Salarios y Democracia
Es natural preguntarse por qué las cosas, en este país, tienden a permanecer igual. Una de esas constantes inamovibles —como si fueran parte del mobiliario nacional— es el salario. ¿Qué es eso del salario y cómo se define? Bueno, depende. Algunas empresas intentan seguir teorías económicas más o menos justas; otras, las ignoran por completo; y las restantes simplemente improvisan, como en todo lo demás.
México ostenta un dudoso honor: es uno de los países donde más se trabaja… y donde peor se paga. ¿Por qué? Ah, las razones son muchas, pero una clave está en la ecuación del valor del salario: el tipo de industria, el mercado laboral, la capacidad de negociación del trabajador frente al patrón (spoiler: casi nula). Y por supuesto, el cinismo institucionalizado.
En Aguascalientes, pocas empresas pagan lo suficiente para vivir. Pagan lo justo para que sus empleados sobrevivan, no para que vivan bien. Salarios raquíticos, apenas para mantenerse funcionales, un trirreme con cucharas. Pero ahí está el problema: con sueldos bajos, el proveedor o proveedora de una familia debe conseguir dos trabajos —si tiene suerte— para alcanzar apenas unos $10,000 mensuales, eso sin contar las generosas mordidas del ISR. Pero claro, nada de IMSS, Infonavit ni Fonacot. ¿Prestaciones? Para qué. Mejor disfrazar todo con un "contrato de prestación de servicios", aunque cumplan horarios, reglamentos y responsabilidades como si fueran empleados fijos. Una delicia de simulación laboral.
Y luego nos preguntamos por qué la familia mexicana se desintegra. ¿Cuándo se van a sentar juntos a desayunar, comer o cenar? ¿En qué momento del día van a hablar de sus problemas? La familia no se construye solo los fines de semana, señoras y señores empresarios. La familia también necesita lunes, martes y miércoles.
En estas condiciones, un obrero no llega a casa a convivir: llega a dormir. Porque mañana hay que volver a producir. ¿Y qué dice la sociedad? Que "hay que atorarle". Ese es el mantra nacional. Un mantra que sirve para justificar la explotación, la precariedad y la anulación del tiempo libre. Y en ese entorno, ¿cómo esperar que alguien se interese por su ciudad, por su diputado local, por lo que se decide en el cabildo, o por afiliarse a un partido? Si no hay tiempo ni para jugar con los hijos, menos lo habrá para construir ciudadanía.
Por eso, hablar de democracia sin hablar de salarios es como hablar de libertad de expresión en un cuarto sin micrófonos. No se puede. La gente necesita un salario justo no sólo para sobrevivir, sino para generar un excedente: tiempo, ocio, creatividad, comunidad. Un solo trabajo. Un solo horario. Una vida posible.
Con mejores salarios, se enciende la creatividad —sí, esa cosa tan temida—, y con ella, el derecho al ocio, a la cultura, a la estética. Y lo más importante: a la participación ciudadana. La gente con tiempo puede investigar, reunirse, proponer, exigir. Pero claro, eso pone nerviosos a algunos.
Es curioso escuchar a ciertos empresarios que, en sus desayunos de cámara, se quejan de que la clase trabajadora vota "irracionalmente", mientras ellos mismos mantienen a sus empleados en jornadas de 14 horas, con salarios de burla, sin prestaciones, sin derechos. Y luego quieren capacitarlos en "ciudadanía activa". Antes de formar ciudadanos, formen empleos dignos.
Y si el pretexto eterno es "la competitividad", "la productividad", "las ventas" o "los impuestos", entonces no están preparados para administrar, así de simple. Administrar una empresa no es exprimir gente. Es equilibrar responsabilidades sociales, productivas y humanas. Si no pueden, cambien de giro. Vayan a vender MLM.
La realidad transforma la conciencia, y no al revés. Solo la voluntad transforma la realidad. Está en manos de la clase empresarial asumir ese compromiso, más allá de las firmitas en papel membretado de las cámaras empresariales. La empresa debería ser un agente de equilibrio, no de agandalle. Porque una democracia sana necesita empleados sanos.
El efecto de un salario digno no se limita al bolsillo. Afecta el modo de vida, la convivencia social y la calidad de la participación pública. Y sí, también al capital: con sueldos justos, alguien quizá invente una tecnología que les abarate los costos, o proponga una reforma fiscal sensata, o refuerce el Estado de derecho que tanto dicen extrañar. Pero si siguen optando por la miseria como modelo de negocio, el resultado es el de siempre: estancamiento, sobreproducción, inflación, desempleo… y ciudadanos votando con rabia.
¿O ya se les olvidó lo que pasó en la última elección?