La conclusión del año escolar coincide con el final de los ciclos de catequesis infantil. En muchas parroquias se están celebrando los sacramentos de la Eucaristía y Confirmación.
En la parroquia en la que me encuentro actualmente sirviendo gracias a Dios son muchos los niños que harán la primera comunión, son poco más de 600. Sin duda que para los niños uno de los momentos más importantes es cuando tienen que ir a confesarse por primera vez. Con suele pasar las primeras veces siempre tienen su parte de emoción y nervios.
Recientemente un niño me buscó para decirme que pronto le tocaría confesarse y me hizo esta pregunta: Padre, ¿Cuándo me confiese debo decir todo? La pregunta del niño me hizo pensar en la necesidad que tenemos la mayoría de los católicos en valorar de mejor manera el sacramento de la confesión.
A la pregunta del niño, la respuesta es simple y tal vez sea la simpleza de respuesta lo que la haga compleja: sí, siempre que nos confesamos debemos decir todo. La Iglesia nos enseña que la confesión es un sacramento, y con esto reconocemos que la confesión tiene su origen divino. Es decir, es el mismo Dios quien ha querido que el ser humano tenga este sacramento que es ayuda y alivio para nuestra alma.
Uno de los temas recurrentes dentro del pontificado de Francisco fue el de la misericordia. Francisco nos recordaba: “vivir cada confesión como un momento único e irrepetible de gracia" y dar "generosamente el perdón del Señor, con afabilidad, paternidad" y "ternura materna".
Confesarse está antecedido por el examen de conciencia, un momento en el que delante de Dios nos reconocemos tal y como somos, sin maquillaje ni simulación, pues ante Dios somos lo que somos somos y nada más. Es decir, delante de la presencia no podemos engañarlo a Él ni a nosotros mismos.
Cierto es que en algunas ocasiones tenemos situaciones complejas que nos dan pena y quisieras eliminarlas de nuestra historia, pero la gran realidad es que no se puede. Más que pelearnos con intentar borrar nuestra historia la clave está en asumirla, reconocerla y entonces sí ser perdonados, perdonar, y perdonarnos.
Estoy seguro de que muchas veces sentiremos vergüenza de nuestros actos, pero nunca olvidemos que en la confesión el Señor siempre nos aguarda para darnos su perdón y manifestarnos su amor y ternura por cada uno de nosotros. No nos cansemos de acudir a este sacramento de la alegría y no nos privemos de caminar por la vida siendo signos reconciliados y reconciliadores.