Domingo 17 de Agosto de 2025 | Aguascalientes.

República de lodo: el reality show que llamamos política

Ricardo Heredia Duarte | 06/08/2025 | 11:16

Hoy volví a decepcionarme, por la clase política que hemos elegido para defender lo público. Un intercambio entre diputados panistas y uno morenista que, aunque cobra como legislador, dedica más tiempo a desfilar por programas de opinión que a proponer leyes, reavivó la acusación de que su fortuna se forjó en “cochupos”. Ya le apodan “Diputado moches”. Como si no estuviéramos saturados de casos así.

Mientras tanto, México se hunde en escenas dantescas como el atentado al delegado de la FGR en Tamaulipas, un vehículo en llamas, cuerpos expuestos y ausencia total de rescate. Un ciudadano común se juega la vida para ayudar, mientras las autoridades responden con un comunicado frío, casi burocrático, como si nada hubiera pasado.

En Quintana Roo, el asesinato de un exdiputado federal y exfuncionario confirma un patrón inquietante, el paraíso turístico del caribe se está transformando en un nuevo Acapulco, no por sus playas, sino por la violencia desbordada y la captura del territorio por intereses criminales. El “diamante del Caribe” empieza a reflejar el mismo fulgor oscuro que cubrió al “diamante del Pacífico”. Y aun así, desde el discurso oficial se insiste, con sonrisa ensayada, que “todo está bajo control”. Mientras tanto, nuestra clase política sigue compitiendo por el insulto más ingenioso en vez de por la política pública más efectiva. ¿En serio es esto lo que merecemos?

Nadie menciona el Plan Nacional de Desarrollo. Nadie habla de una reforma educativa que forme ciudadanos críticos. Nadie plantea una estrategia industrial de largo plazo. El legado más visible del obradorismo es esa hiperpolitización que el expresidente cultivó con un estilo de comunicación sui géneris. Sí, logró que muchos entendieran la importancia de la política en la vida cotidiana, pero hoy lo que reina no es debate, es grilla, polarización y odio esparcido en redes y conferencias.

Este escenario encaja con lo que Zoe García llama “la percepción secuestrada”una neurociencia de la polarización donde, bajo un clima constante de confrontación, perdemos control sobre nuestras percepciones, atrapados en un eco social que refuerza posiciones extremas. Lo importante ya no es construir consenso, sino acumular visibilidad. Y en ese aquelarre, mientras Mr. Trump sonríe desde el norte, espera pacientemente el momento en que le entreguemos todo, frente a una clase política obsesionada con cuántos likes generará su próximo tiktok.

¿Dónde están las políticas públicas reales? ¿Dónde las estrategias para generar empleo digno o impulsar un progreso sostenido? Nada. Solo marketing político 24/7. Quizá sea pertinente desaparecer todos los poderes y elegir un monarca por méritos de entretenimiento… total, parece que lo único que guía a nuestros gobernantes es el algoritmo de las redes sociales.

Jesús Reyes Heroles advertía que “lo que resiste, apoya”, la oposición no es un estorbo, sino un contrapeso que aporta estabilidad y evita que el poder se pudra en la autocomplacencia. No hablamos de egos o rencillas, sino de la supervivencia misma de las instituciones. El reto es reconstruir una oposición seria, que no se rinda a la lógica mediática y devuelva a la política su vocación de acuerdo, no de espectáculo.

La metamorfosis que imaginó la 4T se desdibuja bajo el filtro de sus voceros, una intoxicación diaria de polarización emocional sin propuestas ni visión de país. La neurociencia política advierte que estamos secuestrados por narrativas emocionales; pero no somos marionetas, podemos recuperar autonomía si apostamos por el diálogo, instituciones fuertes y una oposición comprometida con el bien común.

México parece deslizarse por pistas de lodo con diputados mediocres, gobiernos que ignoran atentados, redes sociales convertidas en ring de grilla y rencor. Pero también hay resistencia, ciudadanos valientes y voces críticas que aún sostienen la dignidad política. Esa sí es la que vale la pena defender.
Y vale recordar que, como advirtió Platón, “el precio de desentenderse de la política es ser gobernado por los peores hombres.”