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ChatGPT: el nuevo oráculo digital que reta a la educación

Francisco Santiago | 23/07/2025 | 11:19

ChatGPT, la herramienta de inteligencia artificial desarrollada por OpenAI, ha irrumpido con fuerza en la vida cotidiana, especialmente entre los jóvenes. Su diseño conversacional genera la impresión de estar hablando con un interlocutor experto, capaz de responder cualquier pregunta. Pero, ¿realmente comprendemos sus alcances y limitaciones?

Lejos de ser solo un motor de búsqueda, ChatGPT simula una conversación con un ente polímata, un "sabio" digital que responde a estímulos denominados prompts. Esta palabra —de origen inglés— alude al inicio de una interacción: una especie de llamada a la acción que activa una respuesta lógica. A diferencia de Google, que ofrece una lista de enlaces, ChatGPT elabora respuestas completas en lenguaje natural. Pero, aunque convincente, su información no siempre es precisa.

El riesgo no está en usarlo, sino en asumir que todo lo que dice es correcto. Su popularidad como herramienta para redactar ensayos ha hecho que muchos estudiantes deleguen por completo el pensamiento crítico, olvidando revisar, contrastar o comprender lo que genera. Un estudio reciente del MIT advierte sobre las consecuencias: el 83% de los alumnos que usaron ChatGPT no recordaban lo que acababan de escribir, frente a solo un 11% de quienes investigaron y redactaron de forma tradicional.

La autora del estudio, Natalya Kosmina, incluso detectó menor actividad cerebral en quienes interactuaron exclusivamente con la IA. “Al no existir esfuerzo cognitivo, no se crean conexiones neuronales sólidas”, señala. Esto lleva a un aprendizaje superficial y efímero.

En la era digital, la inteligencia artificial ya funge como psicóloga, entrenadora, médica y docente virtual. Su presencia se extiende a casi todas las áreas de la vida humana. Sin embargo, pensar que puede reemplazar la racionalidad o la empatía es una ilusión peligrosa. A diferencia de un ser humano, ChatGPT no corrige sus errores ni reconoce sus sesgos. Y aunque simula una voz confiable, su conocimiento es el resultado de una programación que puede arrastrar distorsiones ideológicas o técnicas.

En el ámbito académico, el dilema es claro: ¿cómo integrar esta herramienta sin debilitar el aprendizaje? Para muchos docentes, la IA representa una amenaza. Temen volverse actores pasivos, quedar relegados por una tecnología que responde más rápido y, aparentemente, mejor. Sin embargo, su prohibición no es la solución.

La historia ofrece lecciones. Cuando las calculadoras científicas llegaron a las aulas, fueron inicialmente rechazadas. La respuesta educativa fue elevar el nivel de los ejercicios, exigiendo no solo el cálculo, sino también la comprensión. Con la IA, la estrategia puede ser similar: plantear problemas que requieran análisis profundo, interpretación crítica y creatividad.

Porque en un mundo donde no estar en el ciberespacio implica, prácticamente, no existir, la inteligencia artificial no debe sustituir la inteligencia humana, sino complementarla. El reto educativo actual no es evitar que los estudiantes usen estas herramientas, sino enseñarles a usarlas con juicio, conciencia y responsabilidad.

ChatGPT no es el oráculo infalible, pero sí puede ser una brújula si sabemos orientarla. Como toda tecnología, depende del uso que le demos. La verdadera transformación educativa no vendrá de lo que la IA puede hacer, sino de lo que nosotros decidamos aprender con ella.