueblo con palabras dulces

y lo deja sin instituciones, sin crítica y sin futuro.”

Decía Octavio Paz que “el poder sin límites es un monstruo que se devora a sí mismo”. Y en el corazón de América Latina, ese monstruo tiene nombre: populismo.

Tras haber cuestionado en la columna anterior si aún podemos llamar “democracia” a sistemas donde el poder está concentrado y sin contrapesos, toca ahora observar uno de los rostros más seductores y peligrosos del autoritarismo contemporáneo: el populismo.

El populismo no irrumpe con tanques ni botas. Llega con sonrisas, palabras dulces y promesas de redención. Se presenta como la voz auténtica del pueblo, pero en realidad lo reduce a un monólogo: “el pueblo soy yo”. Así, lo popular se convierte en populismo, y la representación en apropiación.

El caudillo populista concentra el poder no por la fuerza, sino por el aplauso. Invoca una supuesta voluntad general que todo lo justifica, todo lo bendice y todo lo perdona. La crítica se convierte en traición, la oposición en enemigo, y el pensamiento autónomo en amenaza.

¿Cómo dialogar cuando el que disiente es señalado como corrupto, vendido o antipatriota?

En este modelo, el Estado se vacía de instituciones para llenarse de lealtades personales. El Congreso deja de legislar y se dedica a aplaudir. El Poder Judicial no juzga, sino que legitima. Los medios que incomodan son perseguidos, y los que se alinean son recompensados. La educación deja de formar ciudadanos críticos y se convierte en una fábrica de obedientes. ¿No es eso exactamente lo que tanto temieron Freire, Durkheim, Piaget o el mismo Marx?

El populismo necesita crisis permanentes. Y si no las hay, las inventa. Se alimenta del miedo, del resentimiento, del cansancio social. Se ofrece como salvador, pero sólo si puede destruir primero a quienes nombra culpables. En este juego, la democracia queda relegada al rito electoral, mientras los valores que la sostienen libertad, división de poderes, rendición de cuentas, educación crítica son sacrificados uno por uno.

La tragedia es que muchos no se dan cuenta. Porque el populismo no impone el silencio con represión abierta, sino con encantamiento. No cierra los ojos del pueblo: los hipnotiza. Y cuando despertamos, ya no hay instituciones, ya no hay disenso, ya no hay garantías. Sólo queda un poder que se aplaude a sí mismo.

Por eso, si queremos que la palabra “democracia” vuelva a tener sentido, no basta con votar. Hay que vigilar, cuestionar, formar, pensar, exigir y sobre todo… resistir al hechizo del poder concentrado que se disfraza de cercanía, pero que sueña con eternidad.