Pues que les digo, mis estimados: si Kafka hubiera nacido en Aguascalientes, El Proceso se habría llamado La Bodega. Y no, no hablo de esas donde uno guarda los tiliches de la abuela o el árbol de Navidad, sino del Agropecuario, ese centro de intercambio tan próspero como inquietante, donde el kilo de jitomate y el de miedo se cotizan igual: según el humor del día.
Resulta que ahora ya no solo se vende verdura y carne de dudosa refrigeración, sino también miedo, “cuotas de seguridad” y amenazas envueltas en cartulina fosforescente. El Agro, otrora orgullo del comercio local y paseo dominguero familiar, hoy parece un episodio mal editado de Narcos: Aguascalientes. Bodegas clausuradas, denuncias de extorsión, y una autoridad que, cual avestruz, prefiere meter la cabeza en la tierra (o en su propio boletín de prensa) y negar que aquí pase algo raro.
Sí, así como lo leen: hace apenas unas semanas, cuando ya circulaban testimonios, rumores y hasta videos de los cobros indebidos, la autoridad salió, seria y solemne, a declarar que no había indicios de extorsión en el Agropecuario. Como si al repetirlo con cara de póker mágicamente desaparecieran los carteles amenazantes, los cobros ilegales y la zozobra. Lo peor es que no faltó el empresario cortesano que reforzó la narrativa diciendo que, si alguien era víctima, pues que fuera a denunciar. Claro, muy valientes desde la comodidad de sus escritorios con aire acondicionado y guardaespaldas en la puerta.
Y como si eso no bastara, hace unos días un comerciante fue baleado a plena luz del día saliendo del Agropecuario. Y hasta hoy, ni responsables detenidos ni declaraciones oficiales que arrojen luz. La Fiscalía está muda, y el secretario de Gobierno... ausente, como siempre. Y aquí viene la pregunta incómoda: ¿para qué está el secretario de Gobierno si no es para atender los primeros indicios de descomposición social y garantizar gobernabilidad antes de que el caos se instale? ¿Es figura decorativa, relator de eventos, maestro de ceremonias o simplemente guardián del silencio?
Y ya se imaginarán el colmo: los mismos locatarios son los que extorsionan a otros locatarios. ¡Una especie de The Walking Dead pero versión tianguis! Y si usted se atreve a denunciar, pues suerte, porque más rápido cae la denuncia en el escritorio de alguien que la filtración llega al oído equivocado. Es como jugar a la ruleta rusa con un arma prestada… por quien debería cuidarte.
Mientras tanto, los datos duros no mienten: líderes en robo a casa habitación a nivel nacional, familias que ya piensan dos veces antes de ir por la despensa, y notarias que parecen más bien agencias de simulación legal, hoy bajo investigación. Todo esto da como resultado una triste paradoja: el “estado de derecho” es cada vez más un estado de excepción.
Y lo más preocupante no es solo el desgobierno, sino el surgimiento de autogobiernos, esos reinos oscuros donde la ley del más fuerte (o del más armado) sustituye al código penal. Si uno lo piensa bien, el Agro se parece cada vez más a un penal con zona de visitas abierta. ¿Quién manda ahí? ¿La autoridad o el que cobra piso?
Por eso, desde esta trinchera lunar, solo nos queda suplicar —con la ironía que permite la desesperación— que las autoridades hagan lo que juraron hacer: gobernar, proteger, aplicar la ley. Pero no con show mediático, sino con investigación, estrategia y resultados.
Porque de seguir así, no faltará el día en que en la entrada del Agropecuario pongan un letrero que diga:
“Bienvenidos al Centro de Readaptación Comercial Número Uno. Pase bajo su propio riesgo”.
Hasta aquí subió la roca.