Debo confesar que en no pocas ocasiones que tenido que disimular mi molestia ante algún chiste de mal gusto o comentario mal cuadrado acerca de la Iglesia. ¿Cómo no molestarse ante algún comentario carente de objetividad? Algunas críticas y comentarios acerca de la Iglesia más que buscar el bien no sólo de una institución milenaria sino de una comunidad de creyentes a la cual pertenecen millones de personas a lo largo del mundo, buscan herir, ridiculizar y banalizar la creencia de muchas personas.
La vida no únicamente del sacerdote, sino del creyente católico tiene una referencialidad a la Iglesia, la cual ciertamente como institución que es tiene muchos aspectos a mejorar, muchos errores por reconocer y muchas heridas para sanar. Sin embargo, esta misma Iglesia envuelta en la fragilidad y a la vez en el misterio de ser fundada por Jesucristo se levanta en medio de nuestra sociedad no sólo como una institución sino también como una comunidad dinámica y carismática.
En la Iglesia cierto que la parte institucional suele ser complicada. La organización, los trámites, los requisitos y demás aspectos que como institución se deben guardar y garantizar en no pocos casos asfixian a muchos. Pero no podemos reducir la Iglesia a esto.
Me gusta pensar en la Iglesia como una comunidad de creyentes, el libro de los Hechos de los Apóstoles en algún momento llama así a quienes creen en Jesús “multitud de los creyentes”. Decir Iglesia es ante todo decir comunidad, referirnos a un grupo con rostros definidos en dónde se pierde el anonimato y desde nuestro ser personal saber que tenemos un lugar ahí, no sólo en un templo sino en la Iglesia, en una comunidad reunida entorno al Señor, para celebrarlo, escuchar su Palabra y alimentarse con la Eucaristía.
Como comunidad que somos, no estamos exentos de problemas, escándalos y conflictos que hacen que algunos que piensen en la poca credibilidad de la Iglesia. Sin embargo, volvemos al misterio que envuelve a la Iglesia, pues ha sido Jesús quien quiso que la Iglesia la cual tiene su origen divino haya sido confiada al ser humano.
La barca, como signo de la Iglesia, nos enseña que no siempre el mar es óptimo para navegar, pues en ocasiones se cruzan vientos fuertes que hacen que la travesía se convierta en un auténtico riesgo, en otras ocasiones las aguas del mar estarán en completa serenidad, y la aventura de la navegación será tranquila y placentera. Sea cual sea el estado del agua o la intensidad del viento, la Iglesia nunca puede renunciar a continuar navegando, pues tenemos la certeza que esta Iglesia aunque confiada a los hombres tiene su sustento y referencia principal siempre en Dios, quien la sostiene, anima y ayuda.
La Iglesia tiene mucho de humano, pero estoy convencido que tiene más de divino. Es por eso que hoy más que nunca vale la pena afirmar: Creo que en la Iglesia.