Domingo 17 de Agosto de 2025 | Aguascalientes.

Jazz en las Garnachas

Esteban Dávila Ruiz | 17/07/2025 | 11:48

La cultura a la espera y la gente a la deriva

Vivimos una crisis cultural profunda en los municipios de Aguascalientes. Basta recorrer algunos rincones del estado para confirmar que, en vez de extenderse, la cultura se esfuma —cuando mucho— como un recuerdo estático. ¿Qué lo explica? ¿La falta de presupuesto? ¿La desidia de los funcionarios? ¿La escasa rentabilidad política? ¿La apatía ciudadana? Probablemente, una mezcla de todo eso.

En los pasillos del poder municipal, es común escuchar que “no es importante invertir en cultura”, aunque cuando hay cámaras y micrófonos enfrente, los mismos funcionarios se deshacen en discursos sobre su supuesta prioridad. Pero los hechos —o más bien su ausencia— son los que cuentan. Con frecuencia, las alcaldías confunden cultura con turismo. Y cuando lanzan un proyecto, mal planeado y sin análisis alguno, justifican su fracaso echándole la culpa a “la mala temporada”. Mientras tanto, la población se entretiene con los conciertos típicos a los que ya se le ha acostumbrado, como si fueran el único alimento del alma.

Escasean los espacios públicos para la expresión artística libre. Los jóvenes con talento suelen migrar hacia la capital, donde pocas veces encuentran las oportunidades que imaginaban. ¿Qué está pasando? El poder ejecutivo —tanto estatal como municipal— es omiso, cuando no francamente negligente, en su deber de llevar cultura a todos los rincones.

Oscar Wilde decía que el deber de la cultura no es “bajar” al pueblo, sino “elevar” al pueblo. No se trata de elitismo. La cultura es toda creación humana, pero también implica una apertura estética, una inteligencia que se estimula. No es cuestión de gustos ni de discriminación cultural: es cuestión de ofrecer a las personas los estímulos y experiencias que les permitan crecer, cuestionar, imaginar.

Pero esa oferta cultural simplemente no llega. Nadie ha intentado llevar una presentación de jazz experimental a una colonia popular, bajo el prejuicio de que “no les va a gustar” o que “no se va a llenar”. Se da por hecho que es un desperdicio de recursos. De la misma forma, jamás se programa una danza folclórica o un concierto de música regional en las zonas residenciales de clase alta. Ese es el paradigma que hay que romper.

Seguir segmentando la cultura según clases sociales es condenar la creación artística a la marginalidad o al encierro. Nunca sabremos de dónde puede surgir el próximo gran talento nacional: un jazzista en Tepezalá, un pintor en San José de Gracia, una dramaturga en Asientos, un cineasta de Cannes en El Llano. ¿Por qué no? Tal vez el Nobel está en Pabellón, esperando un taller de escritura, una beca, una feria del libro.

Imagino un muralista en Rincón de Romos, un tenor en Cosío, un actor en Calvillo. ¿Suena incompatible? ¿Imposible? Quiza. Pero también suena justo. Y, sobre todo, necesario. Incluso si suena raro, eso ya es un problema.

Ya es hora de descentralizar la cultura, de exponerla, diversificarla y democratizarla. Que cada quien la abrace o la rechace, pero que exista. Que esté disponible. Que se multiplique.

Lo primero es un acto de justicia: ofrecer la posibilidad. Lo segundo, un acto de libertad: elegir qué hacer con ella. Lo importante es que la cultura no siga en espera, cual gubia y buril por un Posada

Ahora, desde una perspectiva más administrativa, algo así requiere también de grandes esfuerzos, empezando por encontrar el personal; luego, que esté capacitado; que estén en acuerdo y se mantengan en una línea objetiva de trabajo; buenas finanzas para tener recursos, y un marco jurídico viable. Este último es con el cual siempre se dice que no, que no se puede, que es complicado y costoso. Bueno, si se ponen creativos con las lagunas legales para llegar a otros resultados que les favorece, no le vería problema, dentro del marco legal, hacer lo conducente para crear teatros, talleres o escuelas.

Por último, hay que darle el valor a lo que es. Quienes se dedican a dominar algún arte o enseñarlo tienen necesidades como todos, y malbaratar su sapiencia y técnicas desmotiva al gremio encargado de llevar a la gente lo que sus horas de desvelo, sacrificios y esfuerzos costó. Es un error garrafal ver a aquellos servidores cual empleados mecanizados: pagándoles después de tres quincenas, sin darles material, sin remunerar dignamente y forzarlos o inducirlos a una afiliación política para mantener su puesto de trabajo. Crear este tipo de condiciones laborales dará malos resultados, a pesar del empeño de aquellos expertos.

Imaginen estar tocando su violín en un evento y estar pensando si te pagarán esta quincena; impartir un taller de pintura de tres horas cuando tú pusiste el material; haber obtenido una beca de cine y estar pensando en el spot del partido en turno para la siguiente elección. No olvidemos que la expresión artística es letal contra la mala política.