Imposible evitar la conversación: lo que vivimos el fin de semana pasado en Aguascalientes ya no cabe en los viejos relatos de “somos el estado más seguro”. Para fortuna —y quizá por mero azar—, hasta ahora no contamos víctimas colaterales. Hace años que nos acostumbramos a escuchar de autos incendiados y carreteras bloqueadas en la 45; lo insólito es que esta vez el fuego y el humo alcanzaron a la capital. En el norte, oriente y poniente de la ciudad ardieron comercios y vehículos, incluso un camión de la ruta Yo Voy. Todo mientrasel secretario de Seguridad Pública cortaba listones, sonriente y perfumado, bajo la velaria del Cristo Roto. Como si el olor a gasolina quemada no llegara hasta allá.
Pero no, que no cunda el pánico. “No pasa nada”, insisten.
Nos piden seguir bailando. Las autoridades, en conferencia, aseguran con sonrisa en ristre que las fiestas no se detienen. En Jesús María, por ejemplo, la mitad de las calles son trampas de baches, pero la otra mitad son pistas de baile; su alcalde se prodiga en actos protocolarios, mientras el 115 suena sin respuesta. En Rincón de Romos, el presidente municipal —que alguna vez prometió ser independiente— ya se muestra como otro engrane del simulacro. Se les menciona no por capricho: en uno arrancó el operativo que paralizó al estado y en el otro no se interrumpieron ni las palmas mientras se incendiaban comercios.
Y quizá sea noble no dejarse dominar por el miedo. Pero lo que indigna es el montaje: se contrata a merolicos disfrazados de periodistas para repetir el estribillo de que aquí no ha pasado nada. “Somos más los buenos”, recitan entre aplausos, y se amenaza a quienes denuncian la realidad con leyes mordaza o recortes publicitarios. ¿En qué momento se convirtió en delito grabar un narcobloqueo? ¿En qué país gritar “fuego” cuando hay fuego se volvió sedicioso?
Puesto que los discursos oficiales ocultan más de lo que aclaran, conviene mirar los hechos. Las fuerzas federales y estatales localizaron un campamento clandestino en Pabellón de Hidalgo (Rincón de Romos) y detuvieron a 18 presuntos integrantes de un grupo criminal; además, aseguraron 20 armas de fuego, 28 chalecos tácticos y droga. La reacción del crimen fue voraz: incendiaron al menos cuatro vehículos en las carreteras 45, 43 y 25, y atacaron entre cuatro y seis tiendas Oxxo en la capital. El operativo terminó con 18 detenidos el sábado y nueve más el domingo, sumando 27 presuntos responsables. Son datos incómodos para quienes sostienen que “todo está tranquilo”.
La ironía trágica es que algunos de los capturados estaban reportados como desaparecidos; otros, al parecer, provienen de centros de rehabilitación sin regulación. Esos lugares, que bordean la clandestinidad, se han convertido en reservorios de carne de cañón. Hace unas semanas se ridiculizó a los propietarios de bares, restaurantes y comerciantes del agropecuario que denunciaban extorsiones. Hoy vemos el resultado, sin necesidad de “te lo dije”.
Y no, no es menor lo ocurrido. El grupo criminal mostró una capacidad de coordinación que no debe subestimarse. Aun con presencia de la Policía Estatal, el Ejército y la Guardia Nacional, quemaron vehículos, bloquearon rutas y atacaron comercios. Fue suerte —no estrategia— que no hubiera civiles heridos.
Entonces, ¿qué sigue?
Ojalá nuestras autoridades dejen de ver a ciudadanos y medios críticos como adversarios y abandonen la tentación autoritaria de regular lo que no entienden. Ojalá comprendan que los conciertos, ferias y vendimias no blindan contra la violencia. Que tolerar recursos de procedencia dudosa tiene un costo. Nadie de bien desea que estas escenas se repitan, pero sí exigimos transparencia y trabajo efectivo.
Y por si no lo sabían, vale la pena recordar que uno de los lugares favoritos del crimen organizado para lavar dinero... es la fiesta. Así que, por si acaso, no apaguen las luces demasiado temprano. Nunca se sabe quién está bailando junto a usted.
Hasta aquí subió la roca.