Vivimos en un tiempo donde la violencia se ha vuelto paisaje.
Se ha vuelto fondo sonoro, fondo visual y fondo emocional de nuestras ciudades. Gritamos al volante, discutimos en redes, empujamos en el transporte público, escupimos rabia sin darnos cuenta de que, en el fondo, no estamos enojados con los otros... estamos rotos por dentro.
Freud lo advirtió con lucidez en "Psicología de las masas y análisis del yo":
"El individuo en la masa se libera de represiones que en la vida individual mantiene.”
Y hoy, como si el mundo fuera una gran masa crispada, los límites psíquicos se diluyen. La represión se convierte en explosión. La tristeza no atendida, en furia. El miedo no nombrado, en ataque.
La salud mental se ha vuelto un privilegio y, para muchos, una utopía lejana.
Pero no hay futuro colectivo sin salud emocional individual.
Y no hay paz en las calles si no hay paz en los hogares, en las camas donde se duerme con insomnio, en las cabezas donde se rumia la angustia.
El síntoma social no miente
Lo que vemos en la calle no es sólo inseguridad, es desamparo.
No es solo intolerancia, es frustración acumulada.
Y cada insulto lanzado a un desconocido revela una infancia no abrazada, un trauma no sanado, una necesidad no escuchada.
¿Hasta cuándo seguiremos normalizando esta enfermedad emocional colectiva?
¿Hasta cuándo vamos a esperar que el cuerpo explote con un infarto, en una isquemia, o que la mente se rompa con un ataque de pánico para recién entonces pedir ayuda?
No estamos destinados a repetir el dolor
Como terapeutas, como observadores de lo humano, como seres profundamente comprometidos con el alma de este tiempo, alzamos la voz no para culpar, sino para invitar.
Invitar a detenernos.
A hacer una pausa.
A considerar que quizás sólo quizás no estás sola o solo, no tienes por qué cargar todo, no tienes por qué vivir así.
Tomar terapia no es un acto de debilidad.
Es un acto de valentía.
Es decirle al dolor: ya no te esconderé más.
Es decirle al pasado: te miro para poder seguir.
Es decirle al futuro: mereces otra historia.
Nuestra propuesta: Sostenemos que el alma no se sana en soledad. Que el síntoma debe ser escuchado con compasión, no con vergüenza.
Y que la vida puede ser distinta cuando alguien te acompaña sin juicio, sin prisa, sin máscaras.
Invitamos a quien lea estas líneas a mirar adentro.
Y si siente que algo ya no puede seguir igual, pedir ayuda es el primer paso hacia su propia libertad.
Porque sanar no es olvidar lo que pasó, es dejar de vivir desde la herida.
¿Qué puedes hacer hoy?
- Reconoce tu cansancio emocional sin culpa.
- Habla con alguien.
- Busca espacios de terapia.
- Desconéctate del ruido.
- Vuelve a ti.
“Cuando el alma enferma, el cuerpo grita.
Cuando la sociedad enferma, el dolor se vuelve costumbre.
Pero aún estamos a tiempo…
De transformar el grito en diálogo,
la prisa en pausa,
y la herida en puente.”