Hace apenas unos días, Ovidio Guzmán, uno de los principales herederos del Cártel de Sinaloa, firmó un acuerdo con el gobierno de Estados Unidos: a cambio de colaborar, confesar y entregar información, recibirá una reducción en su condena y el trato de testigo protegido. Nada fuera de lo común en el sistema judicial estadounidense. Lo extraordinario, sin embargo, es la magnitud de las repercusiones que esta colaboración puede tener para México.
Irónicamente, quien mejor parece estar capitalizando la coyuntura al interior del país es la Presidenta de México. Y no lo hace contra la oposición tradicional —ya bastante disminuida—, sino contra la única oposición real que enfrenta: la interna, la que existe dentro del propio Morena. A menos, claro, que la vieja máxima de que en política no hay casualidades ya no aplique en los tiempos de la cuarta transformación.
Porque sería demasiada coincidencia que justo el día en que Ovidio Guzmán se declara culpable, la Presidenta realice su primera y única visita a Culiacán, corazón del Cártel de Sinaloa y epicentro del conflicto entre los Chapitos y los Mayos. También resulta curioso que, mientras se excusa de recibir a padres de niños con cáncer o a familiares de desaparecidos, la Presidenta haya dejado de lado la investidura presidencial para salir a responder públicamente al abogado de Ovidio Guzmán, quien la acusó —nada menos— de hacer lobby a favor de grupos criminales. Más que un acto institucional, su respuesta pareció una reacción personal, enérgica y desafiante, al grado de amenazar con demandar al abogado. Tal vehemencia no ha sido vista ante declaraciones incluso más delicadas que han emitido funcionarios estadounidenses. Y, de paso, colocó en la agenda nacional el tema del contubernio entre gobierno y crimen organizado, lo que la "obliga a actuar" contra peces gordos, aunque esos peces sean de su propio estanque, dentro del partido. Porque con una oposición inexistente, nadie más merece ese título.
¿Casualidad? Quizá. Pero también es mucha coincidencia que, en plena entrevista radiofónica, un General de Brigada del Ejército Mexicano —en activo y comandante de una zona militar en Tabasco— haya revelado, con aparente descuido, que el exsecretario de Seguridad Pública de ese Estado tiene una orden de aprehensión vigente, también "se le salió" decir que el exfuncionario huyó justo el día en que se giró el mandamiento judicial, hasta dio a conocer la ruta de escape. Y con esto, la sombra del escándalo alcanza de lleno a Adán Augusto López, quien fuera el gobernador de Tabasco y responsable de haber nombrado al hoy prófugo. La misma relación que tenían Calderón y García Luna.
Por si fuera poco, en esta semana de revelaciones súbitas y coincidencias, otro personaje clave anuncia su retiro: Ricardo Monreal. Coordinador de la bancada mayoritaria en la Cámara de Diputados, presidente de la JUCOPO, exaspirante presidencial, fundador de Morena, operador político con presencia en varios estados y alcaldías de la CDMX... y, de pronto, adiós. Pocos políticos se retiran en la cima de su carrera. Menos aún cuando su nombre sigue figurando en las listas para 2030. Más que un adiós, parece una salida oportuna. Una retirada estratégica. ya sabe, la sabia virtud de conocer el tiempo
Las coincidencias se acumulan. Dos de las excorcholatas con cuentas pendientes con la Presidenta han sido alcanzadas. La narrativa oficial insiste en que hay colaboración con Estados Unidos. Y si ese es el caso, tal vez haya comenzado por la limpieza interna. El viejo PRI operaba así: justicia selectiva y oportunidad política. ¿Será que los gringos están cooperando? ¿O será que la Presidenta ha aprendido rápido las lecciones del poder absoluto?
En política, dicen, no hay casualidades. Y si las hay, más vale desconfiar.